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10.11.10

*¡Viva la desorganización! (Un artículo en regla de Julio Camba)

Julio_Camba

Años antes de morir, Julio Camba publicó una selección de sus artículos, titulada Mis páginas mejores (1956). En el prólogo, el maestro de periodistas ofrece una sensata lección sobre el arte de armar una antología:

No creo que sea tarea demasiado difícil para un escritor ésta de seleccionar sus mejores páginas. En último término se seleccionan las peores y se descartan, se hace una segunda selección, que es descartada a su vez, y se continúa así hasta que, descartado ya todo lo descartable, no le queden a uno en la mano más páginas que las estrictamente necesarias para formar un volumen. Entonces se cogen estas páginas, se ordenan y se le presentan al público diciéndole:
He aquí mis páginas mejores. Las otras son también bastante buenas, no se vayan ustedes a creer. Tienen forzosamente que ser buenas porque lo mejor sólo puede salir de lo bueno, pero éstas les dan ciento y raya a todas las demás, y yo me apresuro a ofrecérselas a ustedes ahora en este tomo para solaz y edificación de su espíritu.

En esa antología no sobra ningún artículo, aunque cualquier lector avezado pudiera echar de menos unos cuantos. Lo que no es extraño, ya que Camba escribió miles.
Antes de la primera Guerra Mundial, Julio Camba trabajó en Alemania de corresponsal. Y fruto de su estancia, y de las colaboraciones publicadas en la prensa, fue el libro Alemania. La llegada de la guerra abrió un largo paréntesis en los viajes del periodista. Años después de terminada la contienda, Camba vuelve a Berlín. Y un día cualquiera entra en un restaurante... Y las contrariedades vividas en ese restaurante le impulsan a escribir un sorprendente artículo en el que, reviviendo quizás el espíritu ácrata de sus años mozos, nos mete de hoz y coz en el escurridizo tema de la “mentalidad” de los pueblos. Camba sabe sacar punta de manera magistral a todo aquello que le choca. Buena parte de sus artículos son un muestrario de ese “arte del chocar”. Leyendo este artículo, cabe preguntarse si acaso somos los españoles de hoy algo más alemanes que nuestros antepasados, y si es bueno que así sea, cualquiera que sea la respuesta. A este respecto, recuerdo que En Homenaje a Cataluña,  Orwell cuenta –y espero que la memoria, tan traidora, no me engañe– el registro que un grupo de estalinistas efectuaron en su casa.  Estalinistas y españoles. Orwell superó la prueba, pero al reflexionar sobre lo sucedido llegó a la conclusión de que su suerte hubiera sido distinta de se
r alemanes los inquisidores. La apreciación de Orwell se basa, sin duda, en un tópico, pero los tópicos en ocasiones responden a la verdad. Y a veces es a fuerza de ser verdad como han acabado convertidos en tópicos. Para siempre.
Por último, no me resisto a citar lo que José Antonio Pérez-Rioja dice sobre Camba en su Diccionario literario universal (1977):

Observador agudo y viajero impenitente, sus impresiones son siempre incisivas e ingeniosas. Era un gran escritor sin preocuparle la literatura, ya que tener que ganarse la vida escribiendo le amargaba. En alguna ocasión, llegó a decir –con su característico humor– que “hay años en los que no está uno para nada”. Y él, espléndido humorista, abominaba de que le llamaran humorista. Le gustaba, ante todo, vivir bien. Por eso, si hubiera tenido dinero y hubiera podido permitirse el lujo de no escribir, España hubiera perdido uno de sus más grandes humoristas.

¡VIVA LA DESORGANIZACIÓN!

Entro en un restaurant.
¿Qué vino desea usted? me pregunta el camarero.
No quiero vino.
Imposible. Este es un restaurant de vino; pero hay una sala para los bebedores de cerveza. ¿Le traslado a usted a ella?
Yo reflexiono un rato. Entrar en la sala de cerveza me parece algo así como entrar en la masonería. Yo no quiero beber vino en este momento, pero tampoco quiero que se me clasifique como un comensal antivinícola. Me gustaría comer con cerveza, pero sin darle a esto un carácter colectivo, sin que mis vecinos de mesa pudieran considerarse mis correligionarios y sin que a la puerta del comedor me pusieran letrero ninguno.
Tráigame usted un vino cualquiera le digo al camareropara justificar mi permanencia aquí, y para beber, tráigame usted un doble dorada...
Mejor hubiera sido que le propusiera un escalo. El camarero se escandaliza, y yo no tengo más remedio que cenar con vino. Es un vino malísimo; pero yo temo que, si no lo bebo, me expulsen de Berlín. Apuro, pues, hasta la última gota y me voy a un café.
¿Qué desea usted tomar? me pregunta el camarero del café.
Café le contesto.
El camarero procura ocultar su indignación tras una amable sonrisa.
En este departamento me explica es obligatorio el tomar licores...
Pues tráigame usted café y una copita de licor.
No, no insiste el camarero; no puedo traerle a usted nada más que el licor.
El caso es que yo quiero tomar café, y me veo en la necesidad de trasladarme a otra mesa. Allí comienzan por darme un documento en donde consta que yo hago el número tantos de los hombres que hoy toman café en el local.
¿Hay que firmar algo? pregunto.
Pero, de momento, parece que esta formalidad no es completamente indispensable. Pasa un rato. El camarero me trae el café y:
Ahora me digo es cuando me tomaría de buena gana una copita de coñac.
Desgraciadamente, sin embargo, para tomarme un coñac necesito:
Primero. Un segundo documento, es decir, una autorización especial de la dirección del establecimiento.
Segundo. Trasladarme al Likor Abteilung, o departamento de licores, y
Tercero. Que el coñac de la casa no sea este producto innoble que suele expenderse en Berlín.
Y considerándome sin la energía necesaria para vencer tantas dificultades, me voy a la calle con unas ganas locas de gritar:
¡Viva la desorganización!...
Durante mucho tiempo yo me había limitado a creer que los alemanes habían perdido la guerra por exceso de organización. Desde las aventuras que acabo de relatar voy mucho más allá en mis convicciones, y creo que los aliados no hubieran podido vencer nunca si no hubiesen estado tan desorganizados como estaban...

JULIO CAMBA, Mis páginas mejores. Madrid, Gredos, 1956.

Bajo esta etiqueta -Florilegio (Antología mínima de autores varios)- pretendo acoger una selección de textos breves (verso y prosa) que, al margen de cualquier juicio crítico, me han interesado como lector. Los textos en prosa responden a "géneros" que hacen de la brevedad virtud: aforismos, poemas en prosa, fragmentos, microcuentos, etc. De los textos poéticos en otras lenguas ofrezco el original. Menciono, asimismo, la edición utilizada en cada caso. (Téngase por excepción cualquier olvido de estas pautas.)

2 comentarios:

zim dijo...

Interesante y simpático artículo. Un mínimo de orden es el necesario lubricante para que las cosas fluyan ... el exceso del mismo parece acabar teniendo justo el efecto contrario: 'gripa' cualquier motor.
Saludos, Luis.

Luis Valdesueiro dijo...

Nada en exceso, dijo un sabio antiguo. Incluso la virtud, cuando es excesiva, se vuelve sospechosa.
Saludos.

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