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29.10.09

El circo de los libros

Hace unas horas que oí por la radio, con la estupefacción reservada a las gilipolleces, que unos cuantos individuos pasarán -o han pasado, o están pasando- unas horas, en el escaparate de una librería, desflorando,  antes de que se ponga a la venta, la última novela de moda... Creo que las horas y los lectores son doce, como los apóstoles -aunque no lo recuerdo exactamente- o quizá diez, como los mandamientos. Esta noche no he dormido bien, y aunque no culpo a la noticia, lo cierto es que ha conseguido traerme un recuerdo de infancia: aquellos monos, de culo rojo pelado y mano inquieta, que en el foso de la antigua Casa de Fieras del Retiro, se pelaban la minga, sin pudor, ante el íntimo regocijo tímido de los asistentes. (Espero que la memoria no me traicione, pero cualquiera sabe que la memoria inventa tanto como la imaginación. Vamos, que es otra forma de imaginar lo que uno ha vivido.)

A mí la noticia del exhibicionismo lector me molesta, para qué negarlo, pero sobre todo por lo pacata que es, y por su incapacidad para rendir culto a la más rabiosa pos-posmodernidad. Alego varias razones:

1º Los lectores debieran estar desnudos. A nadie se le oculta que, desde que lo descubriera aquella jovial película inglesa que ilustraba crisis laborales y personales, desnudarse es necesario si la causa es buena (y no hay causa mala si uno se desnuda).

2º La cabeza de los lectores debería estar adornada con un casco frondoso de cables  conectados a un monitor, en el que los espectadores pudieran apreciar las evoluciones cerebrales a que daba lugar la historia. Serviría también para descubrir a los listillos que, en lugar de leer, hacían que leían. (La gente es muy capaz de hacer mucha cosas para aparentar que hacen otras. Sobre todo, supongo, la gente que está dispuesta a leer en un escaparate.)

3º Los ejemplares utilizados en la acción deberían ser donados a las grandes bibliotecas nacionales del mundo, o entregadas a una ONG para que organizara una tómbola... o... o... o... o por último...

Estas son apenas unas mínimas observaciones, pero es indudable que ante los publicistas (antaño llamados publicitarios) se abre un inmenso campo de posibilidades culturales. La publicidad se liberó hace tiempo de los viejos escrúpulos éticos acerca de si el fin justifica los medios, o no los justifica. Hoy por hoy, la publicidad no acepta límites. Y su regla de oro viene a decir algo así como: si la causa es buena (¿y qué causa no lo será?), la acción es buena.

4 comentarios:

Juan Poz dijo...

Y sin embargo, en ese otro escaparate de la condición humana que fue, y que supongo que seguirá siendo, Gran Hermano, estaban prohibidos los libros...
Los únicos que han entendido el misterio de la lectura son algunos pintores que nos han regalado una perfeca comprensión de tan opaca dedicación.
Por más que las teorías modernas coloquen al lector en lugar de privilegio para el análisis del hecho literario, socialmente sigue siendo irrelevante y, sobre todo, aburrido y asocial, porque quien lee rechaza lo que le rodea y se aísla, se refugia.

zim dijo...

jajaja,... muy bueno, Luis. Voto también por que se pongan en práctica los puntos número uno y dos de tus sugerencias (aunque si tengo que elegir, me quedo con el primero, capaz de poner al lector sólo y desarmado -y hasta cautivo, si se halla dentro de un escaparate- frente a la obra literaria). Y además, luego les obligaría a contestar a las arteras preguntas de unos cuantos examinadores, a ver si de verdad estaban leyendo comprensivamente el texto. De no ser así, unos buenos palmetazos y de vuelta al escaparate, a empezar por la primera página ... hasta que aprobaran el examen. ¡Hala, eso por exhibicionistas!

Joselu dijo...

A mí esta noticia me deja indiferente. Es tanta la tontería desplegada en el mundo que una dosis más no llega a mortificarme. Desde el llamado artista que enlató su propia mierda (aunque se sospecha que no era tal)y los museos guardan esas latas como preciados tesoros, ya nada me sorprende de la mercadotecnia o el publicismo. Lo que veo cada día en cuanto a reivindicación gozosa de la estulticia me sobrecoge más. Déjales en su escaparate como mandriles en celo. ¿Qué más da? El ser humano moderno igual que ha hecho una reivindicación orgullosa del mal gusto, también lo ha hecho de la necedad. Son ejemplos ¿no?

Luis Valdesueiro dijo...

Bueno, Juan, desde San Ambrosio de Milán, la lectura tiene mucho de placer solitario. Lo que no excluye que incluso hasta ahora mismo siga siendo un acto colectivo en algún caso.
El peligro, Zim, es que estas cosas buscan armar revuelo, y todo al final contribuye a alimentar a la bestia.
A mí, Joselu, me ha pillado con la moral baja, después de una larga sesión en el potro del dentista.

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