Ricardo Baroja, ilustración de La busca
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La historia del tío Patas era verdaderamente interesante. Manuel la averiguó por las habladurías de los repartidores de pan y de los chicos de otros puestos.
El tío Patas había llegado a Madrid, desde un pueblo de Lugo, a buscarse la vida, a los quince años. Al cabo de veinte de economías inverosímiles, trabajando en una tahona, ahorró tres o cuatro mil pesetas, y con ellas estableció un puesto de pan y de verdura. Su mujer despachaba en el puesto, y él seguía trabajando en la tahona y guardando dinero. Cuando su hijo creció, le tomó en traspaso una taberna, y luego una casa de préstamos. En esta época de prosperidad murió la mujer del tío Patas, y el hombre, ya viudo, quiso saborear la vida, que tan estéril fue para él, y se casó, a pesar de sus cincuenta y tantos años, con una muchacha, paisana suya, de veinte, que no pensaba, al ir al matrimonio, más que en convertirse de criada en ama. Todos los amigos del tío Patas trataron de convencerle de que era una barbaridad el casarse a sus años, y con una moza tan joven; pero él siguió en sus trece, y se casó.
A los dos meses de matrimonio, el hijo del tío Patas se entendía con su madrastra, y poco tiempo después el viejo se enteraba. Espió un día, y vio salir a su hijo y a su mujer de una casa de compromiso de la calle de Santa Margarita. Quizá el hombre pensó tomar una determinación enérgica, decir a los dos algo muy fuerte; pero como era calmoso y tranquilo, y no quería perturbar sus negocios, dejó pasar el tiempo, y poco a poco se acostumbró a su situación. Después, la mujer del tío Patas trajo del pueblo a una hermana suya, y cuando llegó, entre la mujer y el hijo del tío Patas se la empujaron al viejo, y éste concluyó amontonándose con su cuñada. Desde entonces, los cuatro vivieron con tranquilidad completa. Se entendían admirablemente.
A Manuel, que estaba curado de espanto, porque en la Corrala había más de una combinación matrimonial parecida, no le asombró la cosa; lo que le indignaba era la tacañería del tío Patas y de su gente.
Toda la escrupulosidad que no tenía la mujer del tío Patas en otras cuestiones, la guardaba, sin duda, para las cuentas. Acostumbrada a sisar, conocía al dedillo las socaliñas de las criadas y no se le escapaba un céntimo: siempre creía que la robaban. Era tal su espíritu de economía, que todos en casa comían pan seco, confirmando el dicho popular de que «en casa del herrero, cuchillo de palo».
La cuñada, mujer cerril, de nariz corta, mejillas rojas, de pecho y caderas abundantes, podía dar lecciones de sordidez a su hermana, y en cuestión de falta de pudor y de dignidad la aventajaba con mucho. Solía andar por la tienda despechugada, y no había repartidor que no la diese un tiento en la pechera.
-¡Qué gorda estás, oh! -la decían los paisanos.
Y no parecía sino que toda aquella grasa tan manoseada no la pertenecía, porque no protestaba; pero si alguien trataba de escamotearla en la cuenta algún panecillo, entonces se ponía hecha una fiera.
”
Pío Baroja
La busca
Madrid
Caro Raggio
1994
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