El pasado martes se cumplieron cincuenta años de la muerte de Julio Camba. Una buena excusa (y qué excusa no es buena) para degustar alguno de sus memorables artículos, que son un gozo para el espíritu y un tónico para los músculos faciales. ¿Cuántos autores son capaces de provocar en el lector un estallido de risa? Pocos o muchos, es indudable que Camba es uno de ellos. Maestro de la crítica sutil y elegante, en Camba nunca se echa de menos la cortesía del humor, aunque sea un humor serio. La querella de la ñ, como evidencia el artículo de Camba que propicia esta nota, viene de antiguo y acaso no tenga fin. Dichosa tilde, hispánica boina que le cayó a la n en pos de la sencillez, y que tantas porfías provoca.
Otras letras, en otros idiomas, llevan esa misma tilde, pero lo privativo de la virgulilla de la ñ es que, lejos de ser el tocado con que se cubre la n, se trata de una letra distinta, aunque ambas sean gemelas, y de tan distinto bramar. Allí donde la n es letra tímida y modosita, la ñ parece una letra gamberra, belicosa, que inflama palabras y conceptos. En cuanto a su sonido parece de hormigón armado, pero su apariencia es de una elegancia natural que deslumbra. De la antología que preparó el mismo Camba, Mis páginas mejores (Gredos, 1956), rescato este cómico texto sobre los infortunios de la dichosa ñ, orgullo y emblema de nuestro alfabeto. Los únicos impresores del mundo que han aceptado la ñ española son los ingleses. Los franceses no la han aceptado todavía, y los alemanes tampoco. Los franceses, especialmente, no sólo no aceptan nuestra ñ, sino que ni siquiera la traducen. Hay una traducción francesa de La campaña del Maestrazgo, que se titula La cloche du Maestrazgo. Yo me quedé loco un día que me preguntaron en París: —Mais, qu’est ce que c’est que cette sacrée cloche du Maroc? Sin embargo, nosotros respetamos el rabito de la c francesa, ese rabito que parece una perilla, y nunca escribimos francais, sino français, ni francois, sino françois. Que los franceses respeten nuestra ñ, si quieren que nosotros respetemos su c de rabito. No es cosa de que se abuse de nosotros porque seamos una nación débil. La ñ española ha corrido muchísimas aventuras en el mundo. Un español entró un día en un estanco de Berlín a comprar cigarros. Le enseñaron unos habanos con una vitola que decía: «Cabanas». —Estos habanos —dijo el español— los hacen ustedes en la trastienda, ¿eh? El estanquero protestó: —No proteste usted. Si fueran habanos, no diría en la vitola Cabanas, sino Cabañas. Esta n debiera tener una tilde. Y el español inició al estanquero en los misterios de la ñ española. Algún tiempo después el mismo español volvió al estanco. El estanquero lo reconoció en seguida. —Ya tenemos legítimos Cabañas —le dijo—. Vea usted. Abrió una caja y le mostró un cigarro. En la vitola se leía: «Cabañas.Habaña.» El estanquero, muy orgulloso, exclamaba: —¡Habaños, habaños legítimos!... Julio Camba, Alemania (1916). |
6.3.12
Los «senores» extranjeros (Un artículo de Julio Camba sobre la dichosa ñ)
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6 comentarios:
¿Ya es posible dejar comentarios en tu blog, Luis?
El artículo es magnífico, aunque anoso y lleno de anoranza.
Un abrazo.
Sí, José Miguel, parece que ya funciona, aunque esta es época de sequía de comentarios.
Un abrazo.
nice blog
Es que esta letra tan nuestra posee una contundencia demoledora. Basta para ello pronunciar en voz alta, cuanto más alta mejor, el nombre España, y verás...
Un abrazo.
Hay otra palabra, de contundencia subida, a la que Gregorio Salvador se refiere púdica y veladamente así: "... la voz más repetida entre españoles, sustantivo masculino de muy femenina atribución, interjección no obstante casi siempre, la que sirve incluso para darnos nombre gentilicio en Chile, no tiene nada que ver con cierta figura geomética..." ¿ ?
Un abrazo.
A aquel alemán las lanzas se le volverían canas, sin duda...
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