Quien todavía no conozca el vídeo desopilante -¡uf!, gracias al cielo: al fin puedo usar con sentido este extraño vocablo... o voquible- de Gómez de la Serna, sírvase pinchar aquí: El orador. Quien avisa no es traidor.
Los surrealistas son unos seres puros y tenaces, que devuelven a la realidad, por otro camino que el de siempre, su sentido religioso, escatológico y esotérico.
Ramón Gómez de la Serna, Ismos
QUEREMOS CANTAR EL AMOR AL PELIGRO...
UNA BELLEZA NUEVA: LA BELLEZA DE LA VELOCIDAD...
SÓLO HAY BELLEZA EN LA LUCHA...
QUEREMOS GLORIFICAR LA GUERRA -ÚNICA HIGIENE DEL MUNDO-, EL MILITARISMO, EL PATRIOTISMO...
MUSEOS, ¡CEMENTERIOS!...
ADMIRAR UN CUADRO VIEJO ES DERRAMAR NESTRA SENSIBILIDAD EN UNA URNA FUNERARIA...
¡VENGAN, PUES, LOS BUENOS INCENDIARIOS DE DEDOS TIZNADOS!...
EL ARTE SÓLO PUEDE SER VIOLENCIA, CRUELDAD E INJUSTICIA...
¡NO HAY LA MENOR FATIGA EN NUESTROS CORAZONES! ¡ESTÁN ALIMENTADOS DE FUEGO, DE ODIO Y DE VELOCIDAD!...
¡ERGUIDOS EN LA CIMA DEL MUNDO, UNA VEZ MÁS LANZAMOS NUESTRO DESAFÍO A LAS ESTRELLAS!
André Breton, que parecía tener unas aspiraciones más íntimas que los desbocados (o bocazas) futuristas, definió así su invento, el surrealismo: Automatismo psíquico puro, en función del cual uno se propone expresar el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensar con ausencia de todo control ejercido por la razón y al margen de toda preocupación estética o moral. A partir de esa fórmula, la misión de Breton, entronizado como supremo y férreo pontífice del movimiento ("El surrealismo no permite a aquellos que se entregan a él abandonarlo cuando mejor les plazca", escribió en el Primer Manifiesto, pero sí permite expulsar a los que considere disidentes) consistió en "obedecer el dictado mágico del inconsciente, multiplicar en lo posible las confidencias del abismo interior", según informan Durozoi y Lecherbonnier.
Estas nimias disquisiciones, me han llevado a consultar Ismos, el libro en que Gómez de la Serna hace un recorrido por los movimientos artísticos y literarios de vanguardia. En sus páginas, es fácil percibir el espíritu que, en sus inicios, animaba al surrealismo, ajenos a lo que acabaría siendo su devenir. Para entender la subversión antiburguesa del surrealismo de esa primera hora, es un estorbo saber que esa rebeldía acabó convertida, en algunos casos, en la defensa de posiciones totalitarias. El Segundo Manifiesto (1930), con sus expulsiones (Soupault y Artaud, entre otros), marca el punto de inflexión. La Révolution surréaliste, título de la revista del movimiento, y como consecuencia de los lazos con el Partido Comunista, cambia de nombre: Le surréalisme au service de la révolution. (Hasta qué punto incidió el crac de 1929 en las convulsiones de la década siguiente, es algo que se me escapa, pero lo cierto es que a partir de ese momento el fantasma del desempleo acabó convirtiéndose en una terrible realidad omnipresente, que seguramente fue la causa, en parte, de muchas de las cosas que sobrevinieron. A este respecto, Manuel Azaña, en un artículo de 1939 (?) sobre los orígenes de la guerra civil, hablaba de lo pernicioso que resultó el hecho de que, a partir de 1930, se cortara de raíz la emigración a América, como resultado de la crisis económica y de la actitud proteccionista de las repúblicas americanas. Hasta entonces, casi 100.000 personas -la cifra que aporta Azaña parece que es algo excesiva- emigraban cada año, fundamentalmente de Galicia. A partir de 1930, los felices 20 empezaron a convertirse en los terribles 30.)
Volviendo a Gómez de la Serna: en Ismos dedica una veintena de páginas, dentro del artículo "suprarrealismo", a ilustrar lo que, en su momento auroral, representaba ser (o sentirse) surrealista. Se sirve, para ello, de la familia Kloz -monsieur Pierre Kloz, madame Magda Kloz y el jovencito Henri Kloz, el hijo surrealista- para dar una explicación práctica de aquello que, como apostilla Gómez de la Serna, "no acaba de poderse definir bien como doctrina". Copio, de esa veintena de páginas, el capítulo II.
["El hijo surrealista"]
II
El primer disgusto serio entre los Kloz y su hijo sucedió aquella mañana en que el portero subió a anunciar a monsieur Kloz que su hija había tenido un niño y que, al sentirse morir en la hora del parto, había declarado que su hijo era del señorito Henri.
El padre, convertido en abuelo por sorpresa, abrió con iracundia las ventanas de la alcoba de su hijo y dejó su sueño con los párpados arrancados. Una barbaridad que no se le ocurre más que a un padre.
-El portero dice que el hijo de su hija es tuyo -le espetó sin darle tiempo a que naciese a la vida con calma.
-No es mío... Es de su hija... Es un botones... Yo he podido fabricar un botones, pero no un hijo mío... El hijo de la hija de una portera es un botones.
-¿Es eso humanitario?
-Los porteros no merecen ningún humanitarismo porque son abortos de burgueses... Esa chica, por su educación y su alma, no tenía más que buena presencia... Además, están en un escaño tan fácil las hijas de las porteras, que no se es responsable de atropellarlas.
-¿Pero no has encontrado otra mujer en que fijarte?
-No he encontrado otra... La vida está llena de imposibles... Todos tenéis la culpa de estos desaguisados... Las mejores mujeres son las que ya han escogido mis amigos y que todavía no he podido quitárselas.
-Eres un cínico... Tú no eres digno de ser mi hijo.
-Ni tú, entonces, digno de ser mi padre.
-¿No respetas a los viejos?
-Ni a las viejas... No se consigue el perdón de seguir viviendo sino gracias a la tolerancia... Los que tienen el mayor deber de ser nuevos son los viejos... Sólo poniéndose al día, admitiendo y haciendo pública admisión de toda modernidad, podrán ser perdonados... Si no, habrá que matarlos... Son loros con la psitacosis, que es de tan mortal contagio.
-En la China...
-Ya sé lo que me vas a decir, y a eso te contestaré que por eso la China es un pueblo confuso, avejentado, insoluble. Pero no hay teorías ni razones contra lo que yo digo... No hay más que procurar ensanchar la vida, modificarla para la libertad, arreglar lo que más repugna tener que arreglar.
-Fíjate que de ese modo vas contra lo social.
-Sea lo que sea, si lo social es esa cosa repugnante, quieta, irrespirable, voy contra lo social; pero ¿por qué lo social no va a ser otra cosa? Tiene que ser otra cosa.
-No nos comprenderemos nunca.
-Pues tú debes comprenderme a mí aunque yo no pueda comprenderte. La única verdad atendible es la verdad más actual.
-¡A tu padre esas palabras!
-Y a mi madre... Porque no se trata de tu hijo, sino de una juventud que ve que todos los problemas más agudos son escamoteados, y los viejos se hacen los sordos y procuran ganar tiempo para retrasar todas las cosas. Queremos mañana mismo la substitución de una cosa por otra, y que no se os ocurra llamarnos a la guerra para distraer así el problema íntimo de la vida.
-Relajas toda la moral del mundo... No comprendes que el enemigo nos acecha.
-A mí no me acecha más que el portero, que cree que le he robado la flor de su hija, esa flor de té que cuidaba para la Comedia Francesa.
-¡Eres un sinvergüenza!
-Soy un surrealista.
El padre, al oír aquello de surrealista, se quedó pálido de ira, con los lentes temblantes como una ventana cuando ha pasado por la calle un camión lleno de flejes de hierro:
-¡Un surrealista! ¿Y te atreves a confesarlo?
-¡Con toda el alma, y ante el Tribunal Supremo; porque, por surrealista, soy capaz de ir a la cárcel y al patíbulo!
-¡Si supieses siquiera lo que es ser surrealista!
-Es el espíritu de la revolución permanente, que no se deja engañar por ninguna política, que propugna siempre un más allá de programas desconocidos.
Como la discusión había subido de tono, apareció la madre, con una dignidad de confesionario balumbante.
-¿Sabes lo que se ha atrevido a decirme que es?
Madame Kloz abrió los ojos desmesuradamente como si los fuese a dejar caer en la alfombra.
-¡Surrealista!
Madame Kloz dijo entonces:
-Yo ya sabía, pero no había querido darte un disgusto que te pudiese costar la vida... Tienes un principio de diabetes, y una cosa así te puede añadir una barbaridad de azúcar.
Los dos progenitores, con un aire de gran dignidad, salieron de la alcoba, y Henri se comenzó a vestir sin arrepentirse de sus violencias, pues sólo la agresión paternal se aprovecha de que el hijo esté entre los vendajes de las sábanas para darle un disgusto en condiciones tales de inferioridad.
RAMON GÓMEZ DE LA SERNA, Ismos. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1975.
1 comentario:
Me ha encantado el vídeo, Luis. Muy simpático y desopilante el discurso de D. Ramón, y excelentes sus onomatopeyas.
Saludos.
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