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27.11.13

“La piedra zen” (Una irónica aportación de Perucho a la mineralogía)

La piedra zen pertenece al mundo oriental y guarda vehementes analogías con la filosofía de tal nombre. Sirve para enjuagues bucales, mezclada con agua y un ramito de hierbabuena. Schopenhauer cantó sus excelencias y parece que la han conocido Spengler y Henri Massis. Por el contrario, en la actualidad no goza de demasiado prestigio, y hay una página de Adorno –un tanto oscura, por cierto– en que se habla de ella con desdén.


Juan Perucho, Lapidario portátil

20.11.13

“Un sueño”, de Yasmina Reza

He tenido un sueño. Mi difunto padre me visitaba.
–Vaya –le dije–, ¿qué tal? ¿Has visto a Beethoven?
Se enfurruña y menea la cabeza, enojado y triste:
–¡Quita, quita! ¡Qué horrible encuentro!
–¿Y eso?
–Muy antipático. Muchísimo.
–No me digas, papá...
–Me acerco a él –prosigue mi padre–, dispuesto a abrazarle, ¿y sabes qué me dice?: «¿Cómo se ha atrevido a tocar el adagio de la Hammerklavier?* ¿Cómo ha podido pensar ni por un segundo en interpretar un compás de la Hammerklavier?». «Discúlpeme, maestro –le contestó mi padre–, le creía por encima de esas cosas ahora.» «¡Pero bueno! –exclamó Beethoven–. ¡Estar muerto no significa ser sensato!»

Yasmina Reza,
Hammerklavier
[Editorial Anagrama. Traducción de Joaquín Jordá]______________________
* Nombre con el que se conoce popularmente la Sonata para piano en si bemol mayor, opus 106, de Beethoven. (N. del T.)

19.11.13

El desparpajo de Montaigne

Hay que tener mucho desparpajo —o ser Montaigne— para decir lo que el sabio francés desliza en el prólogo a sus vastos Ensayos. Tras afirmar que su libro es “un libro de buena fe”, y exponer sus motivos para escribirlo, concluye: “Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro...”. Pero ahí no acaba la frase; tan novedosa afirmación se cierra con un tímido desplante: “... no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano. Adiós pues”.

A mil leguas de los autores zalameros, obligados a dedicar su obra a la nobleza en busca de prebendas, Montaigne se dirige al lector común, advirtiéndole, con sinceridad que le honra, de su responsabilidad en el trato. Curiosa manera esta de invitar al lector al festín de las palabras, apelando al mismo tiempo a su sensatez. Hay que tener mucho desparpajo, o ser Montaigne...