Acerca de El criticón
El Criticón, la más bella obra de Gracián y una de las obras maestras supremas de la literatura española del siglo XVII, es una narración alegórica que muestra cómo concebía Gracián la prudencia en acción. Sus tres partes describen el viaje por la vida de Critilo y Andrenio; la primera se titula “En la primavera de la niñez y en el estío de la juventud”, la segunda “Juiciosa cortesana filosofía, en el otoño de la varonil edad” y la tercera “En el invierno de la vejez”.
El libro se inicia con una descripción del náufrago Critilo a su llegada a las costas de la isla de Santa Elena. Allí encuentra a un joven solitario al que llama Andrenio y al que enseña a hablar. Pronto se hace clara la significación simbólica de sus nombres: Critilo representa el juicio y la prudencia, Andrenio los impulsos naturales del hombre. […]
El libro, compuesto de conceptos, es en sí mismo un gran concepto desarrollado con un ingenio brillantemente sostenido. Gracián enseña, no la manipulación y la maniobra como en sus primeras obras, sino el desengaño y la prudencia, que transforman un hombre en persona y le llevan a esa felicidad que sólo puede encontrarse en el Cielo. Pero Gracián no se ocupa de la virtud modesta que se contenta con la oscuridad. Le interesa la excelencia, la distinción, y el libro termina no con una visión de la salvación cristiana, sino con el difícil paso a la Isla de la Inmortalidad. Quien desee seguir a Critilo y a Andrenio allí,
tome el rumbo de la Virtud insigne, del Valor heroico y llegará a parar al teatro de la Fama, al trono de la Estimación y al centro de la Inmortalidad.
R. O. JONES, Historia de la literatura española. Siglo de Oro: prosa y poesía. 10ª edición. Ariel, Barcelona, 1989.
[Censura de España]
—¿Qué te ha parecido de España? —dijo Andrenio—. Murmuremos un rato della aquí donde no nos oyen.
—Y aunque nos oyeran —ponderó Critilo—, son tan galantes los españoles, que no hicieran crimen de nuestra civilidad. No son tan sospechosos como los franceses; más generosos corazones tienen.
—Pues, dime, ¿qué concepto has hecho de España?
—No malo.
—¿Luego bueno?
—Tampoco.
—Según eso, ni bueno ni malo.
—No digo eso.
—¿Pues qué?
—Agridulce.
—¿No te parece muy seca, y que de ahí les viene a los españoles aquella su sequedad de condición y melancólica gravedad?
—Sí, pero también es sazonada en sus frutos y todas sus cosas son muy substanciales. De tres cosas dicen se han de guardar mucho en ella, y más los extranjeros.
—¿De tres solas? ¿Y qué son?
—De sus vinos, que dementan; de sus soles, que abrasan; y de sus femeniles lunas, que enloquecen.
—¿No te parece que es muy montuosa, y aun por eso poco fértil?
—Así es, pero muy sana y templada; que si fuera llana, los veranos fuera inhabitable.
—Está muy despoblada.
—También vale uno de ella por ciento de otras naciones.
—Es poco amena.
—No la faltan vegas muy deliciosas.
—Está aislada entre ambos mares.
—También está defendida y coronada de capaces puertos y muy regalada de pescados.
—Parece que está muy apartada del comercio de las demás provincias y al cabo del mundo.
—Aun había de estarlo más, pues todos la buscan y la chupan lo mejor que tiene: sus generosos vinos Inglaterra, sus finas lanas Holanda, su vidrio Venecia, su azafrán Alemania, sus sedas Nápoles, sus azúcares Génova, sus caballos Francia, y sus patacones todo el mundo.
—Dime, y de sus naturales ¿qué juicio has hecho?
—Ahí hay más que decir, que tienen tales virtudes como si no tuviesen vicios, y tienen tales vicios como si no tuviesen tan relevantes virtudes.
—No me puedes negar que son los españoles muy bizarros.
—Sí, pero de ahí les nace el ser altivos. Son muy juiciosos, no tan ingeniosos. Son valientes, pero tardos; son leones, mas con cuartana. Muy generosos, y aun perdidos; parcos en el comer y sobrios en el beber, pero superfluos en el vestir. Abrazan todos los extranjeros, pero no estiman los propios. No son muy crecidos de cuerpo, pero de grande ánimo. Son poco apasionados por su patria, y trasplantados son mejores; son muy allegados a la sazón, pero arrimados a su dictamen. No son muy devotos, pero tenaces de su religión. Y absolutamente es la primer nación de Europa: odiada, porque envidiada.
BALTASAR GRACIÁN, El Criticón, segunda parte, crisi III. Edición de Elena Cantarino. Espasa (Austral), Madrid, 2007.
4 comentarios:
Este invierno pasado leí El Criticón. Una lectura que hace tiempo tenía pendiente y quedé absorbida y fascinada. En la segunda parte, crisi cuarta hace el siguiente elogio del libro y la lectura: "¿Qué Jardín del Abril, qué Aranjuez del Mayo como una librería selecta? ¿Qué convite más delicioso para el gusto de un discreto como un culto museo, donde se recrea el entendimiento, se enriquece la memoria, se alimenta la voluntad, se dilata el coraçón, y el espíritu se satisfaze?...¡Oh gran gusto el leer, empleo de personas, que si no las halla, las haze! Poco vale la riqueza sin la sabiduría, y de ordinario andan reñidas: los que más tienen menos saben, y los que más saben menos tienen, que siempre conduce la ignorancia borregos con vellocino de oro." Disculpe la extensión. Un saludo.
Al contrario, agradecido. Es tan grande ese libro, en todos los sentidos, que siempre que se vuelve a él resulta novedoso y sorprendente.
Saludos.
No le parece actual, como todo lo de Gracián, la descripción del pólítico (I, crisi 6):
—Yo lo creo —dijo Critilo—, que todos me parece van por extremos en el mundo. ¿Quién es éste, dinos, que pica más en FALSO que en FALTO?
—¿No habéis oído nunca nombrar el famoso Caco? Pues éste lo es de la política: digo, un caos de la razón de Estado. De este modo corren hoy los estadistas, al revés de los demás; así proceden en sus cosas para desmentir toda atención ajena, para deslumhrar discursos. No querrían que por las huellas les rastreasen sus fines: señalan a una parte y dan en otra; publican uno y ejecutan otro; para decir no, dicen sí; siempre al contrario, cifrando en las encontradas señales su vencimiento. Para éstos es menester un otro Hércules que, con la maña y la fuerza, averigüe sus pisadas y castigue sus enredos.
* Su blog enriquece, y alegra saber las coincidencias en las preferencias de verdaderos escritores.
Muchas gracias, Ramón, por sus palabras y las de Gracián que trae a colación. Ciertamente, El Criticón es un pozo sin fondo de sabiduría.
Saludos.
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