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19.11.10

*Los crímenes ejemplares, de Max Aub

Crímenes ejemplares. Ilustración de El Roto

Ilustración de El Roto en la edición de Media Vaca.

Dedico esta selección a Javier Quiñones, 
buen conocedor de la vida y obra de Max Aub.

”El más sucinto repaso de sus características debe valorar en este libro –Crimenes ejemplares– el carácter de obra unitaria por encima de su diversidad: un libro, por otra parte, que presenta puntos de vista que no hacen concesiones a la moral establecida, al convertir algo tan serio como el asesinato en asunto lúdico, en mofa permanente de los valores aceptados y, posiblemente, aun de las convicciones profundas del autor.

La forma oral domina, porque los crímenes en cuestión son narrados por quienes los han perpetrado, ya en forma de confesión, ya como declaración ante una autoridad policial o judicial.”
DAVID LAGMANOVICH, El microrrelato. Teoría e historia. Palencia, Menoscuarto (Colección Cristal de cuarzo), 2006. 

*   *   *

Leí por vez primera estos Crímenes ejemplares en la ya lejana edición de Lumen, y aún recuerdo mi sorpresa, oscura sorpresa, como corresponde al humor negro que trasmina este libro. Volví a leerlo en la edición de Calambur (2ª ed., 1996), que reproduce la mexicana de 1968, e incluye los textos que el autor desechó de la primera edición (1957), con el añadido de las siguientes series completas: «De suicidios», «De gastronomía» y «Epitafios».

En el prólogo a la primera edición, escribe Aub:

He aquí material de primera mano. Pasó de la boca al papel rozando el oído. Confesiones sin cuento: de plano, de canto, directas, sin más deseos que explicar el arrebato. Recogidas en España, en Francia y en México, a través de más de veinte años, no iba –ahora– a aderezarlas: razón de su vulgaridad.

Así, pues, el autor, a fin de acrecentar la verosimilitud de las confesiones, quedaba reducido a simple recopilador. Ingenuamente, así lo entendí yo en esa primera lectura.

Asimismo, cuando tiempo después leí Jusep Torres Campalans, ni se me ocurrió dudar de la existencia de ese pintor catalán, afincado en París, amigo de Picasso y no de Gris, que abandonó Europa y la pintura al comenzar la guerra del 14, y que vivirá, hasta el final de sus días (¿1956?), en Chiapas (México).

(Respecto a Gris, y rindiendo culto a un lugar común, el pintor catalán, rememorando una conversación, escribe en 1911: “Digo a Gris: –Madrid: un pueblo aburrido y gris que se cree capital de España. España sin Cataluña y Euzkadi no sería más que un poblacho moro, con autoridades inglesas.”) [Nótese que Cataluña aparece escrito en castellano, y Euzkadi en vasco, pero ya anticuado.]

Ese pintor desconocido se llamaba Jusep Torres Campalans. (Por si a alguien extraña el nombre, Jusep, Max Aub aclara que Torres Campalans siempre escribió su nombre con u.) El propósito de Aub al escribir este libro fue reconstruir la vida del pintor y recuperar su obra. Pero el libro no queda resumido en la invención novelesca de un pintor, es asimismo un laberíntico cajón de sastre que incluye, además de la biografía novelada del pintor, la reproducción de sus cuadros y dibujos, la fotografía en que aparece con Picasso (fechada en Barcelona, 1902, y debida a José Renau), un cuaderno de notas, aforismos y pensamientos (el Cuaderno verde, que abarca de 1906 a 1914), críticas de exposiciones, abundantes notas al texto, testimonios y artículos sobre el pintor, el catálogo de sus obras y textos propios y, por último, una extensa conversación entre el pintor y Max Aub...

¿Con ese ropaje, quién podría sospechar que se trataba de una superchería, fruto de la imaginación (y, sin duda, del mucho estudio)? La verdad del engaño no dejaba ningún resquicio para la duda. Y, de nuevo,  el papel de Max Aub quedaba reducido a menos de lo que era en realidad. 

Con las historias -crueles e hilarantes, y otra vez crueles- de los Crímenes ejemplares, tampoco dudé de lo que Max Aub expuso en el prólogo.  

Este libro está impregnado de humor y amargura. Y tengo la impresión de que buena parte de ese humor deriva del encontronazo entre las razones alegadas para el crimen y la cruel realidad del mismo. Peregrinas razones, sin duda, que propician una apoteosis del absurdo. Pese a todo, justo es reconocerlo, no es fácil sentir piedad por algunas víctimas, al menos no por aquellas que ponen a prueba la paciencia del homicida una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez… Aunque clamen al cielo, estos crímenes de los que habla Aub son, privilegio de la literatura, de una jocosidad pasmosa.

Una enseñanza –amarga– se deriva de estas confesiones: la razón más nimia puede llevar al más bendito (o no tan bendito) al crimen. Y algo aún más curioso: nadie se arrepiente; a lo sumo, alguien expresa una autocrítica puramente formal. ¿Asesinos? Homicidas, gente que sin querer mata o que mata sin pensar. No son asesinos a sangre fría; matan cuando les hierve la sangre. Y a algunos parece que la sangre les sigue hirviendo mientras relatan, con su afilada prosa, su iniciación al crimen; al menos, esa impresión da al ver cómo se recrean en la suerte.
LUIS VALDESUEIRO  

 

Crímenes

Me quemó, duro, con su cigarrillo. Yo no digo que lo hiciera con mala intención. Pero el dolor es el mismo. Me quemó, me dolió, me cegué, lo maté. No tuve —yo, tampoco— intención de hacerlo. Pero tenía aquella botella a mano.

* * *

Era más inteligente que yo, más rico que yo, más desprendido que yo; era más alto que yo, más guapo, más listo; vestía mejor, hablaba mejor; si ustedes creen que no son eximentes, son tontos. Siempre pensé en la manera de deshacerme de él. Hice mal en envenenarlo: sufrió demasiado. Eso, lo siento. Yo quería que muriera de repente.

* * *

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga [a] hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

* * *

Se le olvidó. Así por las buenas: se le olvidó. Era cuestión importante, tal vez no de vida o muerte. Lo fue para él.

—Hermano, se me olvidó.

¡Se le olvidó! Ahora ya no se le olvidará.

* * *

Era la séptima vez que me mandaba copiar aquella carta. Yo tengo mi diploma, soy una mecanógrafa de primera. Y una vez por un punto y seguido, que él dijo que era aparte, otra vez porque cambió un «quizás» por un «tal vez», otra porque se fue una v por una b, otra porque se le ocurrió añadir un párrafo, otras no sé por qué, la cosa es que la tuve que escribir siete veces. Y cuando se la llevé, me miró con esos ojos hipócritas de jefe de administración y empezó, otra vez: «Mire usted, señorita…» No lo dejé acabar. Hay que tener más respeto con los trabajadores.

 

De Suicidios

Los que dicen:

—Dan ganas de matarse.

—Dan ganas de desaparecer.

—Dan ganas de morirse,

no se suicidan nunca.

* * *

Llámanlo el sueño eterno. Como padezco horriblemente de insomnio, pruebo.

 

De Gastronomía

Esa hormiga odiaba aquel león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.

 

Epitafios

De Nijinski:

Que le quiten lo bailado.

[Apostilla de L.V.: Si se tratara de Antonio el bailarín, o del otro Antonio, Gades, lo propio hubiera sido escribir: Que le quiten lo bailao, para caer en pedantería, aunque tratándose de Nijinski lo propia es dejarlo como está, para no rebajar su tragedia vital. Con todo, este tema de la d fantasma no es baladí (ni lo es su terrible aparición errática: bacalado, Bilbado) y los sexadores de palabras, y cuantos buscan ahormar la lengua en el lecho de Procusto, debieran abrir los ojos, como platos, y leer lo que escribió el jacarandoso Julio Casares: “resulta que, mientras en el lenguaje de las personas educadas y aun en boca de muy conspicuos oradores, es frecuentísimo escuchar abogao, diputao, Senao, etc., [incluso Estao, repite sin cesar un líder político] nadie diría sin ser tachado de grosero mi cuñaa es muy aficionaa a las mantecaas de Astorga”. Esto que escribió hace décadas don Julio, ¿osaría sostenerlo hoy? ¿No habría quien le recriminara: pa grosero tú?, o quien le zahiriera con cualquier palabra adocenada de esas que saltan como un resorte y yugulan cualquier posibilidad de entendimiento.]

MAX AUB, Crímenes ejemplares. Prólogo de Eduardo Haro Tecglen. 2ª ed. Madrid, Calambur, 1996. [Que yo sepa, aunque no he hecho un rastreo exhaustivo, posteriormente lo editó Media Vaca –edición ilustrada por varios artistas- y Thule. Y bien pudiera ser que haya más ediciones.]

Bajo esta etiqueta -Florilegio (Antología mínima de autores varios)- pretendo acoger una selección de textos breves (verso y prosa) que, al margen de cualquier juicio crítico, me han interesado como lector. Los textos en prosa responden a "géneros" que hacen de la brevedad virtud: aforismos, poemas en prosa, fragmentos, microcuentos, etc. De los textos poéticos en otras lenguas ofrezco el original. Menciono, asimismo, la edición utilizada en cada caso. (Téngase por excepción cualquier olvido de estas pautas.)

5 comentarios:

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Muchas gracias, Luis, me ha emocionado esta dedicatoria de tu estupenda entrada. Yo llevo uno de esos crímenes siempre en la memoria: "Lo maté porque era de Vinaroz". Y, claro, uno de los mejores epitafios que se hayan escrito nunca, el suyo, el que Max se dedicó a sí mismo y que encierra toda una actitud ética ante la vida: "No pudo más."
Un fuerte abrazo, Javier.

Juan Poz dijo...

Ya sé que echar de menos una obra parece menospreciar las que se ofrecen con tanta generosidad antológica, lo que no es el caso, pero hablar de Jusep Campalans y no hacerlo de Álvarez Petreña...
De Aub siempre me ha parecido que donde más él se manifestaba era en una novela aparentemente "menor", La calle de Valverde, que recoge la vida popular que la Gran Vía partió por la mitad. En esta dirección se recoge la aventura censora de la novela en España a finales de los 60: http://www.eldigoras.com/eom03/2004/2/tierra35mps06.htm

Luis Valdesueiro dijo...

No hay de qué, Javier. El de Vinaroz es, en su sencillez, uno de los crímenes más abierto a interpretaciones. Ni siquiera puede descartarse una interpretación metafísica...
Un abrazo.


Muy interesante, Poz, el artículo de Paz Sanz sobre la censura de La calle de Valverde. Con la ley Fraga,las empresas editoras se la jugaban, económicamente hablando. Eso pasaba con las revistas y supongo que sucedería lo mismo con los libros. En los días siguientes a la presentación de ejemplares en el Ministerio de Información y Turismo, la publicación podía ser "secuestrada" por la policía. Asunto aparte es que cuando llegaran a la imprenta, o a los quioscos, ya se hubieran "esfumado" los ejemplares. En cualquier caso, creo que esa ley, por el atrevimiento de los editores, permitió que se editaran libros que en ningún caso hubieran pasado la censura.
Un abrazo.

Fernando Valls dijo...

Luis, de los crímenes no hay más ediciones que esas; aunque existe otra de Espasa (no sé si sólo para vender en quioscos o con fascículos, etc.) que creo que reproduce la última de Lumen. Ahora, Cuadernos del Vigía, editorial de Granada, anuncia un nuevo volumen de crímenes con los inéditos que había en la Fundación.
Y sobre ese crimen que afirma "Lo maté porque era de Vinaroz", puedes mirar lo que digo en mi libro sobre el microrrelato español. A ver si te convence mi interpretación.
Desde luego, me ha gustado mucho que le dediques la entrada a Javier Quiñones. Saludos.

Luis Valdesueiro dijo...

Fernando, Leí tu libro hace unos meses. Volveré a echar un vistazo a las páginas que dedicas a Aub. Por cierto, gracias a él descubrí Los niños tontos, de Matute. Muy buen libro (y también el tuyo).
Saludos.

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