Trasegando papeles encuentro una fotocopia que daba por perdida. Reproduce un curioso cartel de la guerra civil, en blanco y negro, aunque no por ello deja de tener interés. El cartel lo firma un tal S.O.B. En la parte central se ve a un soldado, con casco y capote, en posición de firmes, con fúsil y bayoneta calada. Su pecho oculta parte del cuerpo desnudo de una mujer en levitación erótica. Por la izquierda, asoman unas piernas licenciosas. La derecha, al flexionar la rodilla, forma un pequeño Fujiyama. A lo lejos, dos inmensas cejas simulan cerros. Sobrevuela la ceja izquierda una suerte de mapa alado y celeste de España. (Las manchas de tinta, como descubrió Roscharch, dan pie a todo tipo de cábalas.) Por encima del hombro del soldado, la cabeza de la mujer cae lánguidamente hacia atrás, como en un arrobo amoroso.
Debajo del dibujo, un mensaje cuya tipografía intento remedar:
U N A M U J E R
P U E D E S E R E L E N E M I G O
G U Á R D A T E D E E L L A
Con lavajes - Preservativos - Preventivos
(Me sorprende el acento en ‘guárdate’. Es un detalle que casi nadie tiene con las mayúsculas. Respecto a los “lavajes”, ignoro a qué se refiere. Y el diccionario no me saca de dudas.)
Y más abajo, la siguiente propuesta:
o mejor - con abstención
El cartel, por si alguien tiene curiosidad, lo edita el Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya.
La prostitución, y su reguero de enfermedades venéreas, es una más de las lacras de la guerra. Y este cartel de la Generalitat de Catalunya me ha recordado unas páginas de Michael Seidman en su A ras de [sic] suelo. Historia social de la República durante la Guerra Civil [Alianza Editorial, Madrid, 2003]. Cuenta Seidman que a principios de 1937, tras la defensa heroica (y trágica) de Madrid, los combatientes se replegaron en su propio interés, lo que también tenía que ver con el sexo. A pesar de las recomendaciones oficiales de evitar el trato con prostitutas, los soldados hacían oídos sordos. Sindicatos y organizaciones políticas consideraban un problema a las mercenarias del amor. Para la UGT eran un “elemento principal de la quinta columna”. Los anarquistas, más puritanos, eran tajantes: “el hombre que acude a las casas de mala nota no puede ser un anarquista”. Y por si no bastara el anatema, hacían pedagogía moral: “El que compra un beso se pone a la altura de la mujer que lo vende. Por esto el anarquista no ha de comprar besos. Ha de merecerlos.” La opinión de que las prostitutas trabajaban para el enemigo estaba muy generalizada. A decir verdad, según Seidman, “los soldados republicanos se contagiaban de enfermedades que dejaban a algunos de ellos fuera de combate durante más tiempo que las heridas de batalla.” Fascistas o no, había prostitutas en muchos sitios y en las dos zonas, y no dejar de ser curioso lo que Seidman aclara a este respecto: “Al mismo tiempo, algunas proletarias del placer en la capital de los nacionales manifestaban un abierto antifascismo. Las mujeres de vida alegre que trabajaban en la maison La Luisa, situada justamente detrás de la célebre catedral de Burgos, eran notoriamente hostiles a los aviadores insurgentes que frecuentaban su burdel.”
4 comentarios:
"Lavajes de permanganato de potasio" para evitar, sobre todo, la blenorragia, es a lo que se refieren los "lavajes" del anuncio. Aún cuando llegué a Barcelona en 1973 en muchos balcones de las casas del barrio chino, al lado del cual viví durante casi dos años, tiempo en el que lo frecuenté no poco,había rótulos de "gomas" y "lavajes" que indicaban bien a las claras la clase de tratamientos que allí se dispensaban.
Gracias, Poz, por la información. Si lo supe alguna vez, lo tenía olvidado. No el permanganato, que me recuerda las muchas horas de prácticas en el laboratorio de química. Por cierto, que cerca de la calle Mayor había unos carteles inmensos indicando que allí se trataban enfermedades venéreas...
Pobres mujeres, siempre somos blanco de iras y responsables de males, en cualquier época y situación. Ya empezamos mal en el Paraíso y seguimos igual. Encarnamos la tentación, somos transmisoras de enfermedades inconfesbles, acercarse a nosotras puede ser muy peligroso e incluso mortal. En plena guerra, con la muerte siempre al acecho, ni siquiera era lícito el desahogo carnal con ciertas mujeres, las pobres rameras (curiosa explicación etimológica, por cierto)que sólo querían sobrevivir entre tanta desolación, como todos.
Un saludo.
Entiendo tu queja, Yolanda: el cartel habla de "una mujer", en general, con lo cual abarca a todas las mujeres (incluso si sólo se refiere a unas pocas), y cualquiera pudiera darse por aludida. A no ser que, en ese contexto, cualquie mujer estuviera autorizada a entender que se refería a "una [mujer] cualquiera". De todos modos, no conviene olvidar la situación: el problema sanitario acababa convertido en un problema militar, por las bajas que se causaban.
Un saludo.
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