La persecución de la h continúa. Y conviene aclarar que es ella la que me persigue a mí. Ya no se trata de que aparezca donde no tiene que aparecer, no: ahora se manifiesta donde mejor le parece. Vamos al caso: empiezo a leer un libro de Gombrowicz, comprado hoy mismo, y una h trastrocada me asalta desde la primera frase del prólogo: «Nadie podría adivinar que tras estas seis horas y cuarto que nos aguardan se encuentra un hombre deshauciado.» Mientras no esté desahuciado... ¡Mucho cuidado con la h! Inaudible y enredosa, cuando te persigue, no descansa. Donde menos se la espera, allí está (aunque también sucede lo contrario). "¿Para qué necesita hombre una h; ni otra hembra?", se pregunta el testarudo JRJ, a quien divertía ir contra la Academia y hacer rabiar a los críticos, según confesión propia. Pese a sustentar sus ideas ortográficas en el amor a la sencillez y en el odio a lo inútil, algo le impidió, por más que la repudiara, renunciar a la h (¿escrúpulos de estética, acaso?). Aunque tenía sobradas razones para hacerlo, el poeta de Moguer, Uelva -digo, Huelva- no dejó de emplearla.
15.6.09
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