«En todas las obras sistemáticas de Hegel hay siempre un apartado que trata de la conciencia desdichada. No se pueden leer estos estudios sin una profunda inquietud y hondo temblor cordial, temiendo siempre que se va a alcanzar un saber demasiado grande o demasiado pequeño. La denominación de conciencia desdichada es de tal magnitud que basta mencionarla en una simple conversación como para que casi sintamos que se nos hiela la sangre en las venas o se nos pongan los nervios de punta. ¿Qué diremos cuando se trata de ella a fondo, como en el caso que comentamos? ¿No os produce vértigos, como a pobres pecadores, el verla así expuesta? ¿No os estremecéis como si tuvierais delante aquellas misteriosas palabras de un cuento de Clemente Brentano: tertia nux mors est? [El cuento de Brentano se titula Las tres avellanas, y cabalmente “la tercera avellana es la muerte”. Habría que leer el cuento íntegro para que estas últimas palabras tuvieran un efecto tan estremecedor sobre nosotros. S. K.] ¡Dichoso el que da este asunto por concluido una vez que ha escrito un párrafo sobre el mismo! ¡Y más dichoso aún el que es capaz de escribir las líneas que siguen! El desgraciado, en definitiva, es aquel que de una manera u otra tiene fuera de sí mismo lo que él estima ser su ideal, el contenido de su vida, la plenitud de su conciencia y su verdadera esencia. El desgraciado está siempre ausente de sí mismo, nunca íntimamente presente. Ahora bien, se puede estar ausente o en el pasado o en el futuro. Con esto queda suficientemente circunscrito todo el territorio de la conciencia desdichada. Agradezcámosle a Hegel el haber establecido con tanta precisión estos límites. Y ahora, cumplido este deber de gratitud, adentrémonos en ese país, no como meros filósofos que contemplan las cosas a distancia, sino como auténticos indígenas que examinan de cerca los diversos estadios del fenómeno.
Por tanto, el desgraciado es un ausente. Pero la ausencia puede ser tanto en el pasado como en el futuro. Es necesario insistir mucho en esta expresión. Porque es evidente a todas luces, según nos lo enseña la misma ciencia del lenguaje, que hay un tiempo que es presente en el pasado y, de otra parte, un tiempo que es presente en el futuro. La ciencia del lenguaje nos habla también de un tiempo pluscuamperfecto, que no encierra nada de presente, y de un futuro perfecto que tiene esta misma peculiaridad. Con estas expresiones se viene a designar a los individuos que viven en la esperanza y en el recuerdo. Si, como regla general, admitimos que sólo es dichoso el individuo que está presente a sí mismo, entonces tendremos que decir que los individuos antes aludidos son en cierto sentido unos desgraciados, ya que viven exclusivamente en la esperanza o en el recuerdo. No obstante, en el sentido más rigurosos de la palabra, no se puede llamar desgraciado a un individuo que de un modo presente viva en la esperanza o en el recuerdo. Pues en estos casos lo que hay que destacar es que el individuo se halla presente en uno u otro extremo.
[…]
Por lo pronto, examinemos el caso del individuo que vive en la esperanza. Este individuo, según la regla general, es un desgraciado, pero al no ser presente a sí mismo, por cuanto vive en la esperanza, resulta un desgraciado en el sentido riguroso de la palabra. Un individuo que espera la vida eterna es, indudablemente, una personalidad desdichada hasta cierto punto, en la medida en que renuncia al presente, pero no podemos decir sin más que sea un desgraciado en el sentido estricto del vocablo, ya que él está presente a sí mismo en esa esperanza y no entra en litigio con los aspectos particulares de lo finito. En cambio, si tal individuo no se torna presente en la esperanza, sino que la pierde, y luego se pone a esperar de nuevo y así sucesivamente, nos está dando con ello señales inequívocas de ser un ausente de sí mismo, no sólo en el tiempo presente, sino también en el futuro. Esta es la descripción de un tipo de desgraciados. Los resultados serán muy parecidos si estudiamos el caso del individuo que vive en el recuerdo. Si éste logra estar presente a sí mismo en el tiempo pasado, no será un desgraciado en el sentido riguroso de la palabra. Pero si no lo logra, porque vive constantemente ausente de sí mismo en el tiempo pasado, entonces ya tenemos descrito otro tipo de desgraciados.»
SØREN KIERKEGAARD, “El más desgraciado. Arenga entusiasta a los cofrades cosepultos. Peroración para una de las reuniones habituales de los viernes”, en Obras y papeles de Kierkegaard. IX. Estudios Estéticos. II. De la tragedia y otros ensayos. Traducción directa del danés, prólogo y notas de Demetrio Gutiérrez Rivero. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1969.
5 comentarios:
Me leí casi entera "La enfermedad mortal" de S. K. Ponía la dialéctica hegeliana al servicio de su idea de la desesperación como mal radical. Entiendo que le apasionara a Unamuno. Debieron ser personalidades muy parecidas.
Un abrazo.
¡Estar ausente de sí en el pasado! Ningún grado mayor de irrealidad, desde luego, puede apoderarse de un ser, porque el futuro es otra de las caras del pasado, como bien señala el autor al hablar del futuro perfecto.
A mí me impresionó mucho, José Miguel, la lectura de La enfermedad mortal. La desesperación: enfermedad mortal, que ni mata ni deja vivir.
Convendrás conmigo, Poz, en que este texto de Kierkegaard es insuperable en su narración de lo que significa "estar en el presente".
Ah, y no olvidemos el lema de Faemino & Cansado: Que va, qué va, qué va, yo leo a Kierkegaard!
Probablemente su sola presencia le haría sentir mucho más desgraciado, así que, ¿cómo no ausentarse?
Un abrazo.
Es indudable, Javier, que a veces cuesta permanecer en el presente... Y entonces las "evasiones", y la existencia vicaria, se ponen a la orden del día.
Un abrazo.
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