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28.11.10

Metafísica y crimen. Hitler, Goebbels. (Observaciones de Rüdiger Safanski sobre el nacionalsocialismo) (1)

Concentración nazi

Hace años vi un documental sobre el nacionalsocialismo. En él se sostenía que, más que un movimiento político, el nacionalsocialismo era el intento de fundar una nueva religión. Y hablar de religión implica adentrarse en un terreno escurridizo en el que, incluso si conserva su sitio, la razón no lo es todo. Frente a los creyentes, siempre hay quienes rechazan la religión por incomprensible. El desafío para éstos es doble: reconocer la existencia del hecho religioso y aceptar que se escapa a su comprensión. Y no es fácil: para la razón del increyente, la fe es un escándalo. Sí, quizá Hitler pretendiera funda una religión (diabólica, sin duda) y quizá esa hipótesis pueda contribuir a explicar el nacionalsocialismo.  

No es infrecuente que, a la hora de explicar lo inexplicable, se recurra a la locura. A partir de ese momento, la razón descansa y se regocija en sí misma. Pareciera que la locura vuelve todo más claro, aunque muchas veces es un argumento falaz, una artimaña para enjaular lo incomprensible. Y es lo cierto que comprender el nazismo entraña un desafío en regla a la razón, la limitada razón. Este texto de Safranski quizá ayude a comprender (más allá de los condicionamientos políticos, sociales y psicológicos) lo que significó el nacionalsocialismo en unos años  cruciales para Europa y el mundo. 

No me extenderé en un análisis detallado de los condicionamientos políticos, sociales y psicológicos de la toma del poder nacionalsocialista.
Es indiscutible que Hitler llega al poder y se mantiene en él hasta el final por haber logrado una amplia aprobación entre el pueblo. Esta se debió a unas determinadas medidas políticas, pero también a la concepción del mundo que subyace al nacionalsocialismo. En Mi lucha, Hitler expuso con toda claridad esa concepción del mundo y, en consecuencia, desarrolló una estrategia de acción política. Ya se ha señalado en muchas ocasiones que su política siguió a rajatabla ese plan de acción. Hitler, inspirado en su visión del mundo, no hizo otra cosa más que realizar su programa de 1925.
La concepción del mundo desarrollada en Mi lucha es, aunque bárbara, una metafísica. De manera metafísica Hitler puso de manifiesto el sentido profundo de la realidad: construyó imágenes de la vida falsa y de la verdadera e intentó transformar el mundo conforme a esas imágenes, propósito que fue espantosamente logrado. Y sólo pudo hacerlo porque los hombres bajo su mando estaban dispuestos a participar en esa sangrienta escenificación de su metafísica.
Se han barajado los más diversos motivos para explicar este respaldo, lo cual no cambia en absoluto el insólito y angustioso resultado: una sociedad al completo colaboró en trasladar a la realidad un sistema metafísico ilusorio.
Nietzsche, al final, en su caverna interior inundada de fantasías violentas, pergeñó la destrucción imaginaria de un mundo que no coincidía con el suyo. También Hitler acabó en una especie de caverna: el búnker de la cancillería del Reich. Si bien sus violentas fantasías estallaron hacia fuera: él sí llevó a cabo la destrucción real de un mundo no coincidente con el suyo. Una Europa destrozada, millones de muertos en la guerra, millones de asesinados. Metafísica que cobra realidad convirtiéndose en crimen monstruoso. El éxito de Hitler es un ejemplo extremo de cómo la historia puede ser gobernada por ficciones, por delirios, por imaginaciones.
Resumo algunos condicionamientos biográficos: Hitler fracasa en los estudios posteriores a la escuela. Rechaza la vida burguesa, oponiéndose a ella con su trabajo, su perseverancia y su idea de la familia. Se siente artista. No es admitido en la Academia de Arte de Viena. Pasa algunos años vegetando en la "Bohéme social y moral" (Thomas Mann): asilos para mendigos y albergues. Vive a base de sablazos. Pintor de estampas, trabajador temporal, soñador despierto, emprendedor, quiere escribir una obra de teatro, inventar una bebida sin alcohol, bosqueja los planos de una renovación de la ciudad, también del Estado alemán ideal. Se identifica con Richard Wagner: la arrebatadora ebriedad de la música, los grandes gestos, su efecto subyugante sobre las masas, la estilización de sí mismo a través del mito, el hechizante truco teatral... Todo ello muy de su gusto. Los escritos de Wagner, los panfletos que en ese momento se distribuían y un sentimiento popular latente en la Viena de preguerra señalaron al culpable de su propio fracaso vital: los judíos.
El resentimiento del burgués fracasado busca una descarga: se siente un líder incomprendido, apartado de su misión por un entorno intoxicado. El desarraigado de la vida burguesa encuentra, con el estallido de la primera Guerra Mundial, un hogar en el ejército alemán. Con la derrota y la revolución pierde el soporte moral y social que le quedaba. La disolución del orden social tradicional, la momentánea anarquía política, la humillación nacional, la miseria material, la desorientación tras el derrumbamiento de los antiguos valores de patria, mando y obediencia, fidelidad y pueblo, hacen que lo invada el pánico. Observa cómo por todas partes reina la "desmoralización". En esa tesitura, recurre a los medios que siempre tiene a su disposición para lograr el autodominio: encuentra una explicación a la aterradora y degradante situación con ayuda de sistemas ilusorios en los que ensimismarse. Sin embargo, ahora ya no está solo. Su don para la oratoria y el ánimo general del momento le brindan la posibilidad de que sus fantasías personales se conviertan en el exponente de una ilusión colectiva. Funda el NSDAP, y tras el malogrado golpe de Estado del 9 de noviembre de 1923, escribe en Múnich, durante su encarcelamiento en Landsberg, Mi lucha.
Es sabido que la metafísica se esfuerza por penetrar en la realidad más inmediata, casi siempre turbadora e inquietante, con el fin de descubrir la esencia que la sustenta, su sentido orientador. Hitler procede del mismo modo. Quiere penetrar en la apariencia de los acontecimientos -luchas políticas intestinas, inflación, transformación de la moral, crecimiento de las ciudades, sociedad de masas, destrucción del medioambiente, aislamiento, tecnificación, etc.- para desentrañar los verdaderos acontecimientos que se ocultan detrás. Y, con ello, alcanza una dimensión cósmica: otra de las especialidades de la metafísica.
A partir de la "voluntad de poder" de Nietzsche, de la "voluntad de vida" de Schopenhauer y de la trivialización de la teoría de la "selección natural" que el socialdarwinismo supone, Hitler elabora su ley metafísica universal:

La naturaleza... pone a los seres vivos en este globo terráqueo y luego contempla el libre juego de fuerzas. El más fuerte en valor y empeño adquiere, como el hijo más querido, el derecho a ser señor de la existencia... Sólo el que nace enclenque puede considerarlo cruel, por ser él mismo un hombre débil y limitado; pues si esta ley no imperara, sería impensable cualquier ulterior evolución orgánica de los seres vivos... Al final siempre triunfa la búsqueda de la autoconservación. Bajo ella, la llamada humanidad se derrite en una mezcla de estupidez, cobardía y culta pedantería, como la nieve bajo el sol de marzo. En lucha permanente la humanidad se ha hecho grande; en la paz perpetua, perece.

Pero Hitler no se da por satisfecho con esa imagen de la lucha por la existencia vacía de sentido. La evolución, impulsada por la lucha por la vida, ha engendrado un ejemplar selecto: el ario. Hitler:

Las manifestaciones de la cultura humana, los logros del arte, la ciencia y la técnica que hoy día se erigen ante nosotros, son casi en su totalidad productos creados por el ario. Este hecho permite llegar a la nada infundada conclusión de que sólo él pudo ser el fundador de la naturaleza humana por excelencia y que, por tanto, representa el prototipo de lo que entendemos por hombre. Él es el Prometeo de la humanidad de cuya frente luminosa brota el destello divino del genio y se expande por todas partes, una y otra vez inflamada por ese fuego que, transformado en conocimiento, ilumina la noche de los misterios silentes y permite que el hombre ascienda por el camino hacia la dominación del resto de las criaturas de esta tierra. Si esa luz llegara a extinguirse, y tras pocos siglos la oscuridad insondable se cerniera sobre la tierra, la cultura humana se desvanecería y el mundo quedaría devastado.

El "ario" es el "portador de la luz", da sentido a lo que no lo tenía. Hitler apela al pathos cósmico: el planeta giraría de nuevo perdido y sin sentido en la "noche del espacio" de no haberse producido el ennoblecimiento de lo vivo gracias a la fundación aria de la cultura. Hitler evoca la gnóstica y maniquea dualidad luz-oscuridad de una gigantomaquia cósmica: la figura luminosa de lo ario tiene un opuesto luciferino. La encarnación de este demiurgo maligno es el judío. Él es el principio desintegrador de la vida, su negación por antonomasia. Hitler emplea frecuentemente metáforas para referirse a los judíos; para él son bacilos, microbios perjudiciales, una plaga cósmica. Si el ario, afirma Hitler, no logra protegerse de esa "patología", tarde o temprano la "vida excelsa" perecerá. Quien tolera esto, atenta contra "la ley divina de la existencia", y, con ello, "colabora en la expulsión del paraíso".
Los sucesos del trasmundo cósmico-metafísico comportan, según Hitler, un aspecto de máxima actualidad. La lucha "titánica" entre las fuerzas de la luz y las de la oscuridad ha llegado en este momento de la historia a su fase decisiva. Sobre Occidente se cierne la amenaza de la decadencia. Hitler, en vista del empuje renovador que el periodo de Weimar supuso, confirma sus más íntimos miedos al desclasamiento y sus muchas fobias en una crítica conservadora de la cultura: el espíritu ya no cuenta nada, sólo el dinero; el amor y la fidelidad han cedido ante la mera sexualidad mecánica; el Moloc, el ogro de la ciudad y la industria desarraiga al individuo, le arrebata todo nexo de unión y toda orientación; la religión ha sido desplazada por intereses materiales. La enorme masa de tierra de Rusia ha caído en manos de los bolcheviques; Norteamérica, bajo la violencia del tecnicismo y el materialismo propios del capitalismo. Para Hitler, detrás de todo esto se encuentra la conspiración judía contra el mundo.
El momento decisivo de la historia universal se dirime en el centro de Europa, en Alemania. Allí está concentrada la "esencia del pueblo ario". La "asunción incondicional... de las leyes divinas de la existencia" exige que Alemania vuelva a ser fuerte, que reúna fuerzas para la misión de gobernar el mundo. Es necesario nada menos que un nuevo "acto prometeico" de salvación de la cultura, afirma Hitler. De ahí se infieren, a juicio de Hitler, unos objetivos geopolíticos y de política interior muy concretos.
En la geopolítica: ganar terreno en Europa del Este y Rusia. La "tierra rusa" debe ser "depurada" de todo bolchevismo y judaísmo. La política exterior con respecto a las otras potencias (Francia, Inglaterra, Estados Unidos) sólo sirve para flanquear esa política de expansión. En la política interior: las ideas "judaicas" de tolerancia, pacifismo, humanidad e internacionalismo entierran la voluntad de autodeterminación del pueblo. Por ello, esas ideas han de ser combatidas y erradicadas, y del mismo modo las formas de organización política que le son propias: democracia, estado de derecho, sociedad de naciones.
Que toda esta estrategia conduce al exterminio de los judíos queda expuesto con toda claridad en Mi lucha.

La conquista del alma del pueblo sólo puede lograrse si la consecución de las propias metas va acompañada de la aniquilación de los que son contrarios a ellas.

El exterminio de los judíos posee un componente de precepto metafísico. Por eso el asesinato de millones de personas puede justificarse como acto "prometeico" al servicio del progreso de la vida a la vez que como devoto acatamiento de un mandato divino. "Preservándome de los judíos lucho a favor de la obra del Señor", escribe Hitler, y casi veinte años después, cuando el sistema de aniquilación de la "solución final" funciona a toda máquina, puede asegurar: "Tengo la conciencia tranquila".
Hitler puso en funcionamiento una política basada en presupuestos metafísicos. Para él consistió en dirigir una lucha a muerte contra aquello que consideraba el mal por antonomasia. Construyó una máquina asesina de perfecto funcionamiento para que oficiara esa lucha.
Hannah Arendt habla de la "banalidad del mal" refiriéndose al caso Eichmann, administrador de la "solución final". Expresa su horror ante la manera rutinaria, objetiva, burocrática, diligente, en la que hombres de una "normalidad" desconcertante pusieron en marcha la máquina asesina. El carácter industrial y administrativo de la empresa homicida junto con la "orden suprema" permitieron a esos ciudadanos corrientes mantener "la conciencia tranquila". Si bien esa "orden suprema" surgió de una metafísica del mal. El asesinato fue promovido por una obsesión metafísica abismalmente maligna, por lo que el término banal resulta del todo incorrecto.
Hitler escribe: "Quien entiende el nacionalsocialismo sólo como un movimiento político no conoce apenas nada de él. Es incluso más que una religión: se trata de la voluntad de crear un nuevo hombre", una creación que pasa por la aniquilación del ser humano.
El efecto sugestivo que, especialmente tras su reclusión en Landsberg, emanaba de Hitler también guarda relación con que emprendiera consigo mismo la "creación del nuevo hombre". Toda su personalidad se consume en lo que él llama su "misión". Lleva a cabo una interpretación del mundo, luego ajusta los bastidores cósmicos a su momento histórico, la hora decisiva, y en ese instante tan significativo escenifica su propia aparición. Se caracteriza como el hasta entonces desconocido mártir de la verdad, trae consigo la "fórmula salvadora"; aún no lo escuchan muchos, todavía predica en el desierto, pero su hora está a punto de llegar y esa certeza se propaga a su alrededor.

El 4 de julio de 1924 Joseph Goebbels escribe en su diario:

Alemania anhela al único, al hombre, como la tierra en verano ansía la lluvia. Sólo puede salvarnos la reunión definitiva de fuerzas, el entusiasmo y la entrega total. Se trata, por supuesto, de milagros. Pero ¿por qué no va a salvarnos un milagro? Señor, ¡haz un milagro ante el pueblo alemán! ¡Un milagro! ¡Un hombre! Bismark, stand up! Tengo el cerebro y el corazón resecos de desesperación por mí y por mi patria... ¡Desesperación! ¡Ayúdame, Dios! ¡He llegado al final de mis fuerzas!

Un año después de ese brote de desesperación Goebbels lee Mi lucha de Hitler. Entonces escribe en su diario:

He leído el libro de Hitler hasta el final. ¡Con tremenda impaciencia! ¿Quién es ese hombre? ¡Mitad plebeyo, mitad dios! ¿Se trata realmente de Cristo o sólo de San Juan? Añoranza de paz y tranquilidad. De un hogar.

A principios de 1925, poco después de la formación del NSDAP en Renania, Goebbles se hace nacionalsocialista por desesperación. Enredado en amoríos insatisfactorios, busca el "gran amor" que exija toda su implicación y entrega; pero sólo encuentra indiferencia y egoísmo. "Desconsolador, mísero, lamentable mundo", anota en su diario. Sus aspiraciones laborales se ven frustradas. El estudiante de germanística quiere ser poeta. Ha escrito una novela y algunas obras de teatro, pero no logra editor ni teatro donde estrenar. El joven de veintiocho años sigue dependiendo de sus padres. Durante un breve lapso de tiempo, en 1923, ocupa un puesto en el Dresdner Bank. Ese trabajo le resulta humillante. La vida carece de sentido para él. La situación sociopolítica también lo deprime. "Patria" y "pueblo" son para él valores religiosos capaces de dar sentido a la vida. Mas a su alrededor sólo ve "desmoralización" y "desmembramiento". Encuentra un paralelismo entre su mísera situación personal y las míseras condiciones en que vive el "pueblo", en su opinión sometido a las fuerzas aliadas vencedoras y al capital. Tras la firma del tratado de Locarno en 1925 escribe en su diario:

El viejo truco. Alemania cede y se vende al capitalismo occidental. Un panorama desolador: los hijos de Alemania al servicio de ese capitalismo desangrándose en los campos de batalla de Europa como lansquenetes... ¿Nos gobiernan idiotas o infames? ¡Pierdo por momentos la fe en la humanidad! ¿Cuál fue el motivo para cristianizar a estos pueblos? ¡Sólo para poder convertirlos en carroña! ¿Dónde está el hombre que expulse a latigazos del templo de la nación a los mercaderes de almas? ¡El mundo entero está avocado a su fin! ¡Ojalá no existiéramos! Desesperación...

En Hitler cree haber encontrado a ese hombre "que expulse a latigazos del templo de la nación a los mercaderes de almas". En efecto, se trata de un acto de fe. El nacionalsocialismo es para él "el catecismo de la nueva religión política emergente en un mundo en descomposición y desacralizado".
El partido no puede guiarse conforme a los parámetros de una "política real", no se trata del arte de las "posibilidades dadas"; todo eso es, a juicio de Goebbels, "basura".

La cuestión nacional se me enreda con las cuestiones del espíritu y de la religión... Ya no tiene nada que ver con la política. Es una concepción del mundo.

Se trata de la salvación. Goebbels pretende salvarse de su desesperación, de sus turbios sentimientos de pérdida del sentido, de su miseria social, de sus miedos al aislamiento. Desea poder volver a amar y a ser amado. La "esperanza de un hogar" está llamada por fin a cumplirse. De una sociedad desgarrada, sustentada en unas pocas ideas comunes, debe surgir una comunidad en la que poder sentirse seguro. Pero la "salvación" no podrá llegar si no se está listo para ser el "nuevo hombre". Hay que experimentar una conversión. En el encuentro con Hitler, Goebbels es tocado por la suerte.

Usted -escribe en un homenaje público a Hitler-, ha sabido mostrarnos en la más profunda desesperación el camino de vuelta a la fe..., ha hecho realidad uno de nuestros más secretos anhelos... [Usted] lleva a cabo el milagro de la libertad salvadora.

Goebbels lucha con esa "fe" contra el pesimismo, la pérdida del sentido y la soledad, a los que llega a llamar, adoptando un estilo religioso, "tentaciones". En uno de esos momentos en los que se deja vencer por la tentación escribe:

Ojalá pudiera estar un par de horas a solas con Hitler. Todo se aclararía... Quiero saber por qué me vengo abajo.

¿En qué consiste la "salvación"? ¿Cómo es el "nuevo hombre", la "nueva era", la "nueva sociedad" que trae consigo? Lo nuevo consiste en cimentar los valores en necesidades simbióticas. El "desgarro íntimo" y las propias contradicciones han de ceder ante una "armonía interior". Y fuera tiene que suceder lo mismo que dentro: el pueblo debe formar una unidad, ha de estar alentado por una sola voluntad, un espíritu, un sentimiento, regirse por un único pensamiento. Pero esta unidad no puede llevarse a cabo sólo con que rija una ley abstracta de cohesión; esa unidad ha de encarnarse en una forma viva: el Führer.

El círculo se cierra en torno a su persona, en él puede verse al portador de la idea que nos une de manera definitiva e inefable en pensamiento y forma. La legión del futuro aguarda dispuesta a llegar al final del terrible camino a través de la desesperación y el tormento. Vendrá un día en el que todo se derrumbe... Entonces del entumecimiento de las masas surgirá el movimiento y ese movimiento nos guiará a nuestra meta. ¡El imperio está al llegar!

Esta política de la "salvación" requiere estar preparado para el sacrificio. Es posible que la salvación total no llegue a producirse, que de momento fracase; quizá por haber llegado demasiado pronto, porque la frenen la "pereza" y la comodidad del pueblo, o porque los enemigos, los de dentro y los de fuera, sean más fuertes. Si bien, con estos contratiempos ha tenido que contar hasta el momento todo movimiento religioso. El mismo Jesucristo fue crucificado. "El que pierde su vida, la hallará", la frase del Nuevo Testamento debe ser también válida, opina Goebbels, para los miembros del "movimiento". No hay conversión sin superación del egoísta y empequeñecedor yo. Se impone renunciar a los ideales pequeñoburgueses de la felicidad en el rinconcito privado. En ese tipo de aislamiento ve irrumpir Goebbels el nihilismo que tanto le aterra. La política nacionalsocialista, llamada a ser más que una política, está sustentada según Goebbels en "la fe, el amor y la esperanza".

El 9 de junio de 1925, Goebbels escribe en su diario:

Señor, dame fuerzas para resistir. Quiero que se haga justicia. Con amor al nuevo día. "Ahora nos queda la fe, la esperanza y el amor, ¡esas tres cosas! ¡Pero el amor es lo más grande entre nosotros!". Así cierro este libro, ¡en señal de fe y de amor! ¡Creo en el futuro! ¡Amo a mi pueblo y mi patria! ¡Trabajo! ¡Sacrificio! ¡No hay que desesperar!

Incluso en los monólogos íntimos del diario de Goebbels hay persuasión y sugestión. Puede observarse en ellos cómo él mismo desea convertirse en ese "nuevo hombre" al que debe pertenecer el futuro. También deja clara constancia de los "éxitos" de dicha transformación. Hay momentos en los que se ve rebasado por sus ínfulas de omnipotencia. Protegido por la ficción, los describió en su novela inédita Michael:

Cuanto más me elevo y más me acerco a Dios, más cerca estoy de mí mismo [...]. ¡Echo fuego! ¡Despido luz! Ya no soy un hombre. Soy un titán. Soy Dios.

Es en las ocasiones de éxtasis donde el sueño prometeico de la transformación en dios está próximo a hacerse realidad: cuando aparece como orador ante las masas.

Cuando pronuncio mis discursos en Essen, en Düsseldorf o en Elberfeld, es para mí como una fiesta. Eso es vida, ritmo, la pasión se despierta en el amigo y en el enemigo... Emerge de entre las masas agolpadas el poder humano, y el predicador, el apóstol, el incitador llama a la lucha. Entonces se produce el milagro: del gentío salvaje, enfervorizado y vociferante surgen hombres, hombres de carne y hueso que piensan y sienten como nosotros, angustiados, con el ceño fruncido, con un hambre gigantesca de luz y salvación. En ese momento tengo en mis manos el alma del trabajador alemán, y puedo sentir que es moldeable como la cera. Y entonces la amaso y le doy forma, un retoque aquí, un retoque allá... Así cobran forma ante mí los hombres. Ya sólo puedo ver puños y miradas. Ojos que despiden rayos.

A pesar de que los objetivos de la lucha aún no se han conseguido, estos momentos de ebriedad oratoria suponen vivencias anticipatorias de la salvación. La diferencia entre dentro y fuera queda suspendida. Se trata de un único y colectivo sentimiento, la gran comunión. Goebbels, cuyo diario alude constantemente a la añoranza de volver a casa, encuentra en esos instantes un hogar. Ya no lo separan distancias, ni de sí mismo ni de los demás; se ha fundido con el "ser verdadero".
Pero el "ser verdadero" sólo se alcanza cuando se eliminan las fuerzas de la negación, del desgarro y del distanciamiento. Del mismo modo que el Führer encarna el "ser verdadero", "los judíos" son para Goebbels la encarnación de aquellas fuerzas. Por eso, al igual que Hitler, los perseguirá con el odio del fanático: "Vaya un perro farsante es ese judío. Canallas, miserables, traidores. Les chupan la sangre a los demás. ¡Vampiros!".
En el pensamiento de Joseph Goebbels todo se reduce al mundo de la gran unidad simbiótica y, frente a este, el mundo de los enemigos. La pluralidad, la diferencia, la alteridad de los otros, no son más que amenazas intolerables. Aquello que en su diferencia se sustrae a esa unidad debe ser negado: primero de pensamiento y luego de hecho.
Goebbels busca su hogar en una comunidad simbiótica. Está dispuesto a aniquilar todo lo que pueda atentar contra esa suerte de seguridad.

RÜDIGER SAFRANSKI, ¿Cuánta verdad necesita el hombre?  Madrid, Lengua de Trapo (Desórdenes. Biblioteca de ensayo), 2004.

1 comentario:

Juan Poz dijo...

¡Ah, el polimórfico -y perverso- discurso religioso, el que ata y esclaviza! Y aun hay quienes lo toman como discurso liberador, como la teología de la liberación. Deprimente.

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