Hay días en que cunde la desidia, el tedio mortecino, la nada zalamera. Días en que el pulso de la vida parece no latir, y la sangre se enfría, y la ilusión claudica, y el futuro espanta. Días en que la indolencia duele mansamente.
Acontece acaso que se teme con pavor: ¿y si siempre fuera así? Pero no cabe el recelo, que nada dura para siempre. Todo se pasa, dice la mística Teresa, todo. Se pasa todo. Y así, el año se vuelve efímero y todos los días del mundo son un solo día en el devenir del tiempo.
Acontece acaso que se teme con pavor: ¿y si siempre fuera así? Pero no cabe el recelo, que nada dura para siempre. Todo se pasa, dice la mística Teresa, todo. Se pasa todo. Y así, el año se vuelve efímero y todos los días del mundo son un solo día en el devenir del tiempo.
Pues el dolor y el placer se acaban, pues la alegría y la tristeza tienen fin.
Que nada alegra con alegría eterna, que nada duele con eterno dolor.
Que nada alegra con alegría eterna, que nada duele con eterno dolor.
Y si la savia del placer esconde felicidad, la savia del dolor es toda sabiduría.
Dicen que no hay bien ni mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista.
ResponderEliminarEn esas estamos, Francisco. El tiempo, lo queramos o no, reparte las cartas.
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