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1.3.11

The fairy-feller’s masterstroke: la obra maestra de Richard Dadd comentada por Octavio Paz

Dadd

Pienso en Richard Dadd pintando durante nueve años, de 1855 a 1864, The
fairy-feller’s masterstroke
[El golpe maestro del
leñador-duende]
en el manicomio de Broadmoor. Un cuadro de dimensiones más bien reducidas [67 cm x 52,5 cm] que es un estudio minucioso de unos cuantos centímetros de terreno –yerbas, margaritas, bayas, guijarros, zarcillos, avellanas, hojas, semillas– en cuyas profundidades aparece una población de seres diminutos, unos salidos de los cuentos de hadas y otros que son probablemente retratos de sus compañeros de encierro y de sus carceleros y guardianes. El cuadro es un espectáculo: la representación del mundo sobrenatural en el teatro del mundo natural. Un espectáculo que contiene otro, paralizador y angustioso, cuyo tema es la expectación: los personajes que pueblan el cuadro esperan un acontecimiento inminente. El centro de la composición es un espacio vacío, punto de intersección de todas las fuerzas y miradas, claro en el bosque de alusiones y enigmas; en el centro de ese centro hay una avellana sobre la que ha de caer el hacha de piedra del leñador. Aunque no sabemos qué esconde la avellana, adivinamos que, si el hacha la parte en dos, todo cambiará: la vida volverá a fluir y se habrá roto el maleficio que petrifica a los habitantes del cuadro. El leñador es joven y robusto, está vestido de paño (o tal vez de cuero) y cubre su cabeza una gorra que deja escapar un pelo ondulado y rojizo. Bien asentado en el suelo pedregoso, empuña en lo alto, con ambas manos, el hacha. ¿Es Dadd? ¿Cómo saberlo, si vemos la figura de espaldas? No obstante, aunque sea imposible afirmarlo con certeza, no resisto a la tentación de identificar la figura del leñador con la del pintor. Dadd estaba encerrado en el manicomio porque, durante una excursión en el campo, presa de un ataque de locura furiosa, había asesinado a hachazos a su padre. El leñador se dispone a repetir el acto pero las consecuencias de esa repetición simbólica serán exactamente contrarias a las que produjo el acto original; en el primer caso, encierro, petrificación; en el segundo, al romper la avellana, el hacha del leñador rompe el hechizo. Un detalle turbador: el hacha que ha de acabar con el hechizo de la petrificación es un hacha de piedra. Magia homeopática.

Dadd

A todos los demás personajes les vemos las caras. Unos emergen entre los accidentes del terreno y otros forman un círculo hipnotizado en torno a la nefasta avellana. Cada uno está plantado en su sitio como clavado por un maleficio y todos tejen entre ellos un espacio nulo pero imantado y cuya fascinación siente inmediatamente todo aquel que contempla el cuadro. Dije siente y debería haber dicho: presiente, pues ese espacio es el lugar de una inminente aparición. Y por esto mismo es, simultáneamente, nulo e imantado: no pasa nada salvo la espera. Los personajes están enraizados en el suelo y son, literal y metafóricamente, plantas y piedras. La espera los ha inmovilizado –la espera que suprime al tiempo y no a la angustia. La espera es eterna: anula al tiempo; la espera es instantánea, está al acecho de lo inminente, de aquello que va a ocurrir de un momento a otro: acelera al tiempo. Condenados a esperar el golpe maestro del leñador, los duendes ven interminablemente un claro del bosque hecho del cruce de sus miradas y en donde no ocurre nada. Dadd ha pintado la visión de la visión, la mirada que mira un espacio donde se ha anulado el objeto mirado. El hacha que, al caer, romperá el hechizo que los paraliza, no caerá jamás. Es un hecho que siempre está a punto de suceder y que nunca ocurrirá. Entre el nunca y el siempre anida la angustia con sus mil patas y su ojo único.

Octavio Paz, El mono gramático.
Barcelona, Seix Barral, 1974.

2 comentarios:

Joselu dijo...

Recuerdo el tiempo en que leía con delectación a Octavio Paz. El mono gramático, Los hijos del limo, El arco y la lira. Me pasaba noches en vela leyéndolo. El ensayo sobre Richar Dadd es una preciosidad. No conocía este cuadro, y no sé si es más interesante la interpretación de Paz o el mismo cuadro del que no hubiera sacado ni una brizna de lo que interpreta el poeta mejicano. Brillante, sugerente, me recuerda una pléyade de intelectuales y artistas que ya no están para fertilizar el pensamiento y el arte.

Luis Valdesueiro dijo...

Antes de esos libros que mencionas, que también frecuenté, para mí fue un descubrimiento la antología de ensayos Los signos en rotación, en el veterano El Libro de Bosillo, de Alianza Editorial. Allí estaban los ensayos sobre Pessoa, sobre Cernuda, sobre Darío, el precursor ensayo sobre el haikú o sobre el cine filosófico de Buñuel, etc.

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