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31.12.11

¡Feliz 2012!… dentro de lo posible


El Bosco, Adoración de los Magos. Museo del Prado. Madrid.


¿No es precisamente la felicidad eso que todo el mundo busca y que no hay absolutamente nadie que no la quiera?¿Dónde la vieron para enamorarse de ella? Seguro que la poseemos, aunque no sé cómo. Existe la modalidad de quien la posee y se siente feliz. Y hay quienes son felices en esperanza. Estos últimos la poseen en grado inferior a los primeros, que son felices al poseer la felicidad real, pero están en mucho mejor situación que aquellos que no son felices ni por la realidad ni por la esperanza. Ni siquiera éstos desearían ser felices si no poseyeran la felicidad en cierto grado. Lo que es ciertísimo es que la desean. No sé como, pero han tenido conocimiento de ella; por eso tienen no sé qué noción de ella. Me ocupo en saber si esta noción reside en la memoria Si reside en ésta, es que hubo un tiempo en que fuimos felices. No trato ahora de indagar si fuimos felices cada uno individualmente considerado o lo fuimos en la persona del primer pecador, en la cual morimos todos y de la cual todos nacimos en la miseria.


El tríptico cerrado de la Adoración de los Magos.


Lo que ahora me interesa saber es si la felicidad está en la memoria. Porque lo que es cierto es que no la amaríamos si no la conociésemos. Oímos el vocablo felicidad y todos confesamos anhelar la realidad misma. No nos basta el placer que dimana del vocablo. Un griego lo oye en latín y no siente placer alguno, porque desconoce el significado de la palabra. En cambio, a nosotros sí que nos causa placer, como se lo causaría al griego si lo oyera en griego, porque la realidad no es griega ni latina. Es una cosa que tanto griegos como latinos ansían alcanzar. Y dígase lo propio del resto de los lenguajes humanos. Todos la conocen, y si pudiéramos preguntarles con una única palabra si desean ser felices, responderían sin la menor duda que sí. Y esto no sería posible si no estuviera en la memoria de ellos la realidad designada por la palabra felicidad.

San Agustín
Confesiones, Libro X, 21
Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2000
Traducción de José Cosgaya, O.S.A.
 

   

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San Juan de la Cruz

Alberto Caeiro

José A. Muñoz Rojas

 

F

29.12.11

+El “Diario de un argentino en Toronto” (Un jocoso tratado sobre la realidad y la ilusión)

Que el “Diario de un argentino en Toronto” es desternillante no cabe dudarlo. Desternillante es, y no solo eso, este breve y jocoso tratado sobre la realidad y sus sañudas afrentas a la ilusión. Esa realidad aguafiestas que pone grilletes a los ensueños. Y nos desengaña. Esa realidad aguafiestas que arranca el velo de la utopía. Y nos desengaña. Esa realidad aguafiestas que se atiene a lo concreto. Y nos desengaña.
Esa realidad aguafiestas que da jaque mate a las fantasías. Y nos desengaña.
Esa mísera realidad insoslayable que nos engaña a su manera con el iluso deseo de estar en otra parte, como si allí la realidad pudiera no alcanzarnos.

Ea, basta de palabrería. A disfrutar la filosófica lección, avasalladoramente divertida. 


     

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San Juan de la Cruz

Alberto Caeiro

José A. Muñoz Rojas

* * *

San Mateo

Nyânatiloka Mahâthera

 

F

20.12.11

* “La víbora”, un antipoema de Nicanor Parra

… no llamar “poemas” a los “antipoemas” de Parra sería una actitud tan mojigata como
no llamar, por ejemplo, pintura a la pintura abstracta. Los antipoemas de Parra no son otra cosa que poemas, poemas nuevos que se nutren del lenguaje hablado y del lenguaje poético tradicional, ironizándolo.
*

René de Costa
Introducción
Para una poética de la (anti)poesía

 

LA VÍBORA

Durante largos años estuve condenado a adorar a una mujer despreciable
Sacrificarme por ella, sufrir humillaciones y burlas sin cuento,
Trabajar día y noche para alimentarla y vestirla,
Llevar a cabo algunos delitos, cometer algunas faltas,
A la luz de la luna realizar pequeños robos,
Falsificaciones de documentos comprometedores,
So pena de caer en descrédito ante sus ojos fascinantes.
En horas de comprensión solíamos concurrir a los parques
Y retratarnos juntos manejando una lancha a motor,
O nos íbamos a un café danzante
Donde nos entregábamos a un baile desenfrenado
Que se prolongaba hasta altas horas de la madrugada.
Largos años viví prisionero del encanto de aquella mujer
Que solía presentarse a mi oficina completamente desnuda
Ejecutando las contorsiones más difíciles de imaginar
Con el propósito de incorporar mi pobre alma a su órbita
Y, sobre todo, para extorsionarme hasta el último centavo.
Me prohibía estrictamente que me relacionase con mi familia.
Mis amigos eran separados de mí mediante libelos infamantes
Que la víbora hacía publicar en un diario de su propiedad.
Apasionada hasta el delirio no me daba un instante de tregua,
Exigiéndome perentoriamente que besara su boca
Y que contestase sin dilación sus necias preguntas
Varias de ellas referentes a la eternidad y a la vida futura
Temas que producían en mí un lamentable estado de ánimo,
Zumbidos de oídos, entrecortadas náuseas, desvanecimientos prematuros
Que ella sabía aprovechar con ese espíritu práctico que la caracterizaba
Para vestirse rápidamente sin pérdida de tiempo
Y abandonar mi departamento dejándome con un palmo de narices.

Esta situación se prolongó por más de cinco años.
Por temporadas vivíamos juntos en una pieza redonda
Que pagábamos a medias en un barrio de lujo cerca del cementerio.
(Algunas noches hubimos de interrumpir nuestra luna de miel
Para hacer frente a las ratas que se colaban por la ventana.)

Llevaba la víbora un minucioso libro de cuentas
En el que anotaba hasta el más mínimo centavo que yo le pedía en préstamo;
No me permitía usar el cepillo de dientes que yo mismo le había regalado
Y me acusaba de haber arruinado su juventud:
Lanzando llamas por los ojos me emplazaba a comparecer ante el juez
Y pagarle dentro de un plazo prudente parte de la deuda
Pues ella necesitaba ese dinero para continuar sus estudios.
Entonces hube de salir a la calle y vivir de la caridad pública,
Dormir en los bancos de las plazas,
Donde fui encontrado muchas veces moribundo por la policía
Entre las primeras hojas del otoño.
Felizmente aquel estado de cosas no pasó más adelante,
Porque cierta vez en que yo me encontraba en una plaza también
Posando frente a una cámara fotográfica
Unas deliciosas manos femeninas me vendaron de pronto la vista
Mientras una voz amada para mí me preguntaba quién soy yo.
Tú eres mi amor, respondí con serenidad.
¡Ángel mío, dijo ella nerviosamente,
Permite que me siente en tus rodillas una vez más!
Entonces pude percatarme de que ella se presentaba ahora provista de un pequeño taparrabos.
Fue un encuentro memorable, aunque lleno de notas discordantes:
Me he comprado una parcela, no lejos del matadero, exclamó,
Allí pienso construir una especie de pirámide.
En la que podamos pasar los últimos días de nuestra vida.
Ya he terminado mis estudios, me he recibido de abogado,
Dispongo de un buen capital;
Dediquémonos a un negocio productivo, los dos, amor mío, agregó,
Lejos del mundo construyamos nuestro nido.
Basta de sandeces, repliqué, tus planes me inspiran desconfianza,
Piensa que de un momento a otro mi verdadera mujer
Puede dejarnos a todos en la miseria más espantosa.
Mis hijos han crecido ya, el tiempo ha transcurrido,
Me siento profundamente agotado, déjame reposar un instante,
Tráeme un poco de agua, mujer,
Consígueme algo de comer en alguna parte,
Estoy muerto de hambre,
No puedo trabajar más para ti,
Todo ha terminado entre nosotros.

clip_image002 
Poemas y antipoemas
Madrid, Cátedra, 1988


     

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José A. Muñoz Rojas

* * *

San Mateo

Nyânatiloka Mahâthera

Gabriel Marcel

Fernando Pessoa

Augusto Monterroso

 

F

19.12.11

El que avisa…

EL AUTOR SE DARÁ X SATISFECHO  

SI LOS LECTORES COMPRAN ESTE LIBRO


                             Nicanor Parra

Variación tipográfica sobre el singular aviso que exorna la contracubierta de Poemas y antipoemas [1954], de Nicanor Parra, Premio Cervantes 2011, a partir de la edición de Cátedra (Letras Hispánicas), Madrid, 1988.


   

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San Mateo

Nyânatiloka Mahâthera

Gabriel Marcel

Fernando Pessoa

Augusto Monterroso

Thornton Wilder

 

F

16.12.11

Presentación del n.º 4 de El Alambique

El Alambique, nú. 4El Alambique, núm. 4

La Fundación Alambique para la Poesía tiene el placer de invitarle el lunes, 19 de diciembre, a las 20 horas, a la presentación del n.º 4 de la revista El  Alambique (cuyo dossier está dedicado a la figura y obra de Ángel Luis Vigaray).

José Cereijo, Jorge Dot, Ángel Guinda, Agustín Porras, Ángel Rodríguez Abad y José Luis de la Vega abrirán este acto, al que se sumarán las voces de poetas que conforman las distintas secciones de dicha entrega.

Os esperamos en el
ATENEO DE MADRID 
Calle Prado, 21

http://www.fundacionalambique.com/

29.11.11

La historia del tío Patas (Pío Baroja)

          Ricardo Baroja, ilustración de La busca


La historia del tío Patas era verdaderamente interesante. Manuel la averiguó por las habladurías de los repartidores de pan y de los chicos de otros puestos.

El tío Patas había llegado a Madrid, desde un pueblo de Lugo, a buscarse la vida, a los quince años. Al cabo de veinte de economías inverosímiles, trabajando en una tahona, ahorró tres o cuatro mil pesetas, y con ellas estableció un puesto de pan y de verdura. Su mujer despachaba en el puesto, y él seguía trabajando en la tahona y guardando dinero. Cuando su hijo creció, le tomó en traspaso una taberna, y luego una casa de préstamos. En esta época de prosperidad murió la mujer del tío Patas, y el hombre, ya viudo, quiso saborear la vida, que tan estéril fue para él, y se casó, a pesar de sus cincuenta y tantos años, con una muchacha, paisana suya, de veinte, que no pensaba, al ir al matrimonio, más que en convertirse de criada en ama. Todos los amigos del tío Patas trataron de convencerle de que era una barbaridad el casarse a sus años, y con una moza tan joven; pero él siguió en sus trece, y se casó.

A los dos meses de matrimonio, el hijo del tío Patas se entendía con su madrastra, y poco tiempo después el viejo se enteraba. Espió un día, y vio salir a su hijo y a su mujer de una casa de compromiso de la calle de Santa Margarita. Quizá el hombre pensó tomar una determinación enérgica, decir a los dos algo muy fuerte; pero como era calmoso y tranquilo, y no quería perturbar sus negocios, dejó pasar el tiempo, y poco a poco se acostumbró a su situación. Después, la mujer del tío Patas trajo del pueblo a una hermana suya, y cuando llegó, entre la mujer y el hijo del tío Patas se la empujaron al viejo, y éste concluyó amontonándose con su cuñada. Desde entonces, los cuatro vivieron con tranquilidad completa. Se entendían admirablemente.

A Manuel, que estaba curado de espanto, porque en la Corrala había más de una combinación matrimonial parecida, no le asombró la cosa; lo que le indignaba era la tacañería del tío Patas y de su gente.

Toda la escrupulosidad que no tenía la mujer del tío Patas en otras cuestiones, la guardaba, sin duda, para las cuentas. Acostumbrada a sisar, conocía al dedillo las socaliñas de las criadas y no se le escapaba un céntimo: siempre creía que la robaban. Era tal su espíritu de economía, que todos en casa comían pan seco, confirmando el dicho popular de que «en casa del herrero, cuchillo de palo».

La cuñada, mujer cerril, de nariz corta, mejillas rojas, de pecho y caderas abundantes, podía dar lecciones de sordidez a su hermana, y en cuestión de falta de pudor y de dignidad la aventajaba con mucho. Solía andar por la tienda despechugada, y no había repartidor que no la diese un tiento en la pechera.

-¡Qué gorda estás, oh! -la decían los paisanos.

Y no parecía sino que toda aquella grasa tan manoseada no la pertenecía, porque no protestaba; pero si alguien trataba de escamotearla en la cuenta algún panecillo, entonces se ponía hecha una fiera.

Pío Baroja
La busca
Madrid
Caro Raggio
1994


     

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Gabriel Marcel

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Augusto Monterroso

Thornton Wilder

E. M. Cioran

Pío Baroja

 

F

 

24.11.11

+Monserrat Figueras canta “Alma, buscarte has en Mí”, de santa Teresa de Jesús

Ayer murió Monserrat Figueras.
Hoy (y por mucho tiempo) queda (y quedará) su acariciadora voz. Que descanse en paz.


ALMA, BUSCARTE HAS EN MÍ

Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.

De tal suerte pudo amor,
Alma, en Mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y ansí
en mis entrañas pintada,
si te pierdes, mi amada,
Alma, buscarte has en Mí.

Que yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y tan al vivo sacada,
que si te ves te holgarás
viéndote tan bien pintada.

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
no andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres
a Mí, buscarme has en ti.

Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y ansí llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.

Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme
y a mí buscarme has en ti.

Santa Teresa de Jesús


NOTA
Este vídeo incluye iconografía teresiana, así como los versos del poema (que al principio tapa la enfadosa publicidad). Por lo demás, se trata de la misma versión.


     

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Thornton Wilder

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Pío Baroja

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F

23.11.11

¡A mear, ar!

Las palabras valen lo que valen; y las imágenes también. Cada cosa vale lo que vale, valga la tautología. Pero, pardiez, ¿no ilustra a la perfección esta foto aquello tan ramplón de “esto es de mear y no echar gota”?   ¿Gota germánica, en este caso, tal vez?


     

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21.11.11

+”Al perderte yo a ti”, de Ernesto Cardenal, recitado por su autor

Al perderte yo a ti, de Ernesto Cardenal

     

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E. M. Cioran

Pío Baroja

Fernando Pessoa

Laurence Sterne


F

19.11.11

La quimera del oro: La epopeya de Chilkoot Pass (y 2)


Queda el Chilkoot Pass… A pesar de la altura (unos 200 metros más que el White Pass), el hielo duro, los vientos turbulentos y una pendiente final tan empinada que ningún animal puede escalarla. Allí, 22.000 locos, llevando cada uno una tonelada de material y de víveres, van a convertir la avalancha en leyenda…Chilkoot Pass-1

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Policía montada que controla el puerto, temiendo un invierno de hambre en el Yukón, exige a cada individuo llevar consigo lo necesario para sobrevivir, lo que le obliga a subir un máximo de 50 libras en cada ascensión. Los hombres, desamparados, se amontonan al pie de la montaña en lo que rápidamente se convierte en Sheep Camp, la ciudad de pesadilla donde la vida apenas vale nada. Los caballos, abandonados, mueren de hambre. Los porteadores indios roban a los recién llegados.

Una sola pista, en la ladera de la montaña, tallada sobre el duro hielo. Una cadena ininterrumpida de desgraciados, desde el alba, vacilantes bajo sus paquetes, medio helados, hambrientos. No se permite ninguna parada, so pena de verse expulsado de la cadena. Cada individuo, convertido en un eslabón del conjunto, debe poner el pie en las pisadas de su predecesor. 

Chilkoot Pas

Entonces comienza lo peor: 1.500 peldaños tallados casi a pico en el hielo. Los perros de los trineos han de ser transportados a espaldas de los hombres. Y cuando, finalmente, al atardecer, se alcanza la cima, hay que volver a descender para ponerse de nuevo en camino al día siguiente, en el tropel de millares de impacientes, con otra parte del propio cargamento: tres meses de idas y venidas para un hombre de mediana fuerza.

Más de 40.000 renunciarán, pero 22.000 lograrán pasar a lo largo de todo el invierno. Amontonados en torno a los lagos Lindeman y Bennet, esperarán el deshielo para descender el Yukón hacia Dawson City.

Jack London es más afortunado: llegado a Dyea el 7 de agosto de 1897, consigue, gracias a su excepcional vigor, atravesar el Chilkoot Pass el 30 de agosto, antes de las primeras nieves, transportando unas 150 libras en cada ascensión.


Michel Le Bris
La fiebre del oro
Traducción de Iñaki Aizpurúa 
Madrid: Aguilar, 1989

NOTA: Lamentablemente, esta página se muestra de manera distinta a su concepción original. La posible solución se me escapa, aunque no ignoro la causa del desaguisado. Pido disculpas por tan bárbaro amontonamiento de palabras e imágenes. El texto debería ir, si nada lo entorpeciera, debajo de las imágenes. 


     

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E. M. Cioran

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F

18.11.11

La quimera del oro: “Los buscadores de oro del Norte” (1)

Iván, te prohíbo que sigas adelante con esta empresa. Ni una palabra de esto o estamos perdidos. Si se enteran los americanos o los ingleses de que tenemos oro en estas montañas, nos arruinarán. Nos invadirán a miles y nos acorralarán contra la pared hasta la muerte.

Así hablaba el viejo gobernador ruso de Sitka, Baranov, en 1804, a uno de sus cazadores eslavos que acababa de sacar de su bolsillo un puñado de pepitas de oro. Baranov, comerciante de pieles y autócrata, comprendía demasiado bien y temía la llegada de los recios e indomables buscadores de oro de estirpe anglosajo­na. Por tanto, se calló la noticia, igual que los gobernadores que le sucedieron, de manera que cuando los Estados Unidos compraron Alaska en 1867, la compraron por sus pieles y pescado, sin pensar en los tesoros que ocultaba.

Sin embargo, en cuanto Alaska se convirtió en tierra america­na, miles de nuestros aventureros partieron hacia el norte. Fueron los hombres de los «días dorados», los hombres de California, Fraser, Cassiar y Cariboo. Con la misteriosa e infinita fe de los buscadores de oro, creían que la veta de oro que corría a través de América desde el cabo de Hornos hasta California no terminaba en la Columbia Británica. Estaban convencidos de que se prolongaba más al norte, y el grito era de «más al norte». No perdieron el tiempo y, a principios de los setenta, dejando Treadwell y la bahía de Silver Bow, para que la descubrieran los que llegaron después, se precipitaron hacia la desconocida blancura. Avanzaban con dificultad hacia el norte, siempre hacia el norte, hasta que sus picos resonaron en las playas heladas del océano Ártico y temblaron al lado de las hogueras de Nome, hechas en la arena con madera de deriva.

Pero, para que se pueda comprender en toda su extensión esta colosal aventura, debe destacarse primero la novedad y el aislamiento de Alaska. El interior de Alaska y el territorio contiguo de Canadá eran una inmensa soledad. Sus cientos de miles de millas cuadradas eran tan oscuras e inexploradas como el África negra. En 1847, cuando los primeros agentes de la compañía de la Bahía de Hudson llegaron de las Montañas Rocosas por el río Mackenzie para cazar ilegalmente en la reserva del Oso Ruso, se creía que el Yukón corría hacia el norte y desembocaba en el Ártico. Cientos de millas más abajo se encontraban los puestos más avanzados de los comerciantes rusos. Éstos tampoco sabían dónde nacía el Yukón, y fue mucho más tarde cuando rusos y sajones descubrieron que ocupaban el mismo gran río. Poco más de diez años más tarde, Frederick Whymper subió por el Gran Bend hasta Fuerte Yukón, debajo del Círculo Ártico.

Los comerciantes ingleses transportaban sus mercancías de fuerte en fuerte, desde la factoría York, en la bahía de Hudson, hasta Fuerte Yukón, en Alaska —un viaje entero exigía entre un año y año y medio—. Uno de sus desertores fue en 1867, al esca­par por el Yukón y alcanzar el mar de Bering, el primer homble blanco que cruzó el pasaje del noroeste por tierra, desde el Atlántico hasta el Pacífico. Fue por entonces cuando se publicó la primera descripción acertada de buena parte del Yukón, efectuada por el doctor W. H. Ball, de la Smithsonian Institution. Pero nunca vio su nacimiento ni pudo apreciar la maravilla de aquella autopista natural.

No hay en el mundo río más extraordinario que éste. Nace en el lago Crater, a treinta millas del océano, y fluye a lo largo de 2.500 millas por el corazón del continente, para vaciarse en el mar. Un porteo de treinta millas y, luego, una autopista que mide una décima parte del perímetro terrestre.

En 1869, Frederick Whymper, miembro de la Royal Geographical Society, confirmó los rumores de que los indios chilcat hacían breves portes a través de la cadena de montañas costeras, desde el mar hasta el Yukón. Pero fue un buscador de oro que se dirigía al norte, siempre al norte, el primer hombre blanco que cruzó el terrible paso de Chilcoot y pisó la cabeza del Yukón. Ocurrió hace poco tiempo, pero el hombre se ha convertido en un pequeño héroe legendario. Se llamaba Holt, y la fecha de su hazaña se pierde ya en la bruma de la duda. 1872, 1874 y 1878 son algunas de las fechas indicadas, confusión que no se aclarará con el tiempo.

Holt penetró hasta Hootalinqua y, en su vuelta a la costa, informó acerca de la existencia de oro bruto. El aventurero siguiente del que se tiene noticia es Edward Bean, que encabezó una cuadrilla de veinticinco mineros desde Sitka hasta la tierra desconocida en 1880. Y en ese mismo año, otras cuadrillas (ahora olvidadas, pues ¿quién recuerda ya los viajes de los buscadores de oro?) cruzaron el paso, construyeron barcazas con los troncos de los árboles y navegaron por el Yukón e incluso más al norte.

Y luego, durante un cuarto de siglo, los héroes desconocidos y sin elogiar lucharon contra el frío y buscaron a tientas el oro que intuían entre las sombras del polo. En su lucha contra las fuerzas terribles y despiadadas de la naturaleza volvieron a los tiempos primitivos, se vistieron con las pieles de animales salvajes y se calzaron con el mucluc [Botas de piel calzadas por los esquimales] de morsa y con mocasines de piel de alce. Se olvidaron del mundo y sus costumbres, igual que el mundo se olvidó de ellos. Se alimentaban de caza cuando la encontraban, comían hasta hartarse en tiempos de abundancia y pasaban hambre en tiempos de escasez, en su incesante búsqueda del tesoro amarillo. Cruzaron la tierra en todas las direcciones. Atravesaron, innumerables ríos desconocidos en precarias canoas de corteza, y con raquetas de nieve y perros abrieron caminos por miles de millas de silencio blanco, donde jamás había pisado el hombre. Avanzaron a duras penas, bajo la aurora boreal o el sol de medianoche, con temperaturas que oscilaban entre los cien grados sobre cero y ochenta bajo cero [Grados Farenheit], viviendo, en el severo humor de la tierra, de «huellas de conejo y tripas de salmón».


Jack London
La quimera del oro
Traducción de Jacinta Romano
Madrid: Anaya, 1981


   

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E. M. Cioran

Pío Baroja

Fernando Pessoa

Laurence Sterne


F

10.11.11

A pie de foto (26): Alegría

          Foto de Henri Cartier-Bresson


Altiva alegría de infancia. ¡Nunca volverás a volar tan alto!
  

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Fernando Pessoa

Laurence Sterne

Witold Gombrowicz

Miguel de Molinos


F

5.11.11

A pie de foto (25): Pena

          Foto de Dorothea Lange (California, 1936)


 La pena es un coágulo de dolor.


  

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Witold Gombrowicz

Miguel de Molinos

Hipócrates

Gustav Janouch

Albert Caraco

Karl Kraus

Jorge Luis Borges

Boris Pilniak

Nathaniel Hawthorne


F

3.11.11

Miss Pich platica con Silvestre Paradox (Unas páginas de “Paradox, rey”, de Pío Baroja)


MISS PICH
¿Ha leído usted ya el número de mi Revista Neosófica, señor Paradox?

PARADOX
Sí, si; muy interesante. Hay artículos verdaderamente atrevidos.

MISS PICH
¿Se ha fijado usted en el estudio de la señorita Dubois sobre “Las anomalías nasales de los soldados en Inglaterra”?

PARADOX
Sí, tiene un gran interés. ¡Oh!, un interés extraordinario. Y diga usted, miss Pich, se me ocurre una duda; ¿esas observaciones nasales son todas oculares?

MISS PICH
¡Oh, completamente oculares!

PARADOX
También he creído observar que la revista entera está escrita por mujeres.

MISS PICH, sonriendo
En mi redacción, no pone la pluma ningún hombre.

PARADOX
¿Los desprecian ustedes?

MISS PICH
Sí, los desdeñamos.

PARADOX
Vamos, los consideran ustedes como unos pobres pingüinillos.

MISS PICH
Eso es. Los hombres son seres inferiores. Para la fecundación y la procreación de la especie son indispensables, por ahora, al menos; pero, para los trabajos especulativos, filosóficos, artísticos… las mujeres. Ellos, los pobres, son negados para eso.

PARADOX
Sin embargo, miss Pich, Sócrates, Shakespeare…

MISS PICH, vivamente
Es que ésos eran mujeres.

PARADOX
¿De veras?

MISS PICH
Está demostrado. El rey David también era mujer, y en el texto hebreo de la Biblia, pone la reina David.

PARADOX
¿Qué me dice usted?

MISS PICH
Lo que usted oye.

PARADOX
¿Y cómo se explica usted ese cambio de sexo tan escandaloso?

MISS PICH
Muy sencillamente. Es que los hombres, con la necia vanidad que les caracteriza, han querido que la reina David fuera de su sexo, y han falseado la historia.

PARADOX
¡Ah! Ahí está el secreto. Creo que ha puesto usted el dedo en la llaga.

GANEREAU
¡Hola, Paradox!

MISS PICH, aparte
Este francés insustancial viene a interrumpirnos. Ya hablaremos, señor Paradox. ¡Buenas noches!

GANEREAU
¿Estaba usted oyendo las explicaciones de esa vieja loca?

PARADOX
Sí.

GANEREAU
¿Qué le parece a usted?

PARADOX
Creo que estamos en presencia de una gallinácea vulgar. Ya sabe usted que estas aves tienen la mandíbula superior abovedada; las ventanas de la nariz cubiertas por una escama cartilaginosa; el esternón óseo, y en él, dos escotaduras anchas y profundas; las alas pequeñas y el vuelo corto. Son los caracteres de miss  Pich.

GANEREAU
¿Cree usted que miss Pich tiene el vuelo corto?

PARADOX
Estoy convencido de ello.

GANEREAU
Pues yo la consideraba como una harpía.

PARADOX
Error. Error profundo. Es una gallinácea vulgar.

[Paradox, rey. Primera parte, capítulo VII (1906)]

La cubierta de la izquierda, que figura en la web de la editorial, es curiosa: no se corresponde con la cubierta de la derecha, idéntica a la del volumen que estoy leyendo. 
Al cotejar ambas cubiertas observo (con lupa) algunas diferencias:
1. En la de la izquierda dice “mitificaciones”, y en la de la derecha dice “mixtificaciones”.
2. El orden del segundo y el tercer libro es distinto. 
3. En la de la izquierda falta la coma en Paradox rey.
4. El cuadro, que representa la Puerta del Sol, está algo recortado en el lado izquierdo de la cubierta izquierda, y en el lado derecho de la cubierta derecha.
Hay que felicitar a la editorial por subsanar a tiempo los errores, aunque deberían sustituir la ilustración de la página web para no dejar huellas en el lugar del crimen. 

Pío Baroja
LA VIDA FANTÁSTICA
Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox
Camino de perfección
(Pasión mística)
Paradox, rey
Barcelona: RBA Libros, 2010


  

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Nathaniel Hawthorne


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31.10.11

A pie de foto (24): La sombra siempre

          Foto de Chema Madoz


 La sombra siempre nos acompaña. Pero no siempre es nuestra sombra, ni siempre somos quien somos.
  

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26.10.11

A pie de foto (23): Punto de vista

               Foto de Alexander Rodchenko


 Lo más usual puede llegar a sorprendernos. Basta con que lo veamos desde un punto de vista inusual, si bien no siempre resulta fácil salir de nosotros mismos, ni abandonar nuestras rígidas pautas. Lo normal es que seamos esclavos de un único punto de vista. En Planilandia, ese libro tan singular de Abbot, los puntos son puntos y las líneas son líneas, pero los puntos nunca llegarán a comprender a las líneas. Pertenecen a otra dimensión… 
  

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Rodolfo Wilcock


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22.10.11

“De l’eau”: un poema de Francis Ponge, traducido por Borges

En 1947, Borges publicó en la revista Sur la traducción de dos poemas de Francis Ponge, pertenecientes al libro de prosas Le parti pris des choses, publicado en 1942. Acerca de ese libro, Sartre escribió estas esclarecedoras palabras: “Yo no creo que jamás se haya ido tan lejos en la aprehensión del ser de las cosas. Aquí, materialismo e idealismo están ya fuera de tiempo. Estamos muy lejos de las teorías, en el corazón de las cosas mismas, y las vemos de pronto como pensamientos espesados por sus propios objetos.”

De los dos poemas traducidos por Borges, transcribo el que lleva por título “Del agua”. Lo tomo de Miscelánea, un extenso volumen recién publicado que reedita varios libros de crítica incidental del autor argentino (Prólogos, con un prólogo de prólogos; Borges oral; Biblioteca personal. Prólogos; Borges en Sur; Textos cautivos y Borges en El Hogar).  

DE L'EAU

Plus bas que moi, toujours plus bas que moi se trouve l’eau. C’est toujours les yeux baissés que je la regarde. Comme le sol, comme une partie du sol, comme une modification du sol.

Elle est blanche et brillante, informe et fraîche, passive et obstinée dans son seul vice : la pesanteur; disposant de moyens exceptionnels pour satisfaire ce vice : contournant, transperçant, érodant, filtrant.

À l’intérieur d’elle-même ce vice aussi joue : elle s’effondre sans cesse, renonce à chaque instant à toute forme, ne tend qu’à s'humilier, se couche à plat ventre sur le sol, quasi cadavre, comme les moines de certains ordres. Toujours plus bas : telle semble être sa devise : le contraire d’excelsior.

*   *   *

On pourrait presque dire que l'eau est folle, à cause de cet hystérique besoin de n'obéir qu'à sa pesanteur, qui la possède comme une idée fixe.

Certes, tout au monde connaît ce besoin, qui toujours et en tous lieux doit être satisfait. Cette armoire, par exemple, se montre fort têtue dans son désir d’adhérer au sol, et si elle se trouve un jour en équilibre instable, elle préférera s’abîmer plutôt que d’y contrevenir. Mais enfin, dans une certaine mesure, elle joue avec la pesanteur, elle la défie : elle ne s’effondre pas dans toutes ses parties, sa corniche, ses moulures ne s’y conforment pas. Il existe en elle une résistance au profit de sa personnalité et de sa forme.

LIQUIDE est par définition ce qui préfère obéir à la pesanteur, plutôt que maintenir sa forme, ce qui refuse toute forme pour obéir à sa pesanteur. Et qui perd toute tenue à cause de cette idée fixe, de ce scrupule maladif. De ce vice, qui le rend rapide, précipité ou stagnant; amorphe ou féroce, amorphe et féroce, féroce térébrant, par exemple; rusé, filtrant, contournant; si bien que l’on peut faire de lui ce que l’on veut, et conduire l’eau dans des tuyaux pour la faire ensuite jaillir verticalement afin de jouir enfin de sa façon de s’abîmer en pluie : une véritable esclave.

... Cependant le soleil et la lune sont jaloux de cette influence exclusive, et ils essayent de s’exercer sur elle lorsqu’elle se trouve offrir la prise de grandes étendues, surtout si elle y est en état de moindre résistance, dispersée en flaques minces. Le soleil alors prélève un plus grand tribut. Il la force à un cyclisme perpétuel, il la traite comme un écureuil dans sa roue.

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L’eau m’échappe... me file entre les doigts. Et encore ! Ce n’est même pas si net (qu’un lézard ou une grenouille) : il m’en reste aux mains des traces, des taches, relativement longues à sécher ou qu’il faut essuyer. Elle m’échappe et cependant me manque, sans que j’y puisse grand chose.

Idéologiquement c’est la même chose : elle m’échappe, échappe à toute définition, mais laisse dans mon esprit et sur ce papier des traces, des taches informes.

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Inquiétude de l’eau : sensible au moindre changement de la déclivité. Sautant les escaliers les deux pieds à la fois. Joueuse, puérile d’obéissance, revenant tout de suite lorsqu’on la rappelle en changeant la pente de ce côté-ci.

FRANCIS PONGE, Le parti pris des choses

DEL AGUA

Más abajo que yo, siempre más abajo que yo está el agua. Siempre la miro con los ojos bajos. Como el suelo, como una parte  del suelo, como una modificación del suelo.

Es blanca y brillante, informe y fresca, pasiva y obstinada en su único vicio: el peso, y dispone de medios excepcionales para satisfacer este vicio: contornea, atraviesa, corroe, se infiltra.

En su propio interior funciona también el vicio: se desfonda sin cesar, renuncia a cada instante a toda forma, sólo tiende a humillarse, se acuesta boca abajo en el suelo, casi cadáver, como los monjes de ciertas órdenes. Cada vez más abajo: tal parece ser su divisa: lo contrario de excelsior.

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Casi se podría decir que el agua está loca, por esa histérica necesidad de no obedecer más que a su peso, que la posee como una idea fija.

Es verdad que todas las cosas del mundo conocen esa necesidad, que siempre y en todas partes debe satisfacerse. Este armario, por ejemplo, se muestra muy testarudo en su deseo de adherirse al suelo, y si algún día llega a encontrarse en equilibrio inestable preferirá deshacerse antes que oponérsele. Pero, en fin, hasta cierto punto juega con el peso, lo desafía: no se está desfondando en todas sus partes; la cornisa, las molduras no se prestan a ello. Hay en el armario una resistencia en beneficio de su personalidad y de su forma.

LÍQUIDO es, por definición, lo que prefiere obedecer al peso para mantener su forma, lo que rechaza toda forma para obedecer a su peso. Y lo que pierde todo su aplomo por obra de esa idea fija, de ese escrúpulo enfermizo. De ese vicio, que lo convierte en una cosa rápida, precipitada o estancada, amorfa o feroz, amorfa y feroz, feroz taladro, por ejemplo, astuto, filtrador, contorneador, a tal punto que se puede hacer de él lo que se quiera, y llevar el agua en caños para después hacerla brotar verticalmente y gozar por último de su modo de deshacerse en lluvia: una verdadera esclava.

... Sin embargo el sol y la luna le envidian esta influencia exclusiva, y tratan de mortificarla cuando, por ocupar grandes extensiones, les presenta un fácil blanco, o cuando se encuentra en estado de menor resistencia, dispersa en delgados aguazules. El sol le arranca entonces mayor tributo mayor. La obliga a un perpetuo ciclismo, la trata como a una ardilla en su rueda.

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El agua se me escapa... se me escurre entre los dedos. ¡Y no sólo eso! Ni siquiera resulta tan limpia (como un lagarto o una rana): me deja huellas en las manos, manchas que tardan relativamente mucho en desaparecer o que tengo que secar. Se me escapa, y sin embargo me marca; y poca cosa puedo hacer en contra.

Ideológicamente es lo mismo: se me escapa, escapa de toda definición, pero deja en mi espíritu, y en este papel, huellas, huellas informes.

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Inquietud del agua: sensible al menor cambio de declive. Que salta las escaleras con los dos pies al mismo tiempo. Que, pueril de obediencia, abandona en seguida sus juegos cuando la llaman cambiándole la dirección de la pendiente.

Traducción de JORGE LUIS BORGES
Publicado en Sur, Buenos Aires, XVI, núms. 147-148-149, enero, febrero, marzo de 1947).
Recogido en Miscelánea. Barcelona: Debols!llo, 2011.


  

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