Una crisis espiritual condujo a Tolstói (1828-1910) a un cristianismo sin dogma, basado en el amor y la no resistencia al mal. Siempre comprometido en la búsqueda de un paradigma de justicia, el artista extraería de aquella crisis un ideal de vida
—pobreza voluntaria, trabajo manual, ascetismo— que le llevaría, en 1888, a ceder sus posesiones a su familia y, más tarde, los derechos de sus últimas obras al dominio público. Subjetividad y sed de verdad se dan la mano en este Evangelio abreviado, la traducción de los cuatro evangelios que Tolstói realizó para revelar el verdadero mensaje de Cristo, que, en su opinión, tras mil ochocientos años de manipulaciones y tergiversaciones, la exégesis eclesiástica había ocultado. Por primera vez el lector en español tiene acceso a la fue, según el escritor ruso, la obra más importante de su vida.
[Nota editorial.]
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Los discípulos de Jesús le preguntan en qué consiste el reino de Dios que él predica. Jesús responde: «El reino de Dios que yo predico es el mismo que predicaba Juan. Consiste en que todos los hombres, sean cuales sean sus infortunios carnales, pueden ser bienaventurados.»
Y Jesús dijo al pueblo: «Juan fue el primero en predicar a los hombres que el reino de Dios no está en el mundo externo, sino en el alma de los hombres. Los ortodoxos fueron a escucharle pero no entendieron nada, porque sólo entienden lo que ellos mismos inventan sobre el Dios externo; predican sus invenciones y se sorprenden de que nadie les escuche. Juan predicaba la verdad del reino de Dios dentro de los hombres y por eso hizo más que nadie. Él hizo que desde ese momento no fueran necesarios ni la ley ni los profetas ni ningún culto externo a Dios. Con su enseñanza se descubrió que el reino de Dios está en el alma de los hombres y que todo hombre con sus fuerzas puede estar en el reino, en la voluntad de Dios padre.»
A la pregunta de cuándo llegará el reino de Dios, Jesús dice que el reino de Dios es invisible y no se encuentra en lo externo, sino en las almas de los hombres. El principio y fin de todo se encuentran en el alma del hombres.
Y explicando el sentido del reino de Dios, Jesús dijo: «Todo hombre, aparte de ser consciente de su vida carnal, de entender que fue concebido por un padre carnal en las entrañas carnales de una madre, también es consciente de que en sí mismo hay un espíritu libre, inteligente e independiente de la carne. Este espíritu, infinito y surgido de lo infinito, es el principio de todo y es lo que llamamos Dios. Lo conocemos sólo en nosotros mismos. Este espíritu es el principio de nuestra vida, hay que ponerlo por encima de todas las cosas y vivir por él. Cuando este espíritu se convierte en el fundamento de la vida, recibimos la vida verdadera e infinita. Aquel padre espíritu que envió el espíritu a los hombres, no podía enviarlo para engañarlos, para que los hombres, al ser conscientes de que la vida infinita está dentro de ellos, la perdieran. Si en el hombre existe este espíritu infinito, le tiene que dar la vida infinita. Y por eso el hombre que dispone su vida conforme a este espíritu, tiene vida eterna. El hombre que no dispone su vida conforme a este espíritu no tiene vida. Los hombres pueden escoger por sí mismos la vida o la muerte. La vida está en el espíritu, la muerte en la carne. La vida del espíritu es el bien, la luz; la vida de la carne es el mal, las tinieblas. Creer en el espíritu significa hacer buenas obras; no creer, hacer malas obras. El bien es vida, el mal es muerte. A Dios, el creador exterior, el principio de todos los principios, no lo conocemos. Todo lo que podemos saber de él es que sembró en los hombres el espíritu, y lo sembró como hace el sembrador, en todos, sin distinguir el terreno. La semilla que cae en un buen terreno, crece; pero la que cae en una tierra inadecuada, muere. Sólo el espíritu da vida a los hombres y de éstos depende conservarla o perderla. El mal no existe para el espíritu. El mal es imitación de la vida. Existe sólo lo vivo y lo no vivo. El mal es lo no vivo. Así los hombres conciben el mundo; pero cada hombre tiene conciencia del reino de los cielos en el alma. Todo hombre puede entrar o no en él voluntariamente. Para entrar en él, hay que creer en el alma del espíritu. El que cree en la vida del espíritu tiene vida eterna.»
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Lev Tolstói, El Evangelio abreviado
Traducción e introducción de Iván García Sala
Epílogo de Luis M. Valdés Villanueva
Oviedo
KRK Ediciones
2006
2 comentarios:
Excelente breviario, Luis. Me parece la quintaesencia del Cristianismo.
Saludos.
Sugerente sí que es, sin duda. Tolstoy es sorprendente: en un momento dado renuncia a su pasado y se convierte en un líder espiritual. Caso único, digo, ruso.
Saludos.
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