Una grave enfermedad, causa de un largo ingreso hospitalario, da pie a estas dos cartas que César Vallejo dirige a su fiel amigo Pablo Abril. En las palabras del poeta late el profundo dolor y el acerado fatalismo del hombre gravemente enfermo, inerme ante el destino. De esas palabras, asediadas por la fatalidad, brota la añoranza del pasado: el recuerdo de los padres lejanos y los cariños perdidos, la memoria de los ritos aprendidos en la infancia. Cuando la muerte ronda, la metafísica extiende las alas, no siendo extraño entonces que se aferre uno a insospechados asideros, ya que si es insoslayable que todo pasa, aún más letal para nuestro egotismo es que nosotros perecemos. El convaleciente Vallejo, cediendo a un irrenunciable deseo de justicia, acaba anhelando “otro mundo de refugio para los muchos que sufren en la tierra”. Américo Ferrari, en un libro lejano (El universo poético de César Vallejo, 1972) aventura una interpretación del dolor en Vallejo, omnipresente dolor que atraviesa tantos poemas de sus libros y que oprime tantas horas de su vida: “El dolor es, en Vallejo, una abertura a la existencia, una vía de conocimiento, fuente de comunicación con todos los seres que sufren (todos los seres sufren), pero también isla en que el poeta se encuentra solo frente a la muerte. Mensajero de la muerte y testigo de la vida, el dolor es manantial de conciencia y el poeta lo busca, se hace doler él mismo para sentirse vivo y se encuentra exiliado, de repente, en la atmósfera extraña de la soledad y del tiempo…” |
[1] París, 19 octbre. 1924 Mi querido Pablo: Parece que la mala suerte sigue empecinada en herirme. Esta carta la escribo desde el hospital de la Charité, Sala Boyer, cama 22, donde acabo de ser operado de una hemorragia intestinal. He sufrido, mi querido amigo, veinte días horribles de dolores físicos y abatimientos espirituales increíbles. Hay, Pablo, en la vida horas de una negrura y cerrada a todo consuelo [sic]. Hay horas más, acaso, mucho más siniestras y tremendas que la propia tumba. Yo no las he conocido antes. Este hospital me las ha presentado, y no las olvidaré. Ahora, en la convalecencia, lloro a menudo por no importa qué causa cualquiera. Una facilidad infantil para las lágrimas me tiene saturado de una inmensa piedad por todas las cosas. A menudo me acuerdo de mi casa, de mis padres y cariños perdidos. Algún día podré morirme, en el transcurso de la azarosa vida que me ha tocado llevar, y entonces, como ahora, me veré solo, huérfano de todo aliento familiar y hasta de todo amor. Pero mi suerte está echada. Estaba escrito. Soy fatalista. Creo que todo está escrito. Dentro de seis u ocho días más creo que saldré del hospital según dice el médico. En la calle me aguarda la vida, lista, sin duda, a golpearme a su antojo. Adelante. Son cosas que deben seguir su curso natural, y no se puede detenerlas. […] Desde mi lecho de infortunio, le envío mi abrazo fraternal y agradecido. César |
[2] París, 5 novbre. 1924 Mi querido Pablo: Mi enfermedad se ha alargado más y más. Ayer hizo un mes que estoy en cama. Después de la operación, me vino de nuevo una hemorragia, que por poco carga conmigo. La noche del domingo 27, pudo haber sido fatal. ¡Horrible! Pero hoy estoy otra vez mejor. Ya estoy, desde el martes, en mi cuarto, pero siempre en cama. El médico me ha dicho que guarde cama todavía y que me cuide. ¡Pablo! Hay gente dura y cruel en el mundo. Hay dolores que espantan, y la muerte es un hecho evidente, pavoroso. Hay gente dura de corazón, y uno puede morirse de miseria. Bueno. Pero qué se va hacer [sic]. Vuelvo a creer en Nuestro Señor Jesucristo. Vuelvo a ser religioso, pero tomando la religión como el supremo consuelo de esta vida. Sí. Sí. Debe haber otro mundo de refugio para los muchos que sufren en la tierra. De otra manera, no se concibe la existencia, Pablo. […] Adiós, Pablo inolvidable. Dios lo proteja y disfrute del mejor bienestar. Le abraza su amigo César |
César Vallejo |