“La toma del poder por parte de Hitler desató un estado de ánimo revolucionario en el momento en que se notó con espanto, pero también con admiración y alivio, que los nazis pretendían efectivamente triturar el sistema de Weimar, apoyado solamente por una minoría. Hubo manifestaciones sobrecogedoras del nuevo sentimiento de comunidad, juramentos de masas bajo catedrales luminosas, fuegos de campamento en las montañas, discursos del Führer en la radio, mientras la gente se congregaba con sus vestidos estivales para escucharlo en las plazas públicas, en el aula de la universidad y en las cervecerías, así como cantos corales en las iglesias para celebrar la toma del poder. Es difícil reproducir el temple de ánimo de aquellas semanas, escribe Sebastian Haffner, que lo experimentó en persona. Esa disposición de ánimo constituía la auténtica base del poder para el futuro Estado del Führer. «Era un sentimiento muy ampliamente difundido de redención y liberación de la democracia, no puede decirse de otra manera.» Este sentimiento de alivio por el final de la democracia no se limitaba a los enemigos de la República. Incluso la mayoría de sus adictos no le atribuían la capacidad de hacer frente a la crisis. Era como si se hubiese disuelto un hechizo paralizante. Parecía anunciarse algo realmente nuevo: un gobierno del pueblo sin partidos y con un caudillo, del cual se esperaba que hiciera nuevamente de Alemania una nación unida en el interior y segura de sí misma hacia el exterior. Parecía cumplirse finalmente la añoranza de una política apolítica. La política había sido para la mayoría un asunto de altercados de partidos y de egoísmo. Heidegger había expresado el resentimiento contra la política cuando adjudicó toda esta esfera al «uno» y a las «habladurías». La política era considerada una traición a los valores de la verdadera dicha: dicha familiar, espíritu, fidelidad, valor. «Un hombre político me resulta repugnante», había escrito ya Richard Wagner. El afecto antipolítico no quiere avenirse con el hecho de la pluralidad de los hombres, sino que busca el gran singular: el alemán, el pueblo, el trabajador, el espíritu. Lo que había quedado de prudencia política perdió todo crédito de la noche a la mañana; y lo que ahora contaba era la emoción profunda.” [La cursiva es mía.] Rüdiger Safranski, Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán Barcelona: Tusquets, 2009 Traducción de Raúl Gabás |