Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Mostrando entradas con la etiqueta Camba (Julio). Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Camba (Julio). Mostrar todas las entradas

6.3.12

Los «senores» extranjeros (Un artículo de Julio Camba sobre la dichosa ñ)

El pasado martes se cumplieron cincuenta años de la muerte de Julio Camba. Una buena excusa (y qué excusa no es buena) para degustar alguno de sus memorables artículos, que son un gozo para el espíritu y un tónico para los músculos faciales. ¿Cuántos autores son capaces de provocar en el lector un estallido de risa? Pocos o muchos, es indudable que Camba es uno de ellos. Maestro de la crítica sutil y elegante, en Camba nunca se echa de menos la cortesía del humor, aunque sea un humor serio.

La querella de la ñ, como evidencia el artículo de Camba que propicia esta nota, viene de antiguo y acaso no tenga fin. Dichosa tilde, hispánica boina que le cayó a la n en pos de la sencillez, y que tantas porfías provoca.


“Está claro que la ñ es la aportación española al alfabeto latino y la simple duda acerca de su carácter de letra independiente ya es ofensa que se le hace a la cultura hispánica. […] La nasal palatal no existía en latín, pero la evolución de grupos tales como gn, nn o ni dio lugar a ella y, durante la Edad Media alternaron y se confundieron, en el ámbito románico, todas esas grafías e incluso otras, como in, yn, ny, nj, ng, nig, ign y hasta una simple n. Finalmente, italiano y francés se quedaron con gn, el catalán prefirió ny y el portugués eligió la nh que había arbitrado el provenzal, porque la h, ya muda en latín, lo mismo servía para un roto que para un descosido. El castellano se decidió pronto por la grafía nn, que se abreviaba por medio de una n con una raya encima, y así se confirmó en la ortografía alfonsí. Luego la raya se onduló en tilde y para Nebrija, pese a tener pleno conocimiento de su origen como abreviación de la doble ene, era ya una letra tan independiente y propia que afirmaba ‘hazemos le injuria en no la poner en orden con las otras letras del a b c’. Una letra emblemática, pues, en el alfabeto español, que figura en el propio nombre de España, como acaba de reconocer, el 30 de mayo [1991], la comisión de Cultura y Educación del Consejo de Europa, pero bastante más que eso, porque no es signo usado solo en nuestra lengua, sino en todas aquellas, que son bastantes y algunas de notable importancia, a las que el castellano dio alfabeto y tenían una consonante nasal palatal en su sistema fonológico. Aquí, en la propia casa, el vasco; en América, el guaraní, el quechua, el aymara, el araucano, el zapoteco y tantas otras; en Filipinas, el tagalo, su idioma oficial, y en las Islas Marianas, el chamorro. Sin olvidar que también la usa el gallego ¡y con qué frecuencia afectiva! […] El día 30 de mayo de 1991, ya lo he dicho, la Comisión de Cultura del Consejo de Europa reconoció públicamente que le eñe es una letra emblemática en la escritura del español…” [Gregorio Salvador.]

Gregorio Salvador y Juan R. Lodares, Historia de la Letras, Madrid, Espasa, 1996.


Otras letras, en otros idiomas, llevan esa misma tilde, pero lo privativo de la virgulilla de la ñ es que, lejos de ser el tocado con que se cubre la n, se trata de una letra distinta, aunque ambas sean gemelas, y de tan distinto bramar. Allí donde la n es letra tímida y modosita, la ñ parece una letra gamberra, belicosa, que inflama palabras y conceptos. En cuanto a su sonido parece de hormigón armado, pero su apariencia es de una elegancia natural que deslumbra.

De la antología que preparó el mismo Camba, Mis páginas mejores (Gredos, 1956), rescato este cómico texto sobre los infortunios de la dichosa ñ, orgullo y emblema de nuestro alfabeto.


LOS «SENORES» EXTRANJEROS
Los únicos impresores del mundo que han aceptado la ñ española son los ingleses. Los franceses no la han aceptado todavía, y los alemanes tampoco.

Los franceses, especialmente, no sólo no aceptan nuestra ñ, sino que ni siquiera la traducen. Hay una traducción francesa de La campaña del Maestrazgo, que se titula La cloche du Maestrazgo. Yo me quedé loco un día que me preguntaron en París:

Mais, qu’est ce que c’est que cette sacrée cloche du Maroc?

Sin embargo, nosotros respetamos el rabito de la c francesa, ese rabito que parece una perilla, y nunca escribimos francais, sino français, ni francois, sino françois.

Que los franceses respeten nuestra ñ, si quieren que nosotros respetemos su c de rabito. No es cosa de que se abuse de nosotros porque seamos una nación débil.

La ñ española ha corrido muchísimas aventuras en el mundo. Un español entró un día en un estanco de Berlín a comprar cigarros. Le enseñaron unos habanos con una vitola que decía: «Cabanas».

—Estos habanos —dijo el español— los hacen ustedes en la trastienda, ¿eh?

El estanquero protestó:

—No proteste usted. Si fueran habanos, no diría en la vitola Cabanas, sino Cabañas. Esta n debiera tener una tilde.

Y el español inició al estanquero en los misterios de la ñ española.

Algún tiempo después el mismo español volvió al estanco. El estanquero lo reconoció en seguida.

—Ya tenemos legítimos Cabañas —le dijo—. Vea usted.

Abrió una caja y le mostró un cigarro. En la vitola se leía: «Cabañas.­Habaña.» El estanquero, muy orgulloso, exclamaba:

—¡Habaños, habaños legítimos!...


Julio Camba, Alemania (1916).

10.11.10

*¡Viva la desorganización! (Un artículo en regla de Julio Camba)

Julio_Camba

Años antes de morir, Julio Camba publicó una selección de sus artículos, titulada Mis páginas mejores (1956). En el prólogo, el maestro de periodistas ofrece una sensata lección sobre el arte de armar una antología:

No creo que sea tarea demasiado difícil para un escritor ésta de seleccionar sus mejores páginas. En último término se seleccionan las peores y se descartan, se hace una segunda selección, que es descartada a su vez, y se continúa así hasta que, descartado ya todo lo descartable, no le queden a uno en la mano más páginas que las estrictamente necesarias para formar un volumen. Entonces se cogen estas páginas, se ordenan y se le presentan al público diciéndole:
He aquí mis páginas mejores. Las otras son también bastante buenas, no se vayan ustedes a creer. Tienen forzosamente que ser buenas porque lo mejor sólo puede salir de lo bueno, pero éstas les dan ciento y raya a todas las demás, y yo me apresuro a ofrecérselas a ustedes ahora en este tomo para solaz y edificación de su espíritu.

En esa antología no sobra ningún artículo, aunque cualquier lector avezado pudiera echar de menos unos cuantos. Lo que no es extraño, ya que Camba escribió miles.
Antes de la primera Guerra Mundial, Julio Camba trabajó en Alemania de corresponsal. Y fruto de su estancia, y de las colaboraciones publicadas en la prensa, fue el libro Alemania. La llegada de la guerra abrió un largo paréntesis en los viajes del periodista. Años después de terminada la contienda, Camba vuelve a Berlín. Y un día cualquiera entra en un restaurante... Y las contrariedades vividas en ese restaurante le impulsan a escribir un sorprendente artículo en el que, reviviendo quizás el espíritu ácrata de sus años mozos, nos mete de hoz y coz en el escurridizo tema de la “mentalidad” de los pueblos. Camba sabe sacar punta de manera magistral a todo aquello que le choca. Buena parte de sus artículos son un muestrario de ese “arte del chocar”. Leyendo este artículo, cabe preguntarse si acaso somos los españoles de hoy algo más alemanes que nuestros antepasados, y si es bueno que así sea, cualquiera que sea la respuesta. A este respecto, recuerdo que En Homenaje a Cataluña,  Orwell cuenta –y espero que la memoria, tan traidora, no me engañe– el registro que un grupo de estalinistas efectuaron en su casa.  Estalinistas y españoles. Orwell superó la prueba, pero al reflexionar sobre lo sucedido llegó a la conclusión de que su suerte hubiera sido distinta de se
r alemanes los inquisidores. La apreciación de Orwell se basa, sin duda, en un tópico, pero los tópicos en ocasiones responden a la verdad. Y a veces es a fuerza de ser verdad como han acabado convertidos en tópicos. Para siempre.
Por último, no me resisto a citar lo que José Antonio Pérez-Rioja dice sobre Camba en su Diccionario literario universal (1977):

Observador agudo y viajero impenitente, sus impresiones son siempre incisivas e ingeniosas. Era un gran escritor sin preocuparle la literatura, ya que tener que ganarse la vida escribiendo le amargaba. En alguna ocasión, llegó a decir –con su característico humor– que “hay años en los que no está uno para nada”. Y él, espléndido humorista, abominaba de que le llamaran humorista. Le gustaba, ante todo, vivir bien. Por eso, si hubiera tenido dinero y hubiera podido permitirse el lujo de no escribir, España hubiera perdido uno de sus más grandes humoristas.

¡VIVA LA DESORGANIZACIÓN!

Entro en un restaurant.
¿Qué vino desea usted? me pregunta el camarero.
No quiero vino.
Imposible. Este es un restaurant de vino; pero hay una sala para los bebedores de cerveza. ¿Le traslado a usted a ella?
Yo reflexiono un rato. Entrar en la sala de cerveza me parece algo así como entrar en la masonería. Yo no quiero beber vino en este momento, pero tampoco quiero que se me clasifique como un comensal antivinícola. Me gustaría comer con cerveza, pero sin darle a esto un carácter colectivo, sin que mis vecinos de mesa pudieran considerarse mis correligionarios y sin que a la puerta del comedor me pusieran letrero ninguno.
Tráigame usted un vino cualquiera le digo al camareropara justificar mi permanencia aquí, y para beber, tráigame usted un doble dorada...
Mejor hubiera sido que le propusiera un escalo. El camarero se escandaliza, y yo no tengo más remedio que cenar con vino. Es un vino malísimo; pero yo temo que, si no lo bebo, me expulsen de Berlín. Apuro, pues, hasta la última gota y me voy a un café.
¿Qué desea usted tomar? me pregunta el camarero del café.
Café le contesto.
El camarero procura ocultar su indignación tras una amable sonrisa.
En este departamento me explica es obligatorio el tomar licores...
Pues tráigame usted café y una copita de licor.
No, no insiste el camarero; no puedo traerle a usted nada más que el licor.
El caso es que yo quiero tomar café, y me veo en la necesidad de trasladarme a otra mesa. Allí comienzan por darme un documento en donde consta que yo hago el número tantos de los hombres que hoy toman café en el local.
¿Hay que firmar algo? pregunto.
Pero, de momento, parece que esta formalidad no es completamente indispensable. Pasa un rato. El camarero me trae el café y:
Ahora me digo es cuando me tomaría de buena gana una copita de coñac.
Desgraciadamente, sin embargo, para tomarme un coñac necesito:
Primero. Un segundo documento, es decir, una autorización especial de la dirección del establecimiento.
Segundo. Trasladarme al Likor Abteilung, o departamento de licores, y
Tercero. Que el coñac de la casa no sea este producto innoble que suele expenderse en Berlín.
Y considerándome sin la energía necesaria para vencer tantas dificultades, me voy a la calle con unas ganas locas de gritar:
¡Viva la desorganización!...
Durante mucho tiempo yo me había limitado a creer que los alemanes habían perdido la guerra por exceso de organización. Desde las aventuras que acabo de relatar voy mucho más allá en mis convicciones, y creo que los aliados no hubieran podido vencer nunca si no hubiesen estado tan desorganizados como estaban...

JULIO CAMBA, Mis páginas mejores. Madrid, Gredos, 1956.

Bajo esta etiqueta -Florilegio (Antología mínima de autores varios)- pretendo acoger una selección de textos breves (verso y prosa) que, al margen de cualquier juicio crítico, me han interesado como lector. Los textos en prosa responden a "géneros" que hacen de la brevedad virtud: aforismos, poemas en prosa, fragmentos, microcuentos, etc. De los textos poéticos en otras lenguas ofrezco el original. Menciono, asimismo, la edición utilizada en cada caso. (Téngase por excepción cualquier olvido de estas pautas.)