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19.11.11

La quimera del oro: La epopeya de Chilkoot Pass (y 2)


Queda el Chilkoot Pass… A pesar de la altura (unos 200 metros más que el White Pass), el hielo duro, los vientos turbulentos y una pendiente final tan empinada que ningún animal puede escalarla. Allí, 22.000 locos, llevando cada uno una tonelada de material y de víveres, van a convertir la avalancha en leyenda…Chilkoot Pass-1

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Policía montada que controla el puerto, temiendo un invierno de hambre en el Yukón, exige a cada individuo llevar consigo lo necesario para sobrevivir, lo que le obliga a subir un máximo de 50 libras en cada ascensión. Los hombres, desamparados, se amontonan al pie de la montaña en lo que rápidamente se convierte en Sheep Camp, la ciudad de pesadilla donde la vida apenas vale nada. Los caballos, abandonados, mueren de hambre. Los porteadores indios roban a los recién llegados.

Una sola pista, en la ladera de la montaña, tallada sobre el duro hielo. Una cadena ininterrumpida de desgraciados, desde el alba, vacilantes bajo sus paquetes, medio helados, hambrientos. No se permite ninguna parada, so pena de verse expulsado de la cadena. Cada individuo, convertido en un eslabón del conjunto, debe poner el pie en las pisadas de su predecesor. 

Chilkoot Pas

Entonces comienza lo peor: 1.500 peldaños tallados casi a pico en el hielo. Los perros de los trineos han de ser transportados a espaldas de los hombres. Y cuando, finalmente, al atardecer, se alcanza la cima, hay que volver a descender para ponerse de nuevo en camino al día siguiente, en el tropel de millares de impacientes, con otra parte del propio cargamento: tres meses de idas y venidas para un hombre de mediana fuerza.

Más de 40.000 renunciarán, pero 22.000 lograrán pasar a lo largo de todo el invierno. Amontonados en torno a los lagos Lindeman y Bennet, esperarán el deshielo para descender el Yukón hacia Dawson City.

Jack London es más afortunado: llegado a Dyea el 7 de agosto de 1897, consigue, gracias a su excepcional vigor, atravesar el Chilkoot Pass el 30 de agosto, antes de las primeras nieves, transportando unas 150 libras en cada ascensión.


Michel Le Bris
La fiebre del oro
Traducción de Iñaki Aizpurúa 
Madrid: Aguilar, 1989

NOTA: Lamentablemente, esta página se muestra de manera distinta a su concepción original. La posible solución se me escapa, aunque no ignoro la causa del desaguisado. Pido disculpas por tan bárbaro amontonamiento de palabras e imágenes. El texto debería ir, si nada lo entorpeciera, debajo de las imágenes. 


     

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5 comentarios:

Juan Poz dijo...

"22.000 locos llevand 'cada uno' una tonelada de material y víveres"... Serán 22.000 Hércules, ¿no?
Ahora bien, si lo que se quería practicar era el bonito uso de la hipérbole, no tengo nada que añadir, salvo que incluso la hipérbole exige cierta contención o, al menos, cierta gracia...
Las fotos son impresionantes, y más aún los destinos individuales de esa hilera de autenticos Sísifos. Fiebre del oro, la llamaron. ¿Por qué no Enajenación del oro?
Hay un fuerte impulso épico, no obstante, en esas hazañas que nos las vuelven atractivas.

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Cosa de las avalanchas, Luis, el descuadre de texto y fotos. Coincido con Poz sobre la extrañeza de la hipérbole, neutralizada por la vecindad del preciso numeral.
Un abrazo.

Luis Valdesueiro dijo...

(Por fin... No podía seleccionar el perfil para escribir el comentario, pero ya he dado con un atajo...)
El texto quizás peque un tanto de equívoco. En un principio habla de una tonelada, y sólo más adelante aclara que en cada ascensión portaban un máximo de 5O. A lo que parece, una libra sería poco menos de medio kilo. Y tampoco cuadran mucho, salvo imprevistos, los "tres meses de idas y venidas". La referencia a Sísifo está bien traída (pensé utilizarla a la hora de titular), porque durante semanas tenían que subir y bajar, una y otra vez, una y otra vez. Las penurias de la fiebre del oro californiana quizás sean muy distintas de la gelidez de la quimera del oro alaskeña. Luchar contra el frío tiene bemoles. Las "fiebres del oro", por su mezcla de locura, entusiasmo y desesperación, siempre atraen. El último caso, quizás sea el de los garimpeiros de Serra Pelada, en la Amazonia, hace tan solo unas décadas.
Saludos.

José Miguel Ridao dijo...

Pues a mí creo que sí me cuadra: una tonelada son 2200 libras, lo que equivaldría a 44 viajes con 50 libras a las espaldas, cosa que es factible realizar en tres meses, si se está debilitado. Jack London debía de ser un tiarrón.

Ah, y el desajuste del texto queda muy bien en esta entrada, parece que las letras descienden por las pendientes escarpadas de las fotografías.

Un abrazo.

Luis Valdesueiro dijo...

Cómo se nota, José Miguel, que, aparte de las letras, dominas los números.
Saludos.

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