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5.3.09

Ricardo Paseyro

ELLA

Si cuando pienso en ella
puede igual el temor que el desengaño;
si la mitad del corazón vacila
mientras me toma el alma la esperanza;
si la carne se espanta o se sosiega
de ser sensible y no sentir un día;
si dudo, es porque duda en su apariencia,
terrible y suave como el sol, la muerte.

(RICARDO PASEYRO, El alma dividida, 1981.)


Hoy hace un mes que murió en París Ricardo Paseyro. El mismo día en que era enterrado en el cementerio del Père-Lachaise, Ediciones Siruela ponía a la venta en las librerías su último libro, una colección de artículos de combate: Poesía, poetas y antipoetas, la mayor parte publicados a finales de la década de los 50. La nómina de los poetas la conforman: Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Huidobro, Vallejo y Supervielle; y la de los antipoetas, Neruda y Paz. El tiempo transcurrido desde que se escribieron los artículos, permite ver hasta qué punto la justicia poética se hace presente en muchas de las opiniones de Paseyro. Completa el volumen una semblanza de Paseyro por Ignacio Gómez de Liaño, un prólogo de quien esto escribe y una esclarecedora conversación entre Ricardo Paseyro e Yves Roullière, traductor al francés de su poesía.

3.3.09

La vaca de Valle...Inclán



Hace unas semanas, Madrid amaneció lleno de vacas que pacen en las aceras del centro urbano. Forman parte de la Cow Parade, una exposición itinerante de vacas de fibra de vidrio. Son hijas del mismo molde: idéntica forma con distinta apariencia, aunque alguna, más alocada, adopta una pose extravagante y sorprendente, como la vaca torera. Algunas son muy simples, pero todas llaman la atención y arrancan una sonrisa. (Los turistas, con su espíritu práctico, convierten la sonrisa en múltiples fotos.)

Con frecuencia me cruzo con una de estas vacas: silente, florida, en el verde costado luce un lema nada inocente: Ya es primavera. (Efectivamente, se confirma la sospecha: la empresa que patrocina la obra es la misma que comparte con Machado la patente de la primavera.) Esta vaca, florida y primaveral, está a escasos metros de la estatua del enteco y barbudo don Ramón María del Valle-Inclán que mora en el paseo de Recoletos. La vaca y don Ramón se miran de soslayo, con asombro. Pero la vaca no se inmuta, ni muge, ni espanta a las inexistentes moscas. Ni siquiera defeca. Don Ramón, por su parte, se mantiene firme, expectante. Hace días, esa vaca, ¡muuuuuuu!, anduvo por los suelos, embestida por alguna mala bestia. Ahora, tras el percance, queda más cerca de don Ramón, y en su pasmo es fácil adivinar lo que piensa de su espigado y mudo compañero: "cráneo previlegiado".