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«No creo en Dios» —dice
Damiana Palacios, boticaria de cuarenta años. Y habla sin gravedad, entusiasmo
ni arrojo. Más que la expresión de una convicción, la afirmación revela una
manera de estar en el mundo; equivale a manifestar: «La cuestión de la
existencia divina no me interesa».
Empero, Damiana cree en
la quiromancia, en la cartomancia, en la oniromancia, en la uromancia, en la
hidromancia, en la geomancia, en la telepatía y en toda clase de las llamadas
artes notorias, que predicen y vaticinan. Parla de telekinesia, de hipnosis, de
psicoquinesis, de desdoblamientos, de fenómenos ectoplasmáticos, de facultades
ocultas, de ondas cerebrales, de mediums, de bilocaciones y de saberes
paranormales. Una cierta Silvia Carrasco, su amiga, suele echarle las cartas,
como ordinariamente se dice, y siempre descubre y anuncia lances gratos para la
expectante. Feliciana Duero, también amiga, la somete a sesiones de relajación
y pacificaciones. «Tus piernas no pesan; tus brazos son alígeros, no te poseen»
—susurra Feliciana. Y Damiana va cerrando los ojos y abandonando el cuerpo en
mecánico desasimiento. Por último, Rosario Nieto, otra amiga, examina las rayas
de sus manos y le augura novedades.
Damiana no cree en Dios
porque su idea le produce aburrición; tampoco le arrebatan, en verdad, estas
prácticas cabalísticas; sin embargo, las realiza porque las encuentra tangibles
y de prontas respuestas. Dios calla, pero Silvia, Feliciana y Rosario hablan, y
su decir llena el tiempo de la mujer. «Damiana quiere un mundo elemental, hecho
de cosas y percances enumerables» —ha dictaminado un tal José López Martí, su
observador.
«No necesaria una vida
futura para Damiana; tampoco una vida actual grave» —explicó una vez la
palomita a cierto Wilhelm Heintel, chapurreando el idioma alemán. Después
cohabitaron de seis maneras, bien recordadas por la concubitada.
Silvia Carrasco, la
cartomántica; Feliciana Duero, la ensalmadora; Rosario Nieto, la quiromántica;
Pepito Cadenas, un profesor de liceo, y Emigdio Covacho, un burócrata, son los
amigos cotidianos de Damiana. Se reúnen y dicen frases de esta especie: «Mi
hija tarda en vestirse»... «Mi hijo no madruga»... «Tapicé mis sillones»...
«Expulsé tres alumnos de las aulas»... «Compré un perrito con su collar».
«Fulano parece una
araña»: he aquí una proposición demasiado compleja para Damiana y sus amigos;
expresa, en efecto, algo del mundo, y no del simple entorno, por lo cual
resulta excesivamente extensa para aquellos hablantes.
Damiana y sus amigos
viven en Murcia.
MIGUEL
ESPINOSA, Teologiæ
Tractatus [Comienzo del capítulo I de La tríbada falsaria]
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