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22.7.11

+”Bluebird”, de Charles Bukowski, y un texto de su novela autobiográfica “La senda del perdedor”

Del documental “Born into this”, de John Dullaghan, 2004.

(En cuanto a los subtítulos de este vídeo, extraña que bluebird aparezca traducido como pájaro triste. mientras que en el documental de Dullaghan, del que forma parte, se traduce, salomónicamente, azul/triste. Por supuesto, otras versiones optan por azul. Parece que entre triste y azul es el pájaro que Bukowski guardaba en su almario, aunque en español nos veamos obligados a ver el pájaro o azul o triste.)

*     *     *

“MENTIRAS MARAVILLOSAS”

La señora Fretag era nuestra profesora de inglés. El primer día de clase nos preguntó nuestros nombres.

—Quiero conoceros a todos —dijo.

Sonrió.

—Ahora, seguro que cada uno de vosotros tiene un padre. Creo que sería interesante que cada uno nos contara en qué trabaja su padre. Empezaremos por el primer asiento y seguiremos por toda la clase. Bueno, Marie, ¿en qué trabaja tu padre?

—Es jardinero.

—¡Ah, eso está muy bien! Asiento número dos... ¿Andrew, en qué trabaja tu padre?

Era terrible. En el vecindario, todos los padres habían perdido su trabajo. Mi padre también había perdido el suyo. El padre de Gene se pasaba el día entero sentado en su porche. Todos los padres estaban sin trabajo excepto el de Chuck, que trabajaba en un matadero. Conducía un coche rojo con el nombre del matadero a los lados.

—Mi padre es bombero —dijo el asiento número dos.

—Ah, muy interesante —dijo la señora Fretag—. Asiento número tres.

—Mi padre es abogado.

—Asiento número cuatro.

—Mi padre es... policía.

¿Qué iba a decir yo? Quizás sólo fueran los padres de mi vecindario los que estaban sin trabajo. Yo había oído algo del crack en el mercado económico. Significaba algo malo. Puede que el crack sólo afectase a nuestro vecindario.

—Asiento número dieciocho...

—Mi padre es actor de cine...

—Diecinueve...

—Mi padre es concertista de violín...

—Veinte...

—Mi padre trabaja en el circo...

—Veintiuno...

—Mi padre es conductor de autobús…

—Veintidós...

—Mi padre es cantante de ópera…

—Veintitrés...

Ése era yo.

—Mi padre es dentista —dije.

La señora Fretag siguió con todo el resto de la clase hasta llegar al treinta y tres.

—Mi padre no tiene trabajo —dijo el número treinta y tres.

Mierda, pensé, debería haber pensado en eso.

Un día la señora Fretag nos puso deberes.

—Nuestro distinguido presidente, Herbert Hoover, va a venir a Los Ángeles este sábado para dar un discurso. Quiero que todos vosotros vayáis a oír al presidente, y quiero que escribáis un ensayo sobre la experiencia y sobre lo que penséis del mensaje del presidente.

¿El sábado? Yo no podía ir. Tenía que segar el césped, cortar todas las hojitas. (Nunca podría cortar todas las hojitas.) Casi todos los sábados recibía una paliza con la badana de afilar porque mi padre encontraba una hojita. (También me pegaba a lo largo de la semana, una o dos veces, por cosas que no hacía o que hacía mal.) No podía decirle de ninguna forma a mi padre que tenía que ir a ver al presidente Hoover.

Así que no fui. Aquel domingo cogí algo de papel y me senté a escribir sobre cómo había visto al presidente. Su coche abierto, abriéndose paso entre senderos de flores, había entrado en el estadio de fútbol. Un coche lleno de agentes secretos iba delante, y otros dos coches iban justo detrás. Los agentes eran tipos valientes con pistolas para proteger a nuestro presidente. La multitud se levantó al entrar el coche del presidente en la cancha. Nunca había ocurrido algo igual. Era el presidente. Era él. Saludó con la mano. Nosotros le respondimos. Una banda comenzó a tocar. Había gaviotas que volaban en círculo encima nuestro [sic] como si supieran también que allí estaba el presidente. Y también había aviones que hacían escritura aérea. Escribían en el cielo cosas como «La prosperidad está a la vuelta de la esquina». El presidente se puso de pie en el coche, y en ese momento se apartaron las nubes y la luz del sol cayó directamente sobre su cara. Era como si Dios también lo supiese. Entonces los coches se detuvieron y nuestro gran presidente, rodeado de agentes del servicio secreto, subió a la tribuna. Al llegar junto al micrófono, un pájaro descendió del cielo y se posó junto a él. El presidente le hizo un gesto de saludo al pájaro y se rió. Todos nos reímos con él. Entonces empezó a hablar y todo el mundo escuchó. Yo apenas pude oír el discurso porque estaba sentado junto a una máquina de freír palomitas que hacía demasiado ruido, pero me pareció oírle decir que el problema de Manchuria no era grave, y que en casa todo se iba a arreglar, no debíamos preocuparnos, y todo lo que debíamos hacer era creer en América. Habría suficiente trabajo para todo el mundo. Los talleres y las fábricas se abrirían de nuevo. Habría suficientes dentistas con suficientes dientes que extraer, suficientes fuegos y suficientes bomberos para apagarlos. Nuestros amigos de Sudamérica pagarían sus deudas. Pronto podríamos dormir en paz, con nuestros estómagos y nuestros corazones llenos. Dios y nuestra gran nación nos rodearían de amor y nos protegerían del mal, de los socialistas, nos despertarían de la pesadilla, para siempre…

El presidente escuchó los aplausos, saludó, volvió a su coche, subió y se fue seguido de coches llenos de agentes secretos mientras el sol empezaba a caer, la tarde se diluía en el crepúsculo, rojo, dorado y maravilloso. Habíamos visto y oído al presidente Hoover.

Entregué mi ensayo el lunes. El martes, la señora Fretag se dirigió a la clase.

—He leído todos vuestros ensayos sobre la visita de nuestro distinguido presidente a Los Ángeles. Yo estaba allí. Algunos de vosotros, me he dado cuenta, no estuvisteis por una razón u otra. Para aquellos que no estuvisteis, os voy a leer este ensayo de Henry Chinaski.

La clase estaba terriblemente silenciosa. Yo era, de lejos, el alumno más impopular de toda la clase. Era como un cuchillo que atravesara todos sus corazones.

—Es muy creativo —dijo la señora Fretag, y empezó a leer mi ensayo. Las palabras sonaban bien. Todo el mundo escuchaba. Mis palabras llenaban la habitación, de pizarra a pizarra, pegaban en el techo y rebotaban, cubrían los zapatos de la señora Fretag y se amontonaban en el suelo. Algunas de las niñas más guapas de la clase comenzaban a echarme miradas. Todos los tíos duros estaban humillados, sus ensayos no valían un pijo. Yo bebía mis palabras como un hombre sediento. Incluso empecé a creérmelas. Vi a Juan allí sentado como si le hubiera pegado un puñetazo en todos los morros. Estiré las piernas y me eché hacia atrás. Se acabó demasiado pronto.

—Con esta gran redacción —dijo la señora Fretag—, se acaba la clase.

La gente se levantó y comenzó a guardar sus cosas.

—Tú no, Henry —dijo la señora Fretag.

Me quedé sentado y ella se quedó allí de pie mirándome.

Entonces dijo:

—Henry, ¿estuviste allí?

Traté de pensar una respuesta. No pude. Dije:

—No, no estuve.

Ella sonrió.

—Eso hace que tenga más mérito.

—Sí, señora…

—Puedes irte, Henry.

Me levanté y salí. Empecé a caminar hacia casa. Así que eso era lo que querían: mentiras. Mentiras maravillosas. Eso es todo lo que necesitaban. La gente era tonta. La cosa iba a ser fácil.

CHARLES BUKOWSKI, La senda del perdedor.
Traducción de Jorge Berlanga y Ernesto Giménez-Caballero.
Barcelona, Anagrama.

7 comentarios:

Javier dijo...

Nada más grande que una gran mentira, Luis. Sirve para entretener, para crear ilusión, para gobernar y para hacernos felices. Sin tener que pensar si es, o no, real, si es, o no, posible, si es, o no, mentira.

Un abrazo.

Luis Valdesueiro dijo...

Plenamente de acuerdo, Javier, en el fondo y en la forma. La mentira se puede embellecer hasta la náusea.
Un abrazo.

Juan Poz dijo...

Luis, en inglés blue tiene, entre otros significados, el de melancolía, tristeza. El famoso blues musical es, en esencia, un canto en que los negros detallaban la tristeza de sus duras vidas en la esclavitud. Por otro lado, existe un pájaro llamado bluebird, propio de Usamérica, al que hemos llemado "azulejo". Supongo que la mejor traducción es, dado el autor, la que asocia blue bird con el blues de la canción. El autor juega con los dos significados, el del pájar, azulejo, pero también el de la tristeza, de ahí la insistencia en la represión del canto triste: "yo no lloro". Y para guinda, la famosa expresión "out of the blue", que significa "de repente". ¡Estos ingleses...!

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Gran retrato haces del personaje con el poema y el fragmento en prosa. Su cara parece trabajada a cincel, picoteada por dentro y por fuera, y a pesar de eso no parece renunciar a la ternura y a las bellas mentiras.
Saludos.

Luis Valdesueiro dijo...

Muchas gracias, Poz, por tus precisas y necesarias aclaraciones. Son una perfecta nota a pie de página del poema.
Un abrazo.

Luis Valdesueiro dijo...

Bajo la imagen tópica, y también realísima, por supuesto, de Bukowski, hay un hombre que ha sufrido lo indecible, tanto ha sufrido que se ha inventado máscaras para sobrevivir. El documental de John Dullaghan (se puede ver en You Tube: dura casi dos horas) es interesante a este respecto.
Saludos.

Anónimo dijo...

"El pájaro azul" es realmente un pájaro de color azul, pequeño y muy abundante en todo el mundo, especialmente en EEUU. En España se le conoce como "Azulejo de las montañas". Es un pájaro muy frágil pero al mismo tiempo muy resistente. Supongo que por eso Bukowski lo adoptó como figura simbólica.

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