Ramón Gómez de la Serna, alias Ramón, dice:
Esas toallas limpias, felpudas y sin h, como se escribe toalla, aunque casi todo el mundo lo escriba con h, que no se sabe de dónde proviene, pero que debe de tener alguna procedencia atávica y antediluviana, porque ni en su más remota etimología se ha escrito toalla con h, o quizás por su parentesco con alomohada; esas toallas baratas sólo tienen un defecto: que caracterizan al que se seca con ellas, que convierten en comendadores, en convidados de piedra a los que las usan. Sueltan bigote, barba y patillas de algodón blanco cada vez que se las utiliza. (Ramonismo, Calpe, 1923.)
15.6.09
A vueltas con la h
La persecución de la h continúa. Y conviene aclarar que es ella la que me persigue a mí. Ya no se trata de que aparezca donde no tiene que aparecer, no: ahora se manifiesta donde mejor le parece. Vamos al caso: empiezo a leer un libro de Gombrowicz, comprado hoy mismo, y una h trastrocada me asalta desde la primera frase del prólogo: «Nadie podría adivinar que tras estas seis horas y cuarto que nos aguardan se encuentra un hombre deshauciado.» Mientras no esté desahuciado... ¡Mucho cuidado con la h! Inaudible y enredosa, cuando te persigue, no descansa. Donde menos se la espera, allí está (aunque también sucede lo contrario). "¿Para qué necesita hombre una h; ni otra hembra?", se pregunta el testarudo JRJ, a quien divertía ir contra la Academia y hacer rabiar a los críticos, según confesión propia. Pese a sustentar sus ideas ortográficas en el amor a la sencillez y en el odio a lo inútil, algo le impidió, por más que la repudiara, renunciar a la h (¿escrúpulos de estética, acaso?). Aunque tenía sobradas razones para hacerlo, el poeta de Moguer, Uelva -digo, Huelva- no dejó de emplearla.
14.6.09
Cuatro gatos, antología
Cuatro gatos es el felino título que el amigo Agustín Porras ha dado a la antología, recién publicada por Huerga & Fierro, en que acoge “otras voces fundamentales en y para la poesía española del siglo XXI”, según reza el subtítulo. Estas voces pertenecen a los siguientes poetas: Ángel Guinda, Javier Salvago, Lorenzo Martín del Burgo y María Antonia Ortega: cuatro raros creadores, según los define el antólogo, de estética muy distinta, unidos por la fidelidad a la poesía. Cada selección de poemas, que el antólogo no consultó con los poetas, viene precedida por las palabras de un poeta, buen conocedor del autor y de su obra. Así, Manuel Martínez Forega presenta a Ángel Guinda; Fernando Ortiz, a Javier Salvago; Luis Alberto de Cuenca y Amador Palacios, a Lorenzo Martín del Burgo y, por último, Mario Merlino, a María Antonia Ortega.
Como no hay antología que no pueda ser reducida a la mínima expresión, propongo, como botón de muestra, esta pequeña selección: dos poemas breves, un poema en prosa, también breve, y un soneto, tan breve como lo permiten sus catorce versos.
LOS ANILLOS DEL HUMO
Quise apresar el mundo con palabras:
Quedé atrapado en ellas.
Busqué palabras como mundos:
enmudecí.
Sin mundo, sin palabras,
persigo, en el humo, la luz.
Ángel Guinda
LA CULPA ES DE ESTE OFICIO
La culpa es de este oficio. De tanto darle vueltas
a todo, todo acaba perdiendo consistencia.
Tanto jugar con fuego, que el jugador se quema
—y nada importa si no ofrece un buen tema—.
Juro que algunas noches me habría muerto, sin pena,
de poderlo contar, después, en un poema.
Javier Salvago
LA FILOSOFÍA
ERA dulce morir abriéndose las venas,
bebiendo miel con vino en un baño templado,
cumpliendo puntualmente los decretos del hado
(el que puede morir no conoce cadenas).
Era dulce vivir a la sombra del pórtico,
oyendo el vigoroso disertar del maestro,
que el enigma disuelve con movimiento diestro.
Era dulce seguir su periplo retórico.
Era dulce aspirar la fragancia intangible
de la efímera rosa de los días fugaces,
que quedamente pasan y vuelven pertinaces,
siguiendo del eterno retorno el infalible
transcurrir. Y era dulce, era dulce y sombrío
del terrible destino amar el desvarío.
Lorenzo Martín del Burgo
NOCHE OSCURA DEL CUERPO
Tan grande es el espanto que los miembros de mi cuerpo y todos sus músculos se me antojan una tripulación asustada a bordo de una nave a la que zarandea la tormenta.
Otras veces creo oír en él el crujido de alguna madera, una puerta que golpea el viento, o los pasos sigilosos de algún visitante furtivo, tal vez los de algún ladrón.
Mi cuerpo me da miedo algunos días, como si fuese una casa abandonada con los cristales de las ventanas rotos y muchas veces saqueada, como si fuese una casa construida al borde del precipicio, como si fuese una casa que nunca hubiera servido de hogar, como si ya se hubiesen muerto todos. Mi cuerpo ya es demasiado grande para mí.
María Antonia Ortega
Como no hay antología que no pueda ser reducida a la mínima expresión, propongo, como botón de muestra, esta pequeña selección: dos poemas breves, un poema en prosa, también breve, y un soneto, tan breve como lo permiten sus catorce versos.
LOS ANILLOS DEL HUMO
Quise apresar el mundo con palabras:
Quedé atrapado en ellas.
Busqué palabras como mundos:
enmudecí.
Sin mundo, sin palabras,
persigo, en el humo, la luz.
Ángel Guinda
LA CULPA ES DE ESTE OFICIO
La culpa es de este oficio. De tanto darle vueltas
a todo, todo acaba perdiendo consistencia.
Tanto jugar con fuego, que el jugador se quema
—y nada importa si no ofrece un buen tema—.
Juro que algunas noches me habría muerto, sin pena,
de poderlo contar, después, en un poema.
Javier Salvago
LA FILOSOFÍA
ERA dulce morir abriéndose las venas,
bebiendo miel con vino en un baño templado,
cumpliendo puntualmente los decretos del hado
(el que puede morir no conoce cadenas).
Era dulce vivir a la sombra del pórtico,
oyendo el vigoroso disertar del maestro,
que el enigma disuelve con movimiento diestro.
Era dulce seguir su periplo retórico.
Era dulce aspirar la fragancia intangible
de la efímera rosa de los días fugaces,
que quedamente pasan y vuelven pertinaces,
siguiendo del eterno retorno el infalible
transcurrir. Y era dulce, era dulce y sombrío
del terrible destino amar el desvarío.
Lorenzo Martín del Burgo
NOCHE OSCURA DEL CUERPO
Tan grande es el espanto que los miembros de mi cuerpo y todos sus músculos se me antojan una tripulación asustada a bordo de una nave a la que zarandea la tormenta.
Otras veces creo oír en él el crujido de alguna madera, una puerta que golpea el viento, o los pasos sigilosos de algún visitante furtivo, tal vez los de algún ladrón.
Mi cuerpo me da miedo algunos días, como si fuese una casa abandonada con los cristales de las ventanas rotos y muchas veces saqueada, como si fuese una casa construida al borde del precipicio, como si fuese una casa que nunca hubiera servido de hogar, como si ya se hubiesen muerto todos. Mi cuerpo ya es demasiado grande para mí.
María Antonia Ortega
12.6.09
H
Últimamente me persigue la h. ¿Quién dijo que era una letra inútil? Inútil o no, lo cierto es que prolifera sin tasa, ilegítimamente. Un día, hojeo (¿o acaso ojeo?) un libro de Juan de Ávila, y me topo con ella: «Yo, como sordo no oía, y como mudo no habría la boca (Sal 38, 14).»
Otro día, me la encuentro en un libro que no recuerdo.
Ayer, leyendo a san Juan Clímaco, me topo con ella, ululante:
«Ocurre allí abundante e invisible amargura, en particular para los descuidados, hasta que nuestra imaginación, ese perro husmeante que da vueltas a la carne del mercado con ahullidos jaranosos se vea por la sencillez profundamente libre de ira y procure diligentemente alcanzar amor y desear santidad teniendo un director.»
Hoy, hojeo (¿o acaso ojeo?) un libro de Juan de Montalvo, y me vuelvo a topar con ella, imperativa:
«Hechad la vista a la Historia Eclesiástica de Rufino y ved allí a Santa Sofronia que se da de puñaladas, cual otra Lucrecia, por huir de las brutales manos del emperador Maxencio.»
Esta exuberancia de la h (exhuberante ha sido un vocablo muy socorrido en algunos suplementos dominicales, supongo que por exotismo) no es nueva. La vez que más me sorprendió la h traidora fue cuando la encontré en las bases de un concurso oficial sobre el centenario del Quijote, dirigido a colegiales. Allí campaba (o acaso campeaba, como también se oye) por sus respetos, cual mascarón de proa de la palabra 'izquierda'. Escrito así: hizquierda. (Esto hay que verlo, para que espante.)
Por otra parte, Unamuno le dio a tan fatídica letra un uso inteligente y ecuánime cuando habló, en sus notas sobre la guerra civil, de los hunos y los hotros. (Esto también hay que verlo, para que tenga sentido.) Esa h adventicia sí que estaba sobrada de razón.
Otro día, me la encuentro en un libro que no recuerdo.
Ayer, leyendo a san Juan Clímaco, me topo con ella, ululante:
«Ocurre allí abundante e invisible amargura, en particular para los descuidados, hasta que nuestra imaginación, ese perro husmeante que da vueltas a la carne del mercado con ahullidos jaranosos se vea por la sencillez profundamente libre de ira y procure diligentemente alcanzar amor y desear santidad teniendo un director.»
Hoy, hojeo (¿o acaso ojeo?) un libro de Juan de Montalvo, y me vuelvo a topar con ella, imperativa:
«Hechad la vista a la Historia Eclesiástica de Rufino y ved allí a Santa Sofronia que se da de puñaladas, cual otra Lucrecia, por huir de las brutales manos del emperador Maxencio.»
Esta exuberancia de la h (exhuberante ha sido un vocablo muy socorrido en algunos suplementos dominicales, supongo que por exotismo) no es nueva. La vez que más me sorprendió la h traidora fue cuando la encontré en las bases de un concurso oficial sobre el centenario del Quijote, dirigido a colegiales. Allí campaba (o acaso campeaba, como también se oye) por sus respetos, cual mascarón de proa de la palabra 'izquierda'. Escrito así: hizquierda. (Esto hay que verlo, para que espante.)
Por otra parte, Unamuno le dio a tan fatídica letra un uso inteligente y ecuánime cuando habló, en sus notas sobre la guerra civil, de los hunos y los hotros. (Esto también hay que verlo, para que tenga sentido.) Esa h adventicia sí que estaba sobrada de razón.
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