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12.6.09

H

Últimamente me persigue la h. ¿Quién dijo que era una letra inútil? Inútil o no, lo cierto es que prolifera sin tasa, ilegítimamente. Un día, hojeo (¿o acaso ojeo?) un libro de Juan de Ávila, y me topo con ella: «Yo, como sordo no oía, y como mudo no habría la boca (Sal 38, 14).»
Otro día, me la encuentro en un libro que no recuerdo.
Ayer, leyendo a san Juan Clímaco, me topo con ella, ululante:
«Ocurre allí abundante e invisible amargura, en particular para los descuidados, hasta que nuestra imaginación, ese perro husmeante que da vueltas a la carne del mercado con ahullidos jaranosos se vea por la sencillez profundamente libre de ira y procure diligentemente alcanzar amor y desear santidad teniendo un director.»
Hoy, hojeo (¿o acaso ojeo?) un libro de Juan de Montalvo, y me vuelvo a topar con ella, imperativa:
«Hechad la vista a la Historia Eclesiástica de Rufino y ved allí a Santa Sofronia que se da de puñaladas, cual otra Lucrecia, por huir de las brutales manos del emperador Maxencio.»
Esta exuberancia de la h (exhuberante ha sido un vocablo muy socorrido en algunos suplementos dominicales, supongo que por exotismo) no es nueva. La vez que más me sorprendió la h traidora fue cuando la encontré en las bases de un concurso oficial sobre el centenario del Quijote, dirigido a colegiales. Allí campaba (o acaso campeaba, como también se oye) por sus respetos, cual mascarón de proa de la palabra 'izquierda'. Escrito así: hizquierda. (Esto hay que verlo, para que espante.)
Por otra parte, Unamuno le dio a tan fatídica letra un uso inteligente y ecuánime cuando habló, en sus notas sobre la guerra civil, de los hunos y los hotros. (Esto también hay que verlo, para que tenga sentido.) Esa h adventicia sí que estaba sobrada de razón.

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