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31.7.11

+”L’infinito”, de Giacomo Leopardi, recitado por Vittorio Gassman, con una versión de Antonio Colinas

Manuscrito de L'infinito

Segundo autógrafo de “L’infinito” (Visso, Archivio Comunale)


El infinito*

Siempre caro me fue este yermo cerro
y este seto, que priva a la mirada
de tanto espacio del último horizonte.
Mas, sentado y contemplando, interminables
  espacios más allá de aquéllos, y sobrehumanos 
silencios, y una quietud hondísima
en mi mente imagino. Tanta, que casi
el corazón se estremece. Y como oigo
el viento susurrar en la espesura, 
voy comparando este infinito silencio
con esta voz. Y me acuerdo de lo eterno, 
y de las estaciones muertas, y de la presente
y viva, y de su música. Así que, en esta
inmensidad, mi pensamiento anego,
y naufragar me es dulce en este mar.

Versión de Antonio Colinas
[Antología esencial de la poesía italiana. Madrid, Colección Austral, 1999. Colinas ha publicado otras versiones de este poema.]

“L’infinito”, de Leopardi

L’infinito

Sempre caro mi fu quest’ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella, e sovrumani
silenzi, e profondissima quiete
io nel pensier mi fingo; ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l’eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra questa
immensità s’annega il pensier mio:
e il naufragar m’è dolce in questo mare.

GIACOMO LEOPARDI


*En 1991, Pedro Luis Ladrón de Guevara publicó, en  la revista Estudios Románicos (Universidad de Murcia), “L’infinito de Leopardi: evolución histórica de su traducción al castellano”, un interesante artículo en el que estudia las versiones publicadas  de este poema, tan complejo, desde el siglo XIX. No es posible hacer un enlace directo al artículo. Si pincháis AQUÍ, llegáis al sumario de la revista, buscáis el artículo y pincháis en el logotipo de la derecha. 
Resulta evidente que esta traducción de Colinas, posterior a la publicación del artículo, recoge alguna de las observaciones del autor.

29.7.11

+”The Hollow Men” (“Los hombres huecos”, 1925), de T. S. Eliot

Sé que un poema, o un pasaje de una poesía, puede tender a realizarse primero como un ritmo determinado antes de alcanzar expresión en palabras, y que ese ritmo puede dar a luz la idea y la imagen.
T. S. Eliot

“The Hollow Men”, de T. S. Eliot

LOS HOMBRES HUECOS

Mistah Kurtz - he dead
["El señor Kurtz - muerto", con acento negro: de El corazón de las tinieblas, de Conrad.]

Un penique para el Viejo Guy Fawkes

I

Somos los hombres huecos
somos los hombres rellenos
apoyados uno en otro
la mollera llena de paja.  ¡Ay!
Nuestras voces resecas, cuando
susurramos juntos
son tranquilas y sin significado
como  viento en hierba seca
o patas de ratas sobre cristal roto
en la bodega seca de nuestras provisiones

Figura sin forma, sombra sin color,
fuerza paralizada, gesto sin movimiento;

los que han cruzado
con los ojos derechos, al otro Reino de la muerte
nos recuerdan -si es que nos recuerdan- no como
perdidas almas violentas, sino sólo
como los hombres huecos
los hombres rellenados.

II

Ojos que no me atrevo a encontrar en sueños
en el reino de sueño de la muerte
esos ojos no aparecen:
ahí, los ojos son
luz del sol en la columna rota
ahí, hay un árbol meciéndose
y las voces son
en el canto del viento
más lejanas y más solemnes
que una estrella que se apaga.

No me acerque yo más
en el reino de sueño de la muerte
revístame yo también
de tan deliberados disfraces
pelaje de rata, piel de cuervo, palos cruzados
en un campo
comportándome igual que el viento
sin acercarme más...

No ese encuentro final
en el reino crepuscular.

III

Esta es la tierra muerta
esta es tierra de cactus
aquí se elevan las imágenes
de piedra, aquí reciben
la súplica de la mano de un  muerto
bajo el titilar de una estrella que se apaga.

Así es
en el otro reino de la muerte
despertar solo
a la hora en que
temblamos de ternura
labios que querrían besar
forman oraciones a piedra rota.

IV

Los ojos no están aquí
no hay ojos aquí
en este valle de estrellas que mueren
en este valle hueco
la quijada rota de nuestros reinos perdidos

en éste, el último de los lugares de encuentro
vamos a tientas juntos
y evitamos hablar
reunidos en esta playa del río hinchado

sin vista, a no ser que
reaparezcan los ojos
como la estrella perpetua
rosa multifoliada
del crepuscular reino de la muerte
la esperanza solamente
de  hombres vacíos.

V

Al corro del higo chumbo
al higo chumbo higo chumbo
al corro del higo chumbo
a las cinco de la mañana.

Entre la idea
y la realidad
entre el movimiento
y el acto
cae la Sombra

                              porque Tuyo es el Reino

Entre la concepción 
y la creación
entre la emoción
y la respuesta
cae la Sombra

                              la Vida es muy larga

Entre el deseo
y el espasmo
entre la potencia
y la existencia
entre la esencia
y el descenso
cae la Sombra

                              pues Tuyo es el Reino

pues Tuyo es
la Vida es
pues Tuyo es el

Así es como acaba el mundo
Así es como acaba el mundo
Así es como acaba el mundo
No con un estallido sino con un quejido.

Traducción de José María Valverde
T. S. Eliot, Poesías reunidas 1909/1962. Madrid, Alianza Tres, 1979.)

27.7.11

+”The raven”, de Edgar Allan Poe, recitado por Christopher Walken

Cuando lo llamaron discípulo de los románticos alemanes, contestó: “El horror no llega de Alemania; llega del alma”.
JORGE LUIS BORGES

“The raven”, de Edgard Allan Poe

EL CUERVO

Una vez, en una taciturna medianoche, mientras meditaba, débil y fatigado,

sobre un curioso y extraño volumen de sabiduría antigua,

mientras cabeceaba, soñoliento, de repente algo sonó,

como el rumor de alguien llamando suavemente a la puerta de mi habitación.

“Es alguien que viene a visitarme –murmuré- y  llama a la puerta de mi habitación.

          Sólo eso, nada más.“


Ah, recuerdo claramente que era  en el negro diciembre,

y que cada chispazo de los truenos hacía danzar en el suelo su espectro.

Ardientemente deseaba la aurora; vagamente me proponía extraer

de mis libros una distracción para mi tristeza, para mi tristeza por mi Leonor perdida,

la rara y radiante joven a quien los ángeles llamaban Leonor,

          para quien, aquí, nunca más habrá nombre.


Y el incierto y triste crujir de la seda de cada cortinaje de púrpura

me estremecía, me llenaba de fantásticos temores nunca sentidos,

por lo que, a fin de calmar los latidos de mi corazón, me embelesaba repitiendo:

“Será un visitante que quiere entrar y  llama a la puerta de mi habitación.

Algún visitante retrasado que quiere entrar y  llama a la puerta de mi habitación.

          Eso debe ser, y nada más”.


De repente, mi alma, se revistió de fuerza; y  sin dudar más

dije: “Señor, o señora, les pido en verdad perdón;

pero lo cierto es que me adormecí y habéis llamado tan suavemente

y  tan débilmente habéis llamado a la puerta de mi habitación

que no estaba realmente seguro de haberos oído”.  Abrí la puerta.

          Oscuridad y nada más.


Mirando a través de la sombra, estuve mucho rato maravillado, extrañado

dudando, soñando más sueños que ningún mortal se habría atrevido a soñar,

pero el silencio se rompió y la quietud no hizo ninguna señal,

y  la única palabra allí hablada fue la palabra dicha en un susurro: “¡Leonor!”.

Esto dije susurrando, y el eco respondió en un murmullo la palabra “¡Leonor!”.

          Simplemente esto y nada más.


Al entrar de nuevo en mi habitación, toda mi alma abrasándose,

muy pronto, de nuevo, oí una llamada más fuerte que antes.

“Seguramente -dije-, seguramente es alguien en la persiana de mi ventana.

Déjame ver, entonces, lo que es, y resolver este misterio;

que mi corazón se calme un momento y averigüe este misterio.

          ¡Es el viento y nada más.”


Empujé la ventana hacia afuera, cuando, con una gran agitación y movimientos de alas

irrumpió un majestuoso cuervo de los santos días de antaño.

No hizo ninguna reverencia; no se paró ni dudó un momento;

pero, con una actitud de lord o de lady, trepó sobre la puerta de mi habitación,

encima de  un busto de Palas, encima de la puerta de mi habitación.

          Se posó y nada más.


Entonces aquel pájaro de ébano, induciendo a sonreír mi triste ilusión

a causa de la grave y severa solemnidad de su aspecto.

“Aunque tu cresta sea lisa y rasa -le dije-, tú no eres un cobarde.”

Un torvo espectral y antiguo cuervo, que errando llegas de la orilla de la noche.

Dime: “¿Cuál es tu nombre señorial en las orillas plutonianas de las noches?

          El cuervo dijo: “Nunca más”.


Me maravillé al escuchar aquel desgarbado volátil expresarse tan claramente,

aunque su respuesta tuviera poco sentido y poca oportunidad;

porque hay que reconocer que ningún humano o viviente

nunca  se hubiera preciado de ver un pájaro encima de la puerta de su habitación.

Un pájaro u otra bestia encima del busto esculpido encima de la puerta de mi habitación.

          Con un nombre como “Nunca más”.


Pero el cuervo, sentado en solitario en el plácido busto, sólo dijo

aquellas palabras, como si con ellas desparramara su alma.

No dijo entonces nada más, no movió entonces ni una sola pluma.

Hasta que yo murmuré: “Otros amigos han volado ya antes”.

En la madrugada me abandonará, como antes mis esperanzas han volado.

          Entonces el pájaro dijo: “Nunca más”.


Estremecido por la calma, rota por una réplica tan bien dada,

dije: “Sin duda”. Esto que ha dicho es todo su fondo y su bagaje,

tomado de cualquier infeliz maestro al que el impío Desastre

siguió rápido y siguió más rápido hasta que sus acciones formaron un refrán único.

Hasta que los cánticos fúnebres de su Esperanza, llevaran la melancólica carga 

          de “Nunca - nunca más”.


Pero el cuervo, induciendo todavía mi ilusión a sonreír,

me impulsó a empujar de súbito una silla de cojines delante del pájaro, del busto y la puerta;

entonces, sumergido en el terciopelo, empecé yo mismo a encadenar

ilusión tras ilusión, pensando en lo que aquel siniestro pájaro de antaño,

en lo que aquel torvo, desgarbado, espantoso, descarnado y siniestro pájaro de antaño

          quería decir al gemir “Nunca más”.


Me senté, ocupado en averiguarlo, pero sin pronunciar una sílaba

frente al ave cuyos fieros ojos, ahora, quemaban lo más profundo de mi pecho;

esto y más conjeturaba, sentado con la cabeza reclinada cómodamente.

Tendido en los cojines de terciopelo que reflejaban la luz de la lámpara.

Pero en cuyo terciopelo violeta, reflejando la luz de la lámpara,

          ella no se sentará ¡ah, nunca más!


Entonces, creo, el aire se volvió más denso, perfumado por un invisible incienso

brindado por serafines cuyas pisadas sonaban en el alfombrado.

“Miserable -grité-. Tu Dios te ha permitido, a través de estos ángeles te ha dado un descanso.

Descanso y olvido de las memorias de Leonor.

Bebe, oh bebe este buen filtro, y olvida esa Leonor perdida.

          El cuervo dijo: “Nunca más”.


”Profeta -dije- ser maligno, pájaro o demonio, siempre profeta,

si el tentador te ha enviado, o la tempestad te ha empujado hacia estas costas,

desolado, aunque intrépido, hacia esta desierta tierra encantada,

hacia esta casa tan frecuentada por el honor. Dime la verdad, te lo imploro.

¿Hay, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te lo ruego!”.

           El cuervo dijo: “Nunca más”.


”Profeta -dije-, ser maligno, pájaro o demonio, siempre profeta,

por ese cielo que se cierne sobre nosotros, por ese Dios que ambos adoramos,

dile a esta pobre alma cargada de angustia, si en el lejano Edén

podrá abrazar a una joven santificada a quien los ángeles llaman Leonor,

abrazar a una  preciosa y radiante doncella a quien los ángeles llaman Leonor .”

          El cuervo dijo: “Nunca más”.


”Que esta palabra sea la señal de nuestra separación, pájaro o demonio –grité incorporándome.

¡Vuelve a la tempestad y la ribera plutoniana de la noche!

No dejes ni una pluma negra como prenda de la mentira que ha dicho tu alma.

¡Deja intacta mi soledad! ¡Aparta tu busto de mi puerta!

¡Aparta tu pico de mi corazón, aleja tu forma de mi puerta!”

          El cuervo dijo: “Nunca más”.


Y el cuervo, sin revolotear, todavía posado, todavía posado,

en el pálido busto de Palas encima de la puerta de mi habitación,

sus ojos teniendo todo el parecido del demonio en que está soñando,

y  la luz de la lámpara que le cae encima, proyecta en el suelo su sombra.

Y mi alma, de la sombra que yace flotando en el suelo

          no se levantará... ¡Nunca más !


EDGARD ALLAN POE
Obra completa en poesía
Traducción de Arturo Sánchez
Barcelona, Libros Río Nuevo, 5ª ed., 1978

26.7.11

+”Der Panther”, de Rainer Maria Rilke, con la versión en español de Jaime Ferreiro Alemparte

“Der Panther”, de Rainer Maria Rilke

Der Panther
Im Jardin des Plantes, Paris

Sein Blick ist vom Vorübergehn der Stäbe
so müd geworden, dass er nichts mehr hält.
Ihm ist, als ob es tausend Stäbe gäbe
und hinter tausend Stäben keine Welt.
Der weiche Gang geschmeidig starker Schritte,
der sich im allerkleinsten Kreise dreht,
ist wie ein Tanz von Kraft um eine Mitte,
in der betäubt ein großer Wille steht.
Nur manchmal schiebt der Vorhang der Pupille
sich lautlos auf -. Dann geht ein Bild hinein,
geht durch der Glieder angespannte Stille -
und hört im Herzen auf zu sein.

La Pantera*
En el “Jardin Des Plantes”, París

Su vista está cansada del desfile
de las rejas, y ya nada retiene.
Las rejas se le hacen innumerables,
y el mundo se le acaba tras las rejas.

Blando andar de flexibles fuertes pasos,
y girar en el más pequeño círculo
como danza de una fuerza por un centro,
en que su voluntad se halla aturdida.

Sólo a veces se alza mudo el telón
de sus pupilas. Luego entra una imagen,
va por la tensa calma de sus miembros
y se extingue al llegar al corazón.

Versión de Jaime Ferreiro Alemparte


Rainer María Rilke, Antología poética.
Espasa-Calpe, Madrid, 1976. 

* Primeramente publicado en septiembre de 1903. Escrito en París en 1903, probablemente ya a finales de 1902: es la composición más temprana del ciclo de los Nuevos poemas, escritos en los años 1903-1907. Aparecieron a mediados de diciembre de 1907.” (Nota de Jaime Ferreiro Alemparte.) 

25.7.11

+Poema 18 de “Espantapájaros” (Llorar a lágrima viva), de Oliverio Girondo

Juan Ramón Jiménez acabó poniendo en prosa su poema Espacio, escrito en verso. A este poema en prosa de Oliverio Girondo, el 18 de Espantapájaros, algunas páginas de internet se empeñan en trocearlo como si fuera verso. Que nos baste el ejemplo de JRJ para reconocer que la poesía va más allá del verso y de la prosa.

Poema 18 de Espantapájaros, de Oliverio Girondo

[Cito el poema según la edición del Centro Editor de América Latina, 1987. Incluye, además, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía y Calcomanías.]

18 
Espantapájaros (Al alcance de todos)
[1932]

Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.

Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuyes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.

Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

OLIVERIO GIRONDO

24.7.11

+”Pedro Páramo” [fragmento, 42], de Juan Rulfo, leído por su autor

 Juan Rulfo fotografiado por Manuel Álvarez Bravo


Tanto en mi primera lectura de Pedro Páramo (absorto en una vaga y neblinosa sensación de extrañeza y extravío) como en las posteriores (pertrechado ya de noticias sobre su oculta topografía), esta mágica novela me produjo una sorda conmoción, como si llenara mi alma de luto.

A veces, también yo leo en voz alta fragmentos elegidos al azar, como si fueran poemas los leo. Porque esta prosa, enraizada en el tenebroso tuétano de nuestro ser, destila poesía, una poesía que viste a las palabras con ecos de indefinible misterio.

Leer Pedro Páramo es como ir mas allá de la lectura: es una experiencia que nos atraviesa como una invisible daga, y nos arroja a un mundo soterrado en el que la muerte vive. Escueta novela de inmensa poesía, que limpiamente nos seduce desde el principio (“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”) hasta el final, cuando Pedro Páramo, un rencor vivo, se desmorona como si fuera un montón de piedras.

Entre los lugares creados por la imaginación, Comala me parece uno de los más inolvidables. 

Juan Rulfo lee un fragmento de su novela “Pedro Páramo”

NOTA
Tras cotejar el texto leído por Rulfo con la edición de José Carlos González Boixo (Cátedra), encuentro algunas nimias diferencias. La más llamativa ha resultado ser la que corresponde a esta frase:

En febrero, cuando las mañanas estaban llenas de viento, de gorriones y de luz azul. (Cátedra, pág. 145.)

En la lectura de Rulfo desaparece “azul” (¿desaire a Darío?, ¿olvido?, ¿…?).

23.7.11

+”Mazúrquica modérnica”, un poema lúdico y esdrujulísimo de Violeta Parra, interpretado por ella misma

“Mazúrquica modérnica”, de Violeta Parra
MAZÚRQUICA MODÉRNICA


Me han preguntádico varias persónicas
si peligrósicas para las másicas
son las canciónicas agitadóricas,
ay que pregúntica más infantílica;
sólo un piñúflico la formulárica,
pa mis adéntricos yo comentárica.

Le he contestádico yo al preguntónico:
"Cuando la guática pide comídica,
pone al cristiánico firme y guerrérico
por sus poróticos y sus cebóllicas;
no hay regimiéntico que los deténguica
si tienen hámbrica los populáricos".

Preguntadónicos partidirísticos
disimuládicos y muy malúlicos
son peligrósicos más que los vérsicos,
más que las huélguicas y los desfílicos.
Bajito cuérdica firman papélicos,
lavan sus mánicos como Piláticos.

Caballeríticos almidonádicos,
almibarádicos, miniminimini...
(*)
le echan carbónico al inocéntico
arrellenádicos en los sillónicos.
Cuentan los muérticos de los encuéntricos
como frivólicos y bataclánicos.

Varias matáncicas tiene la histórica
en sus pagínicas bien imprentádicas.
Para montárlicas no hicieron fáltica
las refalósicas revoluciónicas.
El juraméntico jamás cumplídico
es el causántico del desconténtico.

Ni los obréricos
ni los paquíticos
tienen la cúlpita, señor fiscálico.

Lo que yo cántico es una respuéstica
a una pregúntica de unos graciósicos,
y más no cántico porque no quiérico;
tengo flojérica en los zapáticos,
en los cabéllicos, en el vestídico,
en los riñónicos y en el bolsíllico.


GLOSARIO
(Fuente: musica.com)
Piñúflico (Piñufle): Don nadie.
Guática (Guata): Tripa.
Poróticos (Porotos): Alubias.
Bataclánicos (Bataclana): Mujer que trabaja bailando en lugares de mal vivir.
Refalósicas (Refaloza): Danza típica chilena. [Entiendo que hay seseo. L.V.]
Paquíticos (Paco): Policía.
_________________________________________


(*) Conozco otra versión, harto curiosa, de este verso:

almibarádicos, homosex… ni… ni… No alcanzo a entender el sentido de la sustitución de homosex… ni… ni… por miniminimini, aunque quizás se entienda mejor la sustitución tras conocer lo sustituido. ¿Quién sabe?

22.7.11

+”Bluebird”, de Charles Bukowski, y un texto de su novela autobiográfica “La senda del perdedor”

Del documental “Born into this”, de John Dullaghan, 2004.

(En cuanto a los subtítulos de este vídeo, extraña que bluebird aparezca traducido como pájaro triste. mientras que en el documental de Dullaghan, del que forma parte, se traduce, salomónicamente, azul/triste. Por supuesto, otras versiones optan por azul. Parece que entre triste y azul es el pájaro que Bukowski guardaba en su almario, aunque en español nos veamos obligados a ver el pájaro o azul o triste.)

*     *     *

“MENTIRAS MARAVILLOSAS”

La señora Fretag era nuestra profesora de inglés. El primer día de clase nos preguntó nuestros nombres.

—Quiero conoceros a todos —dijo.

Sonrió.

—Ahora, seguro que cada uno de vosotros tiene un padre. Creo que sería interesante que cada uno nos contara en qué trabaja su padre. Empezaremos por el primer asiento y seguiremos por toda la clase. Bueno, Marie, ¿en qué trabaja tu padre?

—Es jardinero.

—¡Ah, eso está muy bien! Asiento número dos... ¿Andrew, en qué trabaja tu padre?

Era terrible. En el vecindario, todos los padres habían perdido su trabajo. Mi padre también había perdido el suyo. El padre de Gene se pasaba el día entero sentado en su porche. Todos los padres estaban sin trabajo excepto el de Chuck, que trabajaba en un matadero. Conducía un coche rojo con el nombre del matadero a los lados.

—Mi padre es bombero —dijo el asiento número dos.

—Ah, muy interesante —dijo la señora Fretag—. Asiento número tres.

—Mi padre es abogado.

—Asiento número cuatro.

—Mi padre es... policía.

¿Qué iba a decir yo? Quizás sólo fueran los padres de mi vecindario los que estaban sin trabajo. Yo había oído algo del crack en el mercado económico. Significaba algo malo. Puede que el crack sólo afectase a nuestro vecindario.

—Asiento número dieciocho...

—Mi padre es actor de cine...

—Diecinueve...

—Mi padre es concertista de violín...

—Veinte...

—Mi padre trabaja en el circo...

—Veintiuno...

—Mi padre es conductor de autobús…

—Veintidós...

—Mi padre es cantante de ópera…

—Veintitrés...

Ése era yo.

—Mi padre es dentista —dije.

La señora Fretag siguió con todo el resto de la clase hasta llegar al treinta y tres.

—Mi padre no tiene trabajo —dijo el número treinta y tres.

Mierda, pensé, debería haber pensado en eso.

Un día la señora Fretag nos puso deberes.

—Nuestro distinguido presidente, Herbert Hoover, va a venir a Los Ángeles este sábado para dar un discurso. Quiero que todos vosotros vayáis a oír al presidente, y quiero que escribáis un ensayo sobre la experiencia y sobre lo que penséis del mensaje del presidente.

¿El sábado? Yo no podía ir. Tenía que segar el césped, cortar todas las hojitas. (Nunca podría cortar todas las hojitas.) Casi todos los sábados recibía una paliza con la badana de afilar porque mi padre encontraba una hojita. (También me pegaba a lo largo de la semana, una o dos veces, por cosas que no hacía o que hacía mal.) No podía decirle de ninguna forma a mi padre que tenía que ir a ver al presidente Hoover.

Así que no fui. Aquel domingo cogí algo de papel y me senté a escribir sobre cómo había visto al presidente. Su coche abierto, abriéndose paso entre senderos de flores, había entrado en el estadio de fútbol. Un coche lleno de agentes secretos iba delante, y otros dos coches iban justo detrás. Los agentes eran tipos valientes con pistolas para proteger a nuestro presidente. La multitud se levantó al entrar el coche del presidente en la cancha. Nunca había ocurrido algo igual. Era el presidente. Era él. Saludó con la mano. Nosotros le respondimos. Una banda comenzó a tocar. Había gaviotas que volaban en círculo encima nuestro [sic] como si supieran también que allí estaba el presidente. Y también había aviones que hacían escritura aérea. Escribían en el cielo cosas como «La prosperidad está a la vuelta de la esquina». El presidente se puso de pie en el coche, y en ese momento se apartaron las nubes y la luz del sol cayó directamente sobre su cara. Era como si Dios también lo supiese. Entonces los coches se detuvieron y nuestro gran presidente, rodeado de agentes del servicio secreto, subió a la tribuna. Al llegar junto al micrófono, un pájaro descendió del cielo y se posó junto a él. El presidente le hizo un gesto de saludo al pájaro y se rió. Todos nos reímos con él. Entonces empezó a hablar y todo el mundo escuchó. Yo apenas pude oír el discurso porque estaba sentado junto a una máquina de freír palomitas que hacía demasiado ruido, pero me pareció oírle decir que el problema de Manchuria no era grave, y que en casa todo se iba a arreglar, no debíamos preocuparnos, y todo lo que debíamos hacer era creer en América. Habría suficiente trabajo para todo el mundo. Los talleres y las fábricas se abrirían de nuevo. Habría suficientes dentistas con suficientes dientes que extraer, suficientes fuegos y suficientes bomberos para apagarlos. Nuestros amigos de Sudamérica pagarían sus deudas. Pronto podríamos dormir en paz, con nuestros estómagos y nuestros corazones llenos. Dios y nuestra gran nación nos rodearían de amor y nos protegerían del mal, de los socialistas, nos despertarían de la pesadilla, para siempre…

El presidente escuchó los aplausos, saludó, volvió a su coche, subió y se fue seguido de coches llenos de agentes secretos mientras el sol empezaba a caer, la tarde se diluía en el crepúsculo, rojo, dorado y maravilloso. Habíamos visto y oído al presidente Hoover.

Entregué mi ensayo el lunes. El martes, la señora Fretag se dirigió a la clase.

—He leído todos vuestros ensayos sobre la visita de nuestro distinguido presidente a Los Ángeles. Yo estaba allí. Algunos de vosotros, me he dado cuenta, no estuvisteis por una razón u otra. Para aquellos que no estuvisteis, os voy a leer este ensayo de Henry Chinaski.

La clase estaba terriblemente silenciosa. Yo era, de lejos, el alumno más impopular de toda la clase. Era como un cuchillo que atravesara todos sus corazones.

—Es muy creativo —dijo la señora Fretag, y empezó a leer mi ensayo. Las palabras sonaban bien. Todo el mundo escuchaba. Mis palabras llenaban la habitación, de pizarra a pizarra, pegaban en el techo y rebotaban, cubrían los zapatos de la señora Fretag y se amontonaban en el suelo. Algunas de las niñas más guapas de la clase comenzaban a echarme miradas. Todos los tíos duros estaban humillados, sus ensayos no valían un pijo. Yo bebía mis palabras como un hombre sediento. Incluso empecé a creérmelas. Vi a Juan allí sentado como si le hubiera pegado un puñetazo en todos los morros. Estiré las piernas y me eché hacia atrás. Se acabó demasiado pronto.

—Con esta gran redacción —dijo la señora Fretag—, se acaba la clase.

La gente se levantó y comenzó a guardar sus cosas.

—Tú no, Henry —dijo la señora Fretag.

Me quedé sentado y ella se quedó allí de pie mirándome.

Entonces dijo:

—Henry, ¿estuviste allí?

Traté de pensar una respuesta. No pude. Dije:

—No, no estuve.

Ella sonrió.

—Eso hace que tenga más mérito.

—Sí, señora…

—Puedes irte, Henry.

Me levanté y salí. Empecé a caminar hacia casa. Así que eso era lo que querían: mentiras. Mentiras maravillosas. Eso es todo lo que necesitaban. La gente era tonta. La cosa iba a ser fácil.

CHARLES BUKOWSKI, La senda del perdedor.
Traducción de Jorge Berlanga y Ernesto Giménez-Caballero.
Barcelona, Anagrama.

21.7.11

+”Il pleure dans mon coeur”, de Paul Verlaine, con dos traducciones al español

Esta poesía de Verlaine desafía cualquier intento de traducción. Parece tarea imposible conservar esa musicalidad, esa honda pesadumbre. A pesar de ello, no cabe la renuncia, y abundan las traducciones, sin importar lo mucho, muchísimo, que se pierde en el trasvase. Pero por  mucho que se pierda, siempre quedará algo.

*     *     *

Este vídeo me ha sorprendido bastante, me resulta muy peculiar, y me agrada su énfasis en la taciturna tristura que desprende el poema. 

Voces: Lucie y Cathryn Robson; música/piano: Billy Cowie; celo, Lucy East

Il pleut doucement en ville.
ARTHUR RIMBAUD

Il pleure dans mon coeur
Comme il pleut sur la ville ;
Quelle est cette langueur
Qui pénètre mon coeur ?

Ô bruit doux de la pluie
Par terre et sur les toits !
Pour un coeur qui s'ennuie,
Ô le chant de la pluie !

Il pleure sans raison
Dans ce coeur qui s'écoeure.
Quoi ! nulle trahison ?…
Ce deuil est sans raison.

C'est bien la pire peine
De ne savoir pourquoi,
Sans amour et sans haine,
Mon coeur a tant de peine !

PAUL VERLAINE

*     *     *

Llueve dulcemente sobre la ciudad.
ARTURO RIMBAUD

Llora en mi corazón
cual llueve en la ciudad.
¿Qué lánguida emoción 
entra en mi corazón?

¡Oh dulce lloviznar
en tierras y tejados!
Para un tedioso ansiar,
¡oh el son del lloviznar!

¡Y llora sin razón, 
corazón hastiado!
¿Por qué, si no hay traición?…
¡Es luto sin razón!

¡Y la pena mayor
es no saber por qué
sin odio y sin amor
siento tanto dolor!

Traducción de Luis Gaurner
Paul Verlaine, Antología poética.
Barcelona, Bruguera, 1969.

*     *     *


Llueve suavemente sobre la ciudad...
ARTHUR RIMBAUD

Llora en mi corazón
como llueve en la ciudad;
¿qué languidez es ésa
que penetra en mi corazón?

¡Oh, ruido suave de la lluvia
en la tierra y en los tejados!
Para un corazón que se aburre
¡el canto de la lluvia!

Llora sin razón
en este corazón que se revuelve.
¡Qué! ¿Ninguna traición?…
Ese luto es sin razón.

¡Es pues la peor pena
no saber por qué,
sin amor y sin odio,
mi corazón siente tanta pena!

Traducción de Carmen Morales & Claude Dubois
Paul Verlaine, Poemas.
Madrid, Nórdica Libros, 2008.

NOTA
En el blog de José Miguel Ridao podéis leer su versión de este poema.

20.7.11

+”Le Pont Mirabeau”, de Guillaume Apollinaire, en su propia voz, con la versión de Octavio Paz

Si Jorge Manrique, el estoico y grave poeta castellano, ve en los ríos una metáfora de nuestra vida, Guillaume Apollinaire, el poeta francés de raíces polacas, ve en el fluir del Sena la marcha del amor, el roto amor que zozobra en el agua del tiempo.

Se va el amor, los días pasan y fluye el Sena. ¡La vida lenta, la esperanza violenta!

Acodado en el pretil del puente Mirabeau, el poeta ve cómo corre el agua, cómo todo pasa. Fiel vigía de lo perdido, notario de desapariciones, repite con ahínco su dolorido sentir.

Apollinaire recita “Le pont Mirabeau”

LE PONT MIRABEAU

Sous le pont Mirabeau coule la Seine
          Et nos amours
     Faut-il qu'il m'en souvienne
La joie venait toujours après la peine


         Vienne la nuit sonne l'heure
         Les jours s'en vont je demeure


Les mains dans les mains restons face à face
          Tandis que sous
     Le pont de nos bras passe
Des éternels regards l'onde si lasse


         Vienne la nuit sonne l'heure
         Les jours s'en vont je demeure


L'amour s'en va comme cette eau courante
          L'amour s'en va
     Comme la vie est lente
Et comme l'Espérance est violente


         Vienne la nuit sonne l'heure
         Les jours s'en vont je demeure


Passent les jours et passent les semaines
          Ni temps passé
     Ni les amours reviennent
Sous le pont Mirabeau coule la Seine


         Vienne la nuit sonne l'heure
         Les jours s'en vont je demeure

GUILLAUME APOLLINAIRE

*     *     *

EL PUENTE DE MIRABEAU

Bajo el puente pasa el Sena
también pasan mis amores
¿hace falta que me acuerde?
tras el goce va la pena

     La noche llega y da la hora
     Se va la hora y me abandona

Pongo en tus manos mis manos
y con los brazos formamos
un puente bajo el que pasan
onda mansa las miradas

La noche llega y da la hora
Se va la hora y me abandona

Amor es agua corriente
y como el agua se va
agua de la vida lenta
y la esperanza violenta

La noche llega y da la hora
Se va la hora y me abandona

Pasan días y semanas
pasan y jamás regresan
días semanas amores
bajo el puente pasa el Sena

La noche llega y da la hora
Se va la hora y me abandona

Versión de Octavio Paz
Versiones y diversiones. Barcelona,
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2000

19.7.11

+”Verrà la morte e avrà i tuoi occhi”, de Cesare Pavese, recitado por Vittorio Gassman, con dos versiones en español

“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” es el poema más conocido de Cesare Pavese. Ese poema, y otros nueve (dos de ellos en inglés) los escribió el poeta, entre el 11 de marzo y el 11 de abril de 1950, para Constance Dowling, su  contrariado amor. Con ese mismo título, junto con otros poemas escritos en 1945, se publicaron, póstumamente, en 1951.

Los poemas fueron encontrados en el despacho del escritor en la editorial Einaudi, después de su suicidio, el 27 de agosto de 1950, en el Hotel Roma de Turín.

Unos meses antes, el 22 de marzo de 1950, el amante confesaba en su diario:

Cuántas cosas no le he dicho. En el fondo, el terror de perderla ahora no es por ansias “de posesión”, sino por miedo a no poderle decir estas cosas. Cuáles sean esas cosas, ahora no lo sé. Pero llegarían como un torrente cuando estuviera con ella. ¡Oh, dios, haz que la recobre!

Y tres días más tarde, reflexionaba así, mezclando eros y tánatos:

Uno no se mata por amor a una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, inermidad, nada.

Y dos días después, por la noche, se desesperaba, vencido por la duda:

Nada. Tengo un carbón en el cuerpo, brasas bajo la ceniza. ¡Oh, C.!, ¿por qué, por qué?

Vittorio Gassman recita a Pavese

Verrà la morte e avrà i tuoi occhi
questa morte che ci accompagna
dal mattino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo. I tuoi occhi
saranno una vana parola,

un grido taciuto, un silenzio.

Cosí li vedi ogni mattina
quando su te sola ti pieghi
nello specchio. O cara speranza,

quel giorno sapremo anche noi
che sei la vita e sei il nulla.

Per tutti la morte ha uno sguardo.
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.

Sarà come smettere un vizio,

come vedere nello specchio

riemergere un viso morto,

come ascoltare un labbro chiuso.
Scenderemo nel gorgo muti.

CESARE PAVESE

Nota
Como podéis comprobar,
en el segundo verso, Gassman  trueca (o al menos eso le parece a mi oído) los pronombres personales: convierte la primera persona del plural (“ci”) en segunda persona del singular (“ti”). Supongo que se trata de un error, pero es tan significativo que pudiera ser deliberado.
Asimismo, en el último verso, añade un segundo “muti”, y un postrer “muti”: una licencia de actor, de gran actor, sin duda.

Mea culpa (tiempo después de la nota precedente)
He vuelto a escuchar varias veces el poema, y sí, en efecto, mi oído me traiciona: Gassman dice “ci”, es decir, “chi”, y no “ti”, como yo oía. Queda, pues, restituida la armonía democrática, ya que la muerte no hace ascos a nadie.
 

*   *   *

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el
espejo. ¡Oh, cara esperanza,
aquel día sabremos, también, 
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,

como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.
(Versión de José Agustín Goytisolo)

*   *   *

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos,
esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como remordimiento antiguo 
o como vicio absurdo. Tus ojos
serán una palabra vana,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también nosotros sabremos ese día
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
surgir un rostro muerto,
como escuchar un labio ya sellado.
Al torbellino bajaremos, mudos.
(Traducción de María de la Luz Uribe)

*   *   *

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una palabra vana,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando te inclinas sola ante el
espejo.
¡Oh querida esperanza,
también nosotros aquel día
sabremos que eres la vida y la nada!

La muerte tiene una mirada para todos.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como ver que emerge de nuevo
un rostro muerto en el espejo,

como escuchar un labio cerrado.
Descenderemos al remolino, mudos.
(Versión de Carles José i Solsona)

18.7.11

+”Una noche” o ”Nocturno III”, de José Asunción Silva, recitado por Berta Singerman, con unas palabras de Juan Ramón Jiménez

Con toda justicia, José Asunción Silva merece entrar en cualquier antología de poetas suicidas, e incluso de poetas a secas, menos numerosos acaso 
que los poetas suicidas.
Gracias a un único poema, el “Nocturno III”, José Asunción Silva se hizo acreedor a figurar en cualquier antología.

En Españoles de tres mundos, Juan Ramón Jiménez fantaseaba así sobre el poeta:

Me gusta representarme a José Asunción Silva desnudo, con su Nocturno segundo [sic] y único en la mano. No necesito de él otro poema, ni otro retrato ni otra biografía, y quemaría el resto de su decadente vida y su escritura confusa: interiores de sedalina, tertulias tontas, encuadernaciones de París, alardes de casino, lacas aproximadas; todo ese dandismo provinciano, vacuo y ridículo que el pobre José Asunción se puso, como el pobre Julián del Casal, alrededor de su espíritu verdadero para asustar o mortificar a los colombianos corrientes, más o menos sensitivos o tolerantes, de una indiferente Bogotá sin culpa.

Y, más adelante, fiel a su peculiar ortografía, el andaluz universal festeja, como si fuera una deslumbramiento, el susodicho poema:

Este nocturno, jermen de tanto en tantos, es sin duda el poema más representativo del último romanticismo y del primer modernismo que se escribió en la América española. Funde dos tendencias o fases idealistas en un punto exacto que coje lo mejor, más desnudo, más esencial de cada una, y desecha de cada una lo sobrante. Es poesía desnuda, poeta desnudo, mujer desnuda, por eso no pasa, como no pasarán los picadores desnudos entre los toros desnudos y los caballos desnudos de Picasso. Es poesía escrita casi no escrita, escrita en el aire con el dedo. Tiene la calidad de un nocturno, de un preludio, un estudio de Chopin eterno, eso que dicen femenino porque está saturado de mujer y luna. Como una joya natural de Chopin, raudal desnudo de Debussi, este río de melodía del fatal colombiano (esta música hablada, suma de amor, sueño, espíritu, majia, sensualidad, melancolía humana y divina) lo guardo en mí, alma y cuerpo, para siempre y siempre que me vuelve me embriaga y me desvela.

¿Y quién mejor que Berta Singerman para interpretar esa música hablada? Música que, como la buena música, gana con la repetición.

Berta Singerman recita “Nocturno III”, de José Asunción Silva