Como lector, lo reconozco, cultivo mis manías. Si devoro la obra de algunos autores, con otros, a los que no admiro menos, soy más cauto, y apenas me intereso por alguno de sus libros. Es lo que me sucede con Julio Ramón Ribeyro. Desde que me aficioné a sus Prosas apátridas (las releí con fervor, en la edición original y en la ampliada de Seix Barral) encuentro en esas prosas, de tan pasmosa sencillez (siempre tan ardua) algo que cautiva: sea esa mirada lenta que acaricia las cosas, sea el inventario de una vida más o menos anodina a la que las palabras dotan de sentido. Quién sabe. Lo cierto es que a lo largo de los años he encontrado un sedoso placer en ese libro de Ribeyro. (Llevado por la afición al género, asimismo exploré su voluminoso diario, La tentación del fracaso, y me queda la impresión de que esos centenares de páginas me han llegado menos que sus desnudas prosas apátridas.)
Al margen de esos dos libros, apenas conozco de Ribeyro algún cuento y ninguna novela, mea culpa. (Hago propósito de enmienda, al menos en lo que a los cuentos se refiere.) Es un misterio por qué nunca me atrajo esa parte de su obra. Y, pese a todo, me basta y me sobra lo leído para considerar a Ribeyro un excelente escritor.
A pesar de lo dicho, conozco otro texto de Ribeyro que me encanta. Lo descubrí hace tiempo, surfeando por internet. Es una obrilla grave y jocosa: Dichos de Luder, una colección de anécdotas, reflexiones, pensamientos dialogados, declaraciones, todo ello presidido por el afán de lo breve y lo neto. (Porque también hay brevedad farragosa.) El tal Luder vendría a ser el alter ego del autor. Algunas de las anécdotas referidas las vivieron, según parece, otros escritores. Pero si las vivieron otros y las cuenta el autor, eso es lo importante, siempre que hablemos de literatura.
No he visto la edición impresa (Jaime Campodónico Editor, Lima, 1989 y 1992), que presumo agotadísima. He consultado algunas de las múltiples “ediciones” que pululan por la red. (Según parece, Tusquets renunció a editar el libro en España a causa de su exiguo tamaño.) Con las consabidas reservas, por tanto, he pergeñado esta selección de los dichos de Luder. (Sé que la palabra es aguda, pero de manera natural me sale Lúder. Seguro que a más de uno le sucede lo mismo. Pero no entremos en disquisiciones, que a ninguna parte nos llevarían.
¡Bon appétit!
DICHOS DE LUDER
Le preguntan a Luder por qué no escribe novelas.
-Porque soy un corredor de distancias cortas. Si corro maratón me expongo a llegar al estadio cuando el público se haya ido.
*
-Nunca he sido insultado, ni perseguido, ni agredido, ni encarcelado, ni desterrado -dice Luder-; debo, en consecuencia, ser un miserable.
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-¿A qué te dedicas ahora? -le preguntan a Luder.
-Estoy inventando una nueva lengua.
-¿Puedes darnos algunos ejemplos?
-Sí; dolor, soñar, libre, amistad...
-¡Pero esas palabras ya existen!
-Claro, pero ustedes ignoran su significado.
*
Un amigo viene a visitar a Luder, que está muy enfermo, y lo encuentra escribiendo febrilmente:
-¡Cómo! -le pregunta en broma-, ¿estás escribiendo tu canto del cisne?
-¡Ojalá...! Mi gruñido del puerco.
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-Es un escritor tan anticuado -dice Luder-, que cuando abres uno de sus libros todas sus letras salen volando, como una nube de polillas.
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-Grandes artistas son los que dan origen a una escuela -dice Luder-, pero prefiero a los que desalientan con su obra toda tentativa de imitación.
*
Encuentran a Luder abatido ante una revista abierta:
-¡Dicen aquí que mi estilo se acerca a la perfección!
-¿Y eso te molesta?
-¡Naturalmente! El gran arte consiste no en el perfeccionamiento de un estilo, sino en la irrupción de un nuevo estilo.
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-Lo mismo, o algo parecido, dice Montaigne en sus Ensayos -le reprocha alguien al escucharlo lanzar una sentencia moralizante.
-¿Y qué? -protesta Luder-. Eso sólo demuestra que los clásicos siguen plagiándonos desde la tumba.
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-Empieza a sobrarme un poco de pasado -se queja Luder-. Ya no sé dónde meterlo, ni qué hacer con él. Eso quiere decir que me estoy volviendo viejo.
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Luder regresa de su habitual paseo por el malecón.
-Estoy confundido -dice-. Cuando me aprestaba a gozar de una nueva puesta de sol, un vagabundo salta la baranda, camina hasta el borde del acantilado, se baja los pantalones, y se caga mirando mi crepúsculo. Eso demuestra la relatividad de nuestras concepciones estéticas.
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-Toda mi obra es un acto de acusación contra la vida
-dice Luder-. No he hecho nada por mejorar la condición humana. Si mis libros perduran será debido a la perversidad de mis lectores.
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-Todos conocen las palabras que arroban, las palabras que asustan, las palabras que hieren -dice Luder-. Sólo nos falta descubrir la palabra que mata.
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Leí en alguna parte esta frase -dice Luder-: "Nuestro primer deber es sobrevivir, ya luego nos ocuparemos de la victoria". Pero también podría decirse: "Nuestro primer deber es la victoria, qué importa si no sobrevivimos". Todos los aforismos son reversibles.
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-Hoy he amanecido particularmente optimista -dice Luder-. Creo que voy a poder al fin dedicarme a la redacción de mi epitafio.
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-Nada me impresiona más que los hombres que lloran
-dice Luder-. Nuestra cobardía nos ha hecho considerar el llanto como cosa de mujercitas. Cuando solo lloran los valientes: por ejemplo, los héroes de Homero.
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-Es penoso irse del mundo sin haber adquirido una sola certeza -dice Luder-. Todo mi esfuerzo se ha reducido a elaborar un inventario de enigmas.
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-No hay que buscar la palabra más justa, ni la más bella, ni la más rara -dice Luder-. Busca solamente tu propia palabra.
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-Literatura es impostura -dice Luder-. Por algo riman.
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JULIO RAMÓN RIBEYRO (Lima, 1929-Lima, 1994), Dichos de Luder. En Perú lo ha editado Jaime Campodónico Editor, Lima, 1989 y 1992.
Bajo esta etiqueta -Florilegio (Antología mínima de autores varios)- pretendo acoger una selección de textos breves (verso y prosa) que, al margen de cualquier juicio crítico, me han interesado como lector. Los textos en prosa responden a "géneros" que hacen de la brevedad virtud: aforismos, poemas en prosa, fragmentos, microcuentos, etc. De los textos poéticos en otras lenguas ofrezco el original. Menciono, asimismo, la edición utilizada en cada caso. (Téngase por excepción cualquier olvido de estas pautas.) |