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28.5.13

Presentación de "(Rigor vitae)", de Ángel Guinda, en el Ateneo


E l  c u e r v o

El cuervo de la noche se sacude la niebla por las calles mojadas.

(Al agitar el arpa de sus alas, suena la bronca música del viento cazador.)

El cuervo de la noche golpea con su pico los ojos de fantasmas infartados que no encuentran su casa.

¡No abras la puerta al cuervo de la noche en Dublín!

ÁNGEL GUINDA, (Rigor vitae)
Zaragoza: Olifante, 2013






Calle del Prado, 21.


Arabella Siles conducirá el acto.

Intervendrán
:

Trinidad Ruiz Marcellán, editora de Olifante.
Marifé Santiago Bolaños conversará con el poeta.

Las actrices Alexandra Nicod, Milenka Maldonado y los poetas Jivka Baltadzhieva, José Cereijo, José Luis de la Vega y David Domínguez leerán.

Moncho Otero y Rafael Mora cantarán tres poemas del autor, que cerrará el acto con la lectura del Manifiesto Poesía violenta y de 7 poemas.

Se proyectarán tres videopoemas: "Entrevista a mí mismo", de David Francisco, y "De cara a la muerte" y "El hombre hueco", de Sándor M. Salas.

(Duración estimada: 58 minutos. 
El acto comenzará a la hora anunciada. 
Se ruega máxima puntualidad).

26.5.13

Juan Poz reseña "Pensar por lo breve" / Entrevista a José Ramón González en El Ojo Crítico

En los últimos días, Juan Poz ha publicado -en su blog: DIARIO DE UN ARTISTA DESENCAJADO-, una exhaustiva reseña de Pensar por lo breve. Dada su longitud, la dividió en dos partes.
Asimismo, en EL OJO CRÍTICO, de Radio Nacional, entrevistaron recientemente a José Ramón González, autor del libro publicado por Trea. (A partir del minuto 15.)

25.5.13

«No creo en Dios» —dice Damiana Palacios

«No creo en Dios» —dice Damiana Palacios, boticaria de cuarenta años. Y habla sin gravedad, entusiasmo ni arrojo. Más que la expresión de una convicción, la afirmación revela una manera de estar en el mundo; equivale a manifestar: «La cuestión de la existencia divina no me interesa».
Empero, Damiana cree en la quiromancia, en la cartomancia, en la oniromancia, en la uromancia, en la hidromancia, en la geomancia, en la telepatía y en toda clase de las llamadas artes notorias, que predicen y vaticinan. Parla de telekinesia, de hipnosis, de psicoquinesis, de desdoblamientos, de fenómenos ectoplasmáticos, de facultades ocultas, de ondas cerebrales, de mediums, de bilocaciones y de saberes paranormales. Una cierta Silvia Carrasco, su amiga, suele echarle las cartas, como ordinariamente se dice, y siempre descubre y anuncia lances gratos para la expectante. Feliciana Duero, también amiga, la somete a sesiones de relajación y pacificaciones. «Tus piernas no pesan; tus brazos son alígeros, no te poseen» —susurra Feliciana. Y Damiana va cerrando los ojos y abandonando el cuerpo en mecánico desasimiento. Por último, Rosario Nieto, otra amiga, examina las rayas de sus manos y le augura novedades.
Damiana no cree en Dios porque su idea le produce aburrición; tampoco le arrebatan, en verdad, estas prácticas cabalísticas; sin embargo, las realiza porque las encuentra tangibles y de prontas respuestas. Dios calla, pero Silvia, Feliciana y Rosario hablan, y su decir llena el tiempo de la mujer. «Damiana quiere un mundo elemental, hecho de cosas y percances enumerables» —ha dictaminado un tal José López Martí, su observador.
«No necesaria una vida futura para Damiana; tampoco una vida actual grave» —explicó una vez la palomita a cierto Wilhelm Heintel, chapurreando el idioma alemán. Después cohabitaron de seis maneras, bien recordadas por la concubitada.
Silvia Carrasco, la cartomántica; Feliciana Duero, la ensalmadora; Rosario Nieto, la quiromántica; Pepito Cadenas, un profesor de liceo, y Emigdio Covacho, un burócrata, son los amigos cotidianos de Damiana. Se reúnen y dicen frases de esta especie: «Mi hija tarda en vestirse»... «Mi hijo no madruga»... «Tapicé mis sillones»... «Expulsé tres alumnos de las aulas»... «Compré un perrito con su collar».
«Fulano parece una araña»: he aquí una proposición demasiado compleja para Damiana y sus amigos; expresa, en efecto, algo del mundo, y no del simple entorno, por lo cual resulta excesivamente extensa para aquellos hablantes.
Damiana y sus amigos viven en Murcia.

MIGUEL ESPINOSA, Teologiæ Tractatus [Comienzo del capítulo I de La tríbada falsaria]

13.5.13

[Preguntas y respuestas] (Un texto de Arrabal)

Te pregunté: “¿Por qué los judíos son malos?”
Me respondiste: “Porque sí; todo el mundo lo sabe.”
Te pregunté luego: “¿Por qué los anarquistas son malos?”
Me respondiste: “Porque sí; todo el mundo lo sabe.”
Te pregunté: “¿Por qué papá era judío?”
No me respondiste nada.
Te pregunté luego: “¿Por qué papá era anarquista?”
No me respondiste nada.

Sí.

Te pregunté: “¿Los judíos son los que mataron a Jesucristo?”
Tú me dijiste: “¡Sí!”
Te pregunté luego: “¿Los anarquistas son los que ponen bombas para matar a la gente?”
Tú me dijiste: “¡Sí!”
Te pregunté si yo sería judío cuando fuera mayor.
Tú me dijiste: “¡No!”
Te pregunté luego si yo sería anarquista cuando fuera mayor.
Tú me dijiste: “¡No!”
Luego añadiste que yo era bueno y me besaste.

Sí.


Fernando Arrabal, fragmento de Baal Babilonia

8.5.13

Esclavitud y muerte en Utopía (Un texto de Tomás Moro)

Los esclavos de Utopía no son hombres cogidos en las guerras, ni hijos de esclavos nacidos en la isla ni gente que ha sido esclava en otras naciones, sino los delincuentes, y los condenados a servidumbre forzada, o los que lo han sido en otras tierras, que el Senado de Utopía, con un pequeño dispendio, los compra para ocuparlos en trabajos viles. [...]

A los esclavos que caen enfermos los asisten con gran caridad, y si hay alguno que sufre enfermedades cancerosas, ciertos ciudadanos van a hacerles compañía. Si la enfermedad es incurable y de mucho sufrimiento, los sacerdotes y magistrados confortan al paciente, haciéndole reparar [en] que encontrándose inválido, siendo molesto a todo el mundo, y a él mismo, tal vez sería preferible morir, a cuyo efecto podría quitarse él mismo la vida, o bien dejarse matar. Si el desahuciado es de la misma opinión, llega a debilitarse y a terminar por medio de ayunos, o bien una vez dormido, los médicos le quitan la vida sin hacerle sufrir; mas esto no se hace nunca sin haberlo discutido largamente, pues si el enfermo persiste en querer vivir, siempre hay quien se presta a sufrir las molestias de asistirlo en sus miserias, pues los ciudadanos de Utopía creen que ocuparse de aquella pobre gente es cosa honesta. Si alguno se mata sin el previo consentimiento del sacerdote, su cadáver no recibe sepultura, sino que es ignominiosamente arrojado a una laguna.


Tomás Moro, Utopía
[Ramón Pin de Latour, trad.]

5.5.13

Manuel Álvarez Bravo, fotógrafo

Hace tiempo que tenía intención de visitar la exposición de Manuel Álvarez Bravo (México, D. F., 1902-2002). Hoy por hoy, antes de ir a una exposición me lo pienso, por temor a las aglomeraciones. Las soporto en el metro, pero me horripilan en un museo o sala de exposiciones. Pero está visto que Manuel Álvarez Bravo no tiene el mismo poder de convocatoria que los pintores impresionistas: he podido contemplar sus fotografías en una casi absoluta soledad lo que tampoco es deseable–, y sumido en una leve penumbra incomprensible. 
Ya conocía bastantes fotografías de Álvarez Bravo, y son muchas las que me han interesado de esta exposición, la mayoría de la década de los 30 (y alguna de finales de la década anterior). Tom Ang afirma, y no es el único, que el trabajo de Manuel Álvarez Bravo  “ofreció una visión poética del México moderno”. Lo que a mí me admira de Álvarez Bravo es la belleza elemental, inasequible y misteriosa que sabe infundir a cada fotografía. Belleza que tan pronto se encuentra en un vulgar Plumero (1928) como en la oscura  Muchacha viendo pájaros (1931); en el límpido vientre del Niño orinando (1928) –en orinal desportillado, por supuesto– como en La buena fama durmiendo (1938), tan apolínea y envuelta en vendas que ciñen su plácida desnudez. Belleza misteriosa, como la del Caballo de madera (1928) que, con su ojo perennemente alerta, escruta, receloso, a cuantos le observan... Y otras muchas fotografías, a cual más interesante… (Podéis ver una selección, e incluso hacer un visita virtual, pinchando AQUÍ.)


Fundación MAPFRE
Sala de exposiciones AZCA
Avda. General Perón, 40 – 28020 Madrid
Hasta el 19 de mayo de 2013

2.5.13

La horca de los días... Vladimir y Estragón charlan

Esperando a Godot. A veces me pregunto por el secreto de esta obra de Beckett, a la que vuelvo de vez en cuando. A partir de una anécdota nimia, tonta incluso, asistimos a unos diálogos insulsos y erráticos de dos hombres que esperan a un enigmático Godot. Pero tras esas palabras se yergue una cruel alegoría de la existencia humana, un desierto sin esperanza. Desposeída de anhelos y herida de muerte, la eterna espera se vuelve pregunta sin respuesta.
Vladimir y Estragón charlan, dicen y hacen tonterías, y en sus palabras, tan huecas, se abren abismos, ciénagas en las que -si nada lo remedia- parece inevitable hundirse. (Las formas de la banalidad cambian con el tiempo, pero la banalidad es siempre la misma.) Las palabras de Vladimir y Estragón dicen lo que dicen, y lo dicen sin mayores pretensiones, y acaso por eso acaban trascendiendo su escueto significado.

Lars Svendsen escribe en su Filosofía del tedio:

Cuando esperamos, la espera tiene un objetivo. De hecho, esperamos algo. Sin embargo, en Beckett, la espera no tiene meta alguna y, si bien los personajes de sus textos no siempre son conscientes de que su espera es vana y sin objeto, sí lo es el lector. Se trata de una espera de algo que jamás llegará.

Y añade más adelante:

Quedarse esperando un instante que no llegará jamás, en un mundo de inmanencia, carente por completo de exterior: eso es el tedio llevado a sus últimas consecuencias.

Y Beckett supo, sin duda, plasmar la exacta radiografía de ese tedio.



ESTRAGÓN . ¿Adónde iremos?

VLADIMIR. No muy lejos.

ESTRAGÓN . ¡No, no, vámonos lejos de aquí!

VLADIMIR. No podemos.

ESTRAGÓN. ¿Por qué?

VLADIMIR. Tenemos que volver mañana.

ESTRAGÓN. ¿Para qué?

VLADIMIR. Para esperar a Godot.

ESTRAGÓN. Es verdad. (Pausa.) ¿No ha venido?

VLADIMIR. No.

ESTRAGÓN. Y ahora ya es demasiado tarde.

VLADIMIR. Sí, es de noche.

ESTRAGÓN. ¿Y si lo dejamos correr? (Pausa.) ¿Y si lo dejamos correr?

VLADIMIR. Nos castigaría. (Silencio. Mira el árbol.) Solo el árbol vive.

ESTRAGÓN. (Mirando el árbol.) ¿Qué es?

VLADIMIR. EI árbol.

ESTRAGÓN. No, ¿qué clase de árbol?

VLADIMIR. No sé. Un sauce.

ESTRAGÓN. Vamos a ver. (Lleva a VLADIMIR hacia el árbol. Quedan inmóviles ante él. Silencio.) ¿Y si nos ahorcáramos?

VLADIMIR. ¿Con qué?

ESTRAGÓN. ¿No tienes un trozo de cuerda?

VLADIMIR. No.

ESTRAGÓN. Pues no podemos.

VLADIMIR. Vámonos.

ESTRAGÓN. Espera, podemos hacerlo con mi cinturón.

VLADIMIR. Es demasiado corto.

ESTRAGÓN. Tú me tiras de las piernas.

VLADIMIR. ¿Y quién tirará de las mías?

ESTRAGÓN. Es verdad.

VLADIMIR. De todos modos, déjame ver. (ESTRAGÓN desata la cuerda que sujeta su pantalón. Éste, demasiado ancho, se le cae sobre los tobillos. Miran la cuerda.) Yo creo que podría servir. ¿Resistirá?

ESTRAGÓN. Probemos. Toma.

(Cada uno coge una punta de la cuerda y tiran. La cuerda se rompe. Están a punto de caer.)

VLADIMIR. No vale.

(Silencio.)

ESTRAGÓN. ¿Dices que tenemos que volver mañana?

VLADIMIR. Sí.

ESTRAGÓN. Pues nos traeremos una buena cuerda.

VLADIMIR. Eso es.

(Silencio.)

ESTRAGÓN. Didi.

VLADIMIR. ¿Qué?

ESTRAGÓN. No puedo seguir así.

VLADIMIR. Eso es un decir.

ESTRAGÓN. ¿Y si nos separásemos? Quizá sería lo mejor.

VLADIMIR. Mañana nos ahorcaremos. (Pausa.) A menos que venga Godot.

ESTRAGÓN. ¿Y si viene?

VLADIMIR. Nos habremos salvado.

(VLADIMIR se quita el sombrero –el de LUCKY–, mira el interior, pasa la mano por dentro, lo sacude y se lo vuelve a poner.)

ESTRAGÓN. ¿Qué? ¿Nos vamos?

VLADIMIR. Súbete los pantalones.

ESTRAGÓN. ¿Qué?

VLADIMIR. Súbete los pantalones.

ESTRAGÓN. ¿Que me quite los pantalones?

VLADIMIR. Súbete los pantalones.

ESTRAGÓN. Ah, sí, es cierto.

(Se sube los pantalones. Silencio.)

VLADIMIR. ¿Qué? ¿Nos vamos?

ESTRAGÓN. Vámonos.

(No se mueven.)

 


Samuel Beckett, Esperando a Godot
[Traducción de Pedro Barceló (1960). He sustituido algunas palabras y frases, tomándolas de la traducción de Ana María Moix (1970)]