Con Las historias gallegas, Álvaro Cunqueiro logró un libro entrañable, se mire por donde se mire. La fantasía y la realidad parecen indiscernibles, atrapadas en una lógica mágica y jovial que propicia sonrisas. Todo resulta de lo más natural, y no hay lugar para la sorpresa, incluso si un paraguas, lleno de escrúpulos porque su importe se dejó a deber en la tienda, lucha contra su destino y, henchido de dignidad, declara: "¡No me mojo por nada de este mundo!" Qué cosa más natural que un paraguas tenga sus buenas razones para no mojarse. ¿Quién será tan desalmado que no entienda su queja?
Cada una de estas historias, hijas de una imaginación fértil y pizpireta, deja tras de sí un reguero de alegría en el ánimo y un gozoso rebullir. Historias encantadoras, como la de Vitorio Lence, tan entrañable y coherente. Pero cada historia tiene su encanto particular, ya se trate de la "Historia de un paraguas", o de "El bolimarte", o de "Una siria en Ribadeo", o de "La voladora de Serantes", o de "Tristán García"... Cualquiera de ellas... Todas.
Así presenta Cunqueiro estas páginas memorables, tan memorables como las sorprendentes historias de Escuela de curanderos:
Estas estampas son retratos al minuto de diversos gallegos, en los cuales aparecen algunas de las condiciones esenciales de este pueblo del Finisterre, la región más occidental de España y del Viejo Mundo... En estos pequeños retratos míos aparece el gallego tal y como es, a la vez creador y escéptico, mágico pero racionalista, supersticioso y espiritual. Una mezcla bastante compleja, pero que constituye un éxito humano. Este gallego ha vivido durante siglos rodeado de extrañas poblaciones invisibles, os mouros, as fadas, protegido por un conjunto que sorprende a los antropólogos de meigas, sabias, adivinas, arresponsadoras; ha evitado con los cruceros el pavor de las encrucijadas, ha aprendido a hablar con los animales, a ahuyentar el lobo, a curarse sus enfermedades -muchas de las cuales no son de médico-, y ha sabido cómo obtener la ayuda de los santos patronos en las iglesias perdidas en los montes, en los valles, en la beiramar. El gallego tiene santuarios para la cura de todo mal, desde Nosa Señora do Corpiño que cura a los privados de la mente, hasta San Amaro, que libra del reúma a sus ofrecidos, Roque, Cosme, los Milagros de Saavedra o los Milagros de Amil... Cada una de mis estampas supone una actitud ante un hecho de vida, pero también ante una ilusión o un sueño.
[De la "Introducción", febrero 1981.]
Como regresó de Cuba con un panamá, reloj con cadena de oro, anteojos para leer el periódico y hablando castellano, comenzaron a darle el don, don Vitorio Lence. Tendría sus cuarenta y cinco años, más de mediana estatura, el pelo arrubiado y rizo, y era muy amable conversador. Empezó a dar consejos a los vecinos enfermos, los cuales sanaban si atendían a sus instrucciones. Don Vitorio Lence aseguraba que en Santiago de Cuba había aprendido ciencia médica con un sabio negro.
-Aquí levantan la paletilla -decía-, pero en Cuba levantaban el aliento.
Don Vitorio Lence levantaba el aliento a sus vecinos enfermos, y también acertaba con las vacas y los cerdos. No cobraba nada, acudía siempre que lo llamaban, y era muy apreciado. Un día lo llamaron para que viese al sacristán de Pol, que tenía un cólico. Don Vitorio Lence le tomó el pulso y le dijo:
-Estás mal, pero yo puedo curarte, que tengo fuerza medicinal para ello, pero, para pasártela, tengo que ponerme desnudo y tú también.
Don Vitorio Lence se desnudó y se puso a los pies de la cama del sacristán, haciendo con las manos pases en el aire. Terminada la sesión, recetó una infusión de flor de tojo. Al sacristán le pasó el cólico, y nunca más volvió a tener otro. El caso fue muy comentado. Hubo muchos enfermos a los que don Vitorio Lence curó desnudándose ante ellos para que de su cuerpo saliesen con facilidad las virtudes curativas. Muy respetuoso, antes de desnudarse pedía a las señoras que cerrasen los ojos. A veces explicaba que si hubiese la instalación adecuada, que podía probar que tenía en su cuerpo corriente eléctrica suficiente para encender una bombilla de cuarenta.
Una tarde de invierno lo llamaron para que fuese al pazo de Meza, que la más joven de las señoritas estaba muy mal. Un médico había dicho que era cosa de estómago y otro que tenía mal el hígado. El caso es que estaba muy mal. Era la más joven de las tres hermanas solteronas, y aún estaba de buen ver. Pasaba el día bordando, cuidando las flores y tocaba algo el piano. Don Vitorio Lence aseguró que aquel era precisamente uno de los casos en los que no tenía más remedio que desnudarse. Las tres hermanas celebraron sesión en el comedor de la casa, y decidieron que lo más importante en esta vida es la salud y que un desnudo de hombre tomado como medicina, que no suponía deshonestidad. ¡Si vivieran sus padres y lo vieran! Pero los tiempos cambiaban y las ciencias adelantaban. Don Vitorio Lence se desnudó a los pies de la cama de la señorita Delia, hizo los pases de rigor, le frotó los pies, y finalmente, dándole un beso en uno de ellos, le dijo:
-¡Ya está usted curada!
Lo que estaba era mejorada, pero de vez en cuando le venían los dolores y unos sofocos, y había que llamar de nuevo a don Vitorio Lence. Un día don Vitorio le dijo a las hermanas:
-Para una curación completa, no hay más solución que el cuerpo a cuerpo. Y como se trata de una señorita muy decente, no tengo inconveniente en sacrificarme y pasar al matrimonio.
Y como la salud es lo más importante de esta vida, doña Delia se casó con don Vitorio, y con el matrimonio curó del todo. Por pedido de su mujer, don Vitorio se retiró de la medicina de señoras, y últimamente se dedicaba al ganado, lo que no le obligaba a desnudarse.
ÁLVARO CUNQUEIRO: "Vitorio Lence", en Las historias gallegas (Obras literarias en castellano, II). Biblioteca Castro, Madrid, 2006.
Bajo esta etiqueta -Florilegio (Antología mínima de autores varios)- pretendo acoger una selección de textos breves (verso y prosa) que, al margen de cualquier juicio crítico, me han interesado como lector. Los textos en prosa responden a "géneros" que hacen de la brevedad virtud: aforismos, poemas en prosa, fragmentos, microcuentos, etc. De los textos poéticos en otras lenguas ofrezco el original. Menciono, asimismo, la edición utilizada en cada caso. (Téngase por excepción cualquier olvido de estas pautas.) |
3 comentarios:
Como viajero frecuenta a Galicia, me suelo alojar cerca de Mondoñedo en cuya plaza hay una estatua de Cunqueiro sentado frente a la catedral en un gesto entre el escepticismo y la ensoñación. Leí hace años Las crónicas del sochantre y algún otro libro de relatos en que sobresale la ironía y el humor fino -como el del fragmento que recoges-. Galicia es tierra de buena literatura, tanto en castellano como en gallego. Este verano me quedé asombrado por la variedad y calidad de sus poetas, y que son desconocidos fuera de allí. Saludaré a Cunqueiro de tu parte.
Estoy de acuerdo, Joselu. Galicia ha dado muy buenos escritores, en castellano y en gallego. Incluso algunos, como Rosalía, tienen un puesto de honor en la historia de ambas literaturas.
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