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2.5.12

De tacos (y tacas)

Paseo apaciblemente por la calle recoleta y se me clava en los oídos esta frase:

―¡A mí me toca los güevos!

La profiere una mujer de mediana edad, guapa y furibunda; se la endilga al hombre que la acompaña, y es de suponer que se refiera a un tercero.

Sigo mi camino, giro a la izquierda, y en la breve calle dedicada a quien fuera buen vasallo, si oviesse buen señor, atisbo, en la salida de un aparcamiento, a dos mujeres y a un hombre, jóvenes los tres, que discuten mientras fuman (o viceversa, aunque no sea lo mismo, como bien sabe cualquier aprendiz de jesuita).

Una de las jóvenes, de impreciso rostro y vibrante voz, proclama a mi paso:

―¡Estoy hasta la polla!

Cabizbajo, prosigo mi camino, pensando en la rotunda refutación de cierto feminismo, en lo que a palabrotas se refiere (incluso dejando de lado la parla adolescente, tan genitalísima). Hoy por hoy, si alguna mujer dijera: ¡No me sale de los ovarios!, fórmula propugnada antaño, sonaría tan cursi, relamido y fofo como si dijera ¡córcholis! mientras se golpea el dedo con un martillo. Está visto: aquí, en lo tocante a tacos, lo que sigue mandando, y cada vez más entre mujeres, son los cojones y la polla. ¡Bendito sea Dios!

Indócil es el habla, y no se deja domeñar. Cada quien elige sus palabras, y no hay decreto que se lo impida.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Si viniese usted por mi tierra aún se austaría más: de cada cuatro palabras, tres son tacos.

Juan Poz dijo...

Soy un rendido admirador de los tacos y más cuanto más ingeniosos. Nada que ver con el, al parecer, famoso vídeo del hincha de River que no para de aludir a la concha de las hermanas de los jugadores, la de sus madres y así ad náuseam, en una reiteración tibetana que cansa a los dos minutos. Siempre me ha gustado proferir tacos y oírlos, porque hay algo de rotundo y descarnado en ellos que le reconcilian a uno con una brizna de la espontaneidad que cubrimos cada día con uno de esos corsés que se vieron hace poco en estas páginas. Ya digo que lo peor es la reiteración, pero son muchas las palabras "recias", de canto afilado, casi de lasca o bifaz, que frecuentamos con asiduidad los amantes de las palabras "gruesas". Un colega doctorando me refirió lo usual que es en Sevilla, piropear a la Macarena del siguiente modo: "¡Pero que guapa que eres, hija de la gran puta!" Y si así nos conducimos verbalmente con la santidad, bien se explica lo que les pasa a los árbitros, esto es, que en modo alguno son discriminados.
Cagarse en dios o en la madre que nos parió es cosa olida a menudo. Y es más recurrido de lo que parece el "me cago en mi estampa", que salva los muebles... A mis hijos, sin embargo, cuando me enfado por algo, suelo decirles el recurrente "¡me cago en vuestro padre, saltimbanquis, camándulas, maulas, jenízaros!"

Luis Valdesueiro dijo...

Según lo veo, Poz, la realidad del taco es paradójica: por una parte, creo que está en decadencia (sobre todo el taco blasfemo: ¿por la secularización?); y por otra, el uso y abuso de los tacos acaba fosilizándolos y volviéndolos casi inaudibles.
Lo novedoso del caso, a mi parecer, es que desde hace años algunas mujeres se han apropiados de tacos específicamente "machos", en un travestismo lingüístico que forzosamente ha de chocar, por más que a la larga acabe dejándonos indiferentes. Tacos iguales acaban siendo distintos en razón de quien los diga. Algo parecido le sucedía a Pierre Menard: remedaba el Quijote de Cervantes, con distinto resultado. Inimaginable me resulta aquel hombre que dijera: "No me sale del coño." Y cualquiera, en razón de la ley de libertad lingüística, puede decirlo, o al menos pensarlo.

cheap rs gold dijo...

Según lo veo, Poz, los angeles realidad andel taco ations paradójica: por una parte, creo qui está en decadencia (sobre todo el taco blasfemo: ?por l . a . secularización?); y por otra, el uso y abuso p los tacos acaba fosilizándolos b volviéndolos casi inaudibles.
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