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30.11.10

Metafísica y crimen. La violencia de las imágenes. (Observaciones de Rüdiger Safanski sobre el nacionalsocialismo) (y 2)

Goebbels y HitlerHitler y Goebbels esbozaron imágenes metafísicas del mundo en las que creer.
En vista del crimen inconmensurable del nacionalsocialismo y de las catástrofes históricas que motivó, el hecho de que los autores de las imágenes en cuyo nombre se cometieron esos crímenes creyeran en ellas, puede llegar a parecer insignificante. Sin embargo, este hecho está cargado de significado, por la sencilla razón de que la energía requerida para hacerlas realidad procede únicamente de la fe en dichas imágenes. El nacionalsocialismo alcanzó poder y relevancia históricos porque logró mantener la creencia de que su base y su objetivo era socializar. La situación de crisis espiritual, social y económica promovió en las masas esa predisposición a creer. Esto hizo posible que todo un pueblo colaborara en la escenificación de una metafísica cruel y sangrienta.
Hitler, Goebbels, y con ellos la mayoría de los activistas nacionalsocialistas, no sólo fueron unos cínicos en el poder, que también, ante todo fueron creadores de opinión. Para poder hacer lo que finalmente hicieron necesitaron la justificación y la orientación de una imagen del mundo que hiciera parecer sus acciones necesarias e incluso -por escandaloso que pueda sonar- morales. No se limitaron a pasar por encima de una moral comprometedora, sino que inventaron una nueva moral en consonancia con su imagen del mundo, una "hipermoral" (Gehlen) que les permitió actuar libres de contradicción alguna, tanto interna como externa. Esa nueva moral estaba concebida por oposición a la moral convencional o tradicional, identificable, grosso modo, con los derechos humanos. Los nacionalsocialistas estaban tan fuertemente ligados a la moral elemental de la Europa más reciente que sólo pudieron superarla con ayuda de esa nueva moral. Si bien el nacionalsocialismo no se mostró ni hipócrita ni cínico con respecto a la moral tradicional.
El hipócrita alega ceñirse a la moral y secretamente la infringe si sus intereses lo requieren. El cínico es la figura complementaria del hipócrita. Aquel resuelve la contradicción hipócrita entre el acatamiento público y la violación secreta de la moral adoptando una posición más allá de toda moral. La actitud de los nacionalsocialistas es bien distinta. Cuando el 3 de octubre de 1943 Himmler se dirigió a la cúpula del cuadro de las SS que había tomado parte en el exterminio judío, no fue preciso emplear un tono propagandístico. La moral "superior" a la que Himmler alude en ese discurso no fue concebida como fachada para el gran público; Himmler se refiere a ella como una "instancia" necesaria e indispensable para el autodominio moral de los verdugos. Himmler:

La mayoría de vosotros ya sabe lo que significa que yazcan cien, quinientos o mil cadáveres... No cejar en el empeño y permanecer limpios... [Se trata de] la página más gloriosa de nuestra historia que jamás se escribió ni se escribirá.
"Permanecer limpios": expresión referida a una conducta que cruelmente infringe los más elementales derechos del hombre sin engendrar mala conciencia, pues se sabe en consonancia con una "moral superior" desarrollada a partir de una determinada imagen del mundo, la "moral" de la "higiene racial", de la "lucha de razas", del "bien común", etcétera.
Es evidente que el otro gran proyecto totalitario de nuestro siglo, el estalinismo, supo de manera similar justificar moralmente la masacre humana. También el estalinismo logró extraer una hipermoral de una imagen del mundo, en última instancia, metafísica, que permitiera atentar contra los principios morales más elementales de la vida en sociedad; y además con la conciencia tranquila.
El peligro de estos totalitarismos se minusvalora si sólo observamos en ellos un abandono del sentimiento moral y una irrupción paranoica de las pulsiones criminales del colectivo. En el crimen totalitario -desde Auschwitz hasta el archipiélago Gulag o el genocidio de los jemeres rojos- rige más bien una lógica de la autodeterminación moral a su vez gobernada por la pretensión de verdad de una imagen del mundo con la que el autor se identifica plenamente. Las imágenes del mundo de los dos grandes totalitarismos de nuestro siglo se instalan en una tradición metafísica que pervierten atrozmente. Son imágenes metafísicas porque se arrogan la posibilidad de captar en su totalidad la verdadera esencia de la naturaleza y de la historia. Son sistemas metafísicos porque aspiran nada menos que a una comprensión de lo que el mundo guarda en lo más profundo. Formulan leyes de la historia -lucha de clases o de razas-, leyes que adquieren en la teoría un significado ambivalente: poseen una naturaleza descriptiva a la par que normativa; se afirma que esas leyes de hecho se dan y a la vez se postulan como leyes que deberían darse. La ley de la historia que presuntamente se ha descubierto no se cumple de forma automática, con independencia de las partes implicadas, sino que tiene que acatarse conscientemente. El conocimiento de la ley histórica debe ir acompañado de su realización, sólo así puede la realidad liberar su verdadera esencia: así reza la promesa de la metafísica totalitaria.
La metafísica totalitaria pretende adaptar la realidad a sus terribles y maniqueas imágenes. Cualquier posición contraria a esa adaptación no brinda la ocasión de la duda -en la metafísica totalitaria no caben refutaciones-, se vuelve más bien motivo de enconada enemistad: ha de ser destruido para que el verdadero acontecer histórico pueda seguir su curso sin que lo molesten. No fue pues una paranoia individual, sino un corolario de la metafísica totalitaria, el hecho de que Hitler, durante sus últimos días en el búnker bajo la cancillería, expresara el convencimiento de que el pueblo alemán, al no demostrar su valía, merecía perecer.
La metafísica totalitaria no se limita a interpretar el mundo con ayuda del esquema maniqueo amigo/enemigo; dicho esquema se aplica también a la posición que pueda adoptarse ante ella como teoría: o te conviertes a la causa, o eres su enemigo.
La metafísica totalitaria también se arroga la capacidad de explicar por qué determinadas personas no pueden creer en ella: su juicio está ofuscado por motivos raciales o de pertenencia a una clase social. Desde el fascismo biologista el remedio pasa por la "higiene racial" o por la destrucción física de "la otra especie". El pensamiento estalinista conoce en cambio el medio para lograr la reeducación política y de clase: el pequeñoburgués puede llegar a alcanzar el punto de vista del proletariado. Si bien, en el estalinismo también hay una predisposición al exterminio físico de todo aquel que se oponga al acontecer de la verdad. Valga como ejemplo el caso de los jemeres rojos en Camboya, que ejecutaron a hombres estigmatizados como "intelectuales burgueses" por llevar gafas y no tener callos en las manos.
La metafísica totalitaria atrapa a sus adeptos en las imágenes del mundo que despliega. No sólo pretende captar el todo, también pretende captar a todos los hombres.
La metafísica totalitaria promete al hombre una totalidad compacta e indisoluble. Le otorga la seguridad de una fortaleza, sin vanos ni aspilleras, erigida por miedo al campo abierto de la vida, al riesgo de la libertad humana, que siempre conlleva inseguridad, soledad, distanciamiento.
Tomando como ejemplo al antisemita, Sartre describió como sigue el prototipo del metafísico totalitario:

Es un hombre que tiene miedo. No de los judíos, [sino] de sí mismo, de su libre voluntad, de sus instintos, de su responsabilidad, de la soledad y de cada cambio, del mundo y del hombre... El antisemita quiere ser un peñasco inamovible, un arroyo fluente, un rayo devastador; cualquier cosa excepto un hombre.
La metafísica totalitaria constituye la perversión de un pensamiento universalista: ayuda al hombre a desembarazarse de su precaria unicidad y pone a su disposición imágenes y representaciones en las que pueda sentirse parte integrante de un todo; en reñida oposición a aquellos que no pertenecen a este. El significado de esta oposición es evidente: el sentimiento de la propia totalidad, bien observado, no es más que el resultado del retroceso del ataque dirigido a los otros, a lo ajeno.
El metafísico totalitario tiene que destruir la morada ajena para poder sentirse como en casa. La vida en libertad supone para él una exigencia que no puede afrontar. Busca cobijo en la seguridad frente a lo abierto y lo extraño. Aunque la estrategia que emplea para volver al hogar pasa por reducir a cenizas la tierra. Su verdad consiste en la destrucción tanto del propio ser-otro como del ser del otro.

Cuando nos crearon hubo un error -proclama Büchner en su Danton-, algo se nos amputó, no se me ocurre cómo podemos llamarlo, y tampoco vamos a arrancárselo al vecino de las entrañas, ¿a qué andarse reventando cuerpos?
El metafísico totalitario sólo puede sentirse pleno si destruye en los otros aquello que pueda hacerle recordar que algo le falta, que su vida nunca podrá ser algo completo, que una parte de ella siempre está lejos, en lo extraño.
Una de las más complejas calidades del hombre es aceptar esa extrañeza y hacer de ella una virtud.
Kafka es un ejemplo de ello.
En vísperas de la hecatombe totalitaria en Europa, en 1922, anota en su diario acerca del sentido de su escritura: "Zafarse de la fila de asesinatos, observar los hechos".

RÜDIGER SAFRANSKI, ¿Cuánta verdad necesita el hombre?  Madrid, Lengua de Trapo (Desórdenes. Biblioteca de ensayo), 2004.

5 comentarios:

Juan Poz dijo...

¡Tremendo capítulo de la "Historia Universal de la infamia"! Muchas veces se me ha ocurrido que sería imprescindible contar en la historiografía con una obra que nos relatase las barbaridades exterminadoras y genocidas de la especie humana, desde la previsible lucha entre cromañones y neandertales, una relación que siempre he visto como la de Gulliver y los yahoos -nunca he entendido que el buscador en internet tenga ese nombre, por inquietos que le parecieran al padre de uno de los creadores su hijo y su amigo, según he podido averiguar en google...- , hasta las conquistas devastadoras y genocidas llevadas a cabo por tantos y tantos imperios como han sido en el mundo. Seguro que tendría, esa obra, tantos volúmenes como la enciclopedia Espasa y acaso muy pocos lectores, pero la Humanidad, como especie, se la debe. Habría que encontrar, por otro lado, historiadores con suficiente presencia de ánimo para escribirla.

Luis Valdesueiro dijo...

Algo parecido a lo que tú propones es lo que llevó a cabo Jonathan Glover en su Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX. (Ediciones Cátedra, 2001). Lo leí hace ya tiempo, pero es un libro que deja huella. Algunos nombres de la geografía del horror: My Lai, Hiroshima, Ruanda (produce pavor tanta eficacia genocida, a base de machetes, y en tan poco tiempo), Camboya... Y el gulag, y la utopía maoísta y el nazismo..., etc.

Javier dijo...

Aunque es verdad que el nacionalsocialismo no habría podido desarrollarse sin la amplia cobertura social que le cobijó, con las especiales y concretas circunstancias que se daban en la Alemania de entreguerras, y por más que la iconografía nazi representó a la perfección el papel catalizador de los anhelos del pueblo germano, por lo menos en la misma medida que lo hizo la tradición teutónica, no creo que fuera especialmente la fe lo que condicionara, justo en esos momentos, la respuesta abrumadora de los alemanes aclamando al führer como líder (disculpa la redundancia) indiscutible.

Las condiciones contradictorias que vivió Alemania tras la Gran Guerra no han sido diferentes de las sufridas por otros pueblos a lo largo de la Historia, y en no pocas ocasiones se produjeron situaciones de parecido trasfondo político e ideológico. La diferencia que hizo del nazismo la más abominable de las palabras fue, sin embargo, la sistematización del exterminio que llevó a cabo. En alguna ocasión he dicho que no son los muertos lo que nos aterra, sino su número. Todos los pueblos tienen sus cuitas, sus cadáveres, sus crímenes perversos, pero en qué cantidad los hayan cometido marca la diferencia, sutil pero cierta, entre el genocidio, la supervivencia e incluso la legítima defensa.

Indudablemente el holocausto, esencialmente judío, provocado por el pangermanismo nazi, pero no sólo ello, sino también las propias acciones bélicas por toda Europa, el Atlántico y el norte de África a lo largo de seis años, marcan la sustancialidad propia del nacionalsocialismo como una doctrina aberrante digna del mayor desprecio, sólo sostenida en aras de una supuesta idea de superioridad por un pueblo sometido a la ignominia de los aliados vencedores del 18.

Pero esta aberración en la Historia de la Humanidad no lo es menos que otras muchas que son desconocidas para la mayor parte de la gente, y si la tenemos siempre presente y como referente, es debido, una vez más, al número de sus crímenes, cuando lo espantoso debería ser el crimen en sí, ése que la propaganda e ideologización nacionasocialistas quisieron justificar, y justificaron, con repetitiva reiteración en la mente colectiva alemana.

Te agradezco que hayas traído aquí estos retazos de la Historia infame, que me brindan la oportunidad de desahogarme levemente, que me permiten descargar una pizca de la culpa que me atañe, y que quizá me dejen dormir hoy un poco menos mal.

Un abrazo.

Javier dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Luis Valdesueiro dijo...

Gracias por tus observaciones, Javier. Parece claro que, aunque esté encerrada bajo siete llaves (o setecientas) la barbarie siempre parezca presta a manifestarse de nuevo. Tal parece la principal lección de la Historia (así, con mayúscula), pero lo cierto es que nosotros no vivimos en la Historia sino en nuestra pequeña biografía (así, con minúscula) y es ahi donde recibimos los palos (o los damos), ¡quién sabe!, todo depende del punto de vista del observador.
Saludos.

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