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19.6.13

El protojesuita, el moro, la concepción inmaculada y la mula… (Fragmento de “El relato del peregrino”, de Ignacio de Loyola)

En El relato del peregrino, la singular autobiografía de Ignacio de Loyola, se narra una anécdota que da una idea cabal de su bravía juventud. 
De todos es sabido que el paso del tiempo vuelve extraños comportamientos que fueron normales, lo que dificulta asomarse al pasado sin enjuiciarlo con la superioridad propia del que cree que sus valores de época son el no va más. Tales ejercicios de ética ucrónica adulan nuestro ego hasta el delirio y, bien mirado, equivaldrían a la compra de indulgencias, laicas. Mirar hacia atrás en plan perdonavidas es propio de mentecatos cegados por la mera cronología. ¿Cómo comprender el pasado sin renunciar a las certezas del presente? ¿Y quién ha dicho que nuestro presente sea moralmente superior a todo el pasado? Epicteto decía que unas cosas dependen de nosotros y otras no. En aquellas que dependen de nosotros ponemos en juego nuestra libertad. Pero a veces nos asusta decidir y recurrimos a subterfugios para rebajar el miedo. Es una manera de decidir como si no decidiéramos. Y eso es lo que hizo el futuro fundador de la Compañía de Jesús: supeditar su crucial decisión a lo que hiciera una mula. Y la mula bendita “decidió”, sin ella saberlo, que no se derramara sobre ella sangre inocente.


Pues, yendo por su camino, le alcanzó un moro, caballero en un mulo; y yendo hablando los dos, vinieron a hablar en Nuestra Señora; y el moro decía que bien le parecía a él la Virgen haber concebido sin hombre; mas el parir quedando virgen no lo podía creer, dando para esto las causas naturales que a él se le ofrecían. La cual opinión, por muchas razones que le dio el peregrino, no pudo deshacer. Y así el moro se adelantó con tanta prisa, que le perdió de vista, quedando pensando en lo que había pasado con el moro. Y en esto le vinieron unas mociones que hacían en su ánima descontentamiento, pareciéndole que no había hecho su deber, y también le causan indignación contra el moro, pareciéndole que había hecho mal en consentir que un moro dijese tales cosas de Nuestra Señora, y que era obligado volver por su honra. Y así le venían deseos de ir a buscar el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho; y perseverando mucho en el combate de estos deseos, a la fin quedó dubio, sin saber lo que era obligado hacer. El moro, que se había adelantado, le había dicho que se iba a un lugar que estaba un poco adelante en su mismo camino, muy junto del camino real, mas no que pasase el camino real por el lugar.
Y así, después de cansado de examinar lo que sería bueno hacer, no hallando cosa cierta a que se determinase, se determinó en esto, scilicet, de dejar ir a la mula con la rienda suelta hasta al lugar donde se dividían los caminos; y que si la mula fuese por el camino de la villa, él buscaría el moro y le daría de puñaladas; y si no fuese hacia la villa, sino por el camino real, dejarlo quedar. Y haciéndolo así como pensó, quiso Nuestro Señor que, aunque la villa estaba poco más de treinta o cuarenta pasos, y el camino que a ella iba era muy ancho y muy bueno, la mula tomó el camino real, y dejó el de la villa.


Ignacio de Loyola, El relato del peregrino
Barcelona: Editorial Labor (“Las Ediciones Liberales”), 1973

1 comentario:

Javier dijo...

Se obstina la mula y se obstina el hombre, más terco que aquélla, en prodigarse donde no es necesario, en obsequiarse a quienes le denigran, anulan y someten. Con todo, es de justicia reconocer a las religiones, sobre todo a la cristiana, la puntillosa tarea de adoctrinamiento, que acabó consiguiendo la inefable resignación del creyente para con su destino, que no es otro que soportar la tremenda gravedad del mundo sobre sus fuertes hombros, que es lo mismo que aguantar en dudoso equilibrio la iniquidad de la injusta jerarquía: necesaria (la jerarquía) pero injusta.

Poned, poned la otra mejilla, que yo pondré mi mano sobre ella... Gran logro de la estructura de poder para que el rebaño siga balando y esperando el cielo de los corderos. ¿O habrá que usar, aquí, el conocido sinónimo de borrego?

Un abrazo

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