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17.5.09

La sarna

Emanuel Ringelblum quiso ser el cronista de la vida cotidiana en el gueto de Varsovia. Dio fe de cuanta información llegó a sus oídos. En el gueto sobrevivió hasta que fue asesinado. Su mujer y su hijo corrieron la misma suerte. De la letanía de horrores que registró, recojo esta criminal aporía:

Últimamente la sarna se propaga mucho por la falta de jabón. Hubo un incidente terrible con un niño de tres años, hijo de uno de los refugiados. Durante el viaje, el policía tiró al niño a la nieve, la madre saltó detrás de él queriendo salvarle. El policía le ordenó que volviera al carro, amenazándole con el revólver; sin embargo, ella dijo que la vida no tenía para ella ningún valor sin su hijo. Entonces, el policía amenazó con matar a todos los judíos que estaban en el carro. La mujer subió al carro sin su hijo; cuando llegó a Varsovia se volvió loca. (Crónica del gueto de Varsovía.)
La locura como armisticio con uno mismo.

5.3.09

Ricardo Paseyro

ELLA

Si cuando pienso en ella
puede igual el temor que el desengaño;
si la mitad del corazón vacila
mientras me toma el alma la esperanza;
si la carne se espanta o se sosiega
de ser sensible y no sentir un día;
si dudo, es porque duda en su apariencia,
terrible y suave como el sol, la muerte.

(RICARDO PASEYRO, El alma dividida, 1981.)


Hoy hace un mes que murió en París Ricardo Paseyro. El mismo día en que era enterrado en el cementerio del Père-Lachaise, Ediciones Siruela ponía a la venta en las librerías su último libro, una colección de artículos de combate: Poesía, poetas y antipoetas, la mayor parte publicados a finales de la década de los 50. La nómina de los poetas la conforman: Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Huidobro, Vallejo y Supervielle; y la de los antipoetas, Neruda y Paz. El tiempo transcurrido desde que se escribieron los artículos, permite ver hasta qué punto la justicia poética se hace presente en muchas de las opiniones de Paseyro. Completa el volumen una semblanza de Paseyro por Ignacio Gómez de Liaño, un prólogo de quien esto escribe y una esclarecedora conversación entre Ricardo Paseyro e Yves Roullière, traductor al francés de su poesía.

3.3.09

La vaca de Valle...Inclán



Hace unas semanas, Madrid amaneció lleno de vacas que pacen en las aceras del centro urbano. Forman parte de la Cow Parade, una exposición itinerante de vacas de fibra de vidrio. Son hijas del mismo molde: idéntica forma con distinta apariencia, aunque alguna, más alocada, adopta una pose extravagante y sorprendente, como la vaca torera. Algunas son muy simples, pero todas llaman la atención y arrancan una sonrisa. (Los turistas, con su espíritu práctico, convierten la sonrisa en múltiples fotos.)

Con frecuencia me cruzo con una de estas vacas: silente, florida, en el verde costado luce un lema nada inocente: Ya es primavera. (Efectivamente, se confirma la sospecha: la empresa que patrocina la obra es la misma que comparte con Machado la patente de la primavera.) Esta vaca, florida y primaveral, está a escasos metros de la estatua del enteco y barbudo don Ramón María del Valle-Inclán que mora en el paseo de Recoletos. La vaca y don Ramón se miran de soslayo, con asombro. Pero la vaca no se inmuta, ni muge, ni espanta a las inexistentes moscas. Ni siquiera defeca. Don Ramón, por su parte, se mantiene firme, expectante. Hace días, esa vaca, ¡muuuuuuu!, anduvo por los suelos, embestida por alguna mala bestia. Ahora, tras el percance, queda más cerca de don Ramón, y en su pasmo es fácil adivinar lo que piensa de su espigado y mudo compañero: "cráneo previlegiado".

27.2.09

El teléfono móvil y el don de la ubicuidad

Uno no elige lo que oye. ¡Si fuera tan fácil! Y lo que uno oye (en la calle, en el metro, donde sea…) es algo que no podemos dejar de oír. En su novela El loro de Flaubert, Julian Barnes se explaya en sabrosas digresiones acerca de lo que significó la aparición del teléfono en las costumbres y en la literatura. El teléfono permitía que la voz saltara por encima de mares y océanos, favorecía los amores clandestinos, derrotaba las distancias, aunque nos mantuviera anclados a un punto fijo. Sólo con la llegada del teléfono móvil fue posible alcanzar algo parecido al don de la ubicuidad. El móvil derrotó al espacio. Sus usuarios ya no están anclados a un lugar. Y eso abre múltiples posibilidades, incluso a la mentira: “Oh, sí, perdona, es que estoy en Málaga… cuando vuelva te lo enviaré.” ¡Y está en Navalcarnero! Es decir, puede uno estar donde no está, y no estar donde esta. Esa es la libertad que el móvil procura. Y como triste secuela, desplaza los asuntos, los desubica, los expande por la vasta geografía. Y así, no es raro oír en el autobús, o en el metro ―¡también en el metro, dios!― una conversación profesional, o íntima, o declaradamente tonta. La intimidad sentimental es, sin duda, más golosa, para el forzado auditor, que la profesional, que abruma sin deleitar, pero desgraciadamente no está en nuestras manos elegir los temas. Porque de oírlos no nos libra nadie: la mayoría de la gente, cuando habla por teléfono, perora. Acaso sea un resabio escéptico ante el poder de la técnica. Y si bien produce pudor ser testigo de la conversación de dos o más personas, y uno procura distraerse, lo cierto es que cuando nos encontramos ante una conversación en la que solo oímos hablar a uno, la cosa se convierte en espectáculo, y es fácil entonces dejarse arrastrar al lodo de intimidad de quien habla de su vida como si estuviera a solas consigo mismo. Tal vez porque las grandes confidencias son más fáciles ante desconocidos…

15.2.09

Se levanta el telón

Como prólogo, un poema antiguo, o quizá solo viejo.

TARDE DE DOMINGO

Con su aroma a Laforgue
declina la tarde y el domingo:
hastío, tristeza, quietud, olvido.

Las horas atraviesan el vacío.

(LUIS VALDESUEIRO, Cuaderno de sombras, Huerga y Fierro, 2001.)