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25.5.12

De insultos y blasfemias

Como el tiempo no pasa en balde, también los insultos envejecen, pierden garra, se amodorran. ¿Quién querría hoy zaherir con un mastuerzo, mentecato, cenutrio, lerdo, pánfilo, lila, sandio, modorro, estólido, tarugo, memo, botarate, fatuo, bobo, lelo, majadero, mendrugo, tonto, gilí, zote, beocio, panoli…?

¡Si parece que estamos pidiendo perdón...!

Con los años, a los insultos se les caen las uñas. Pero siempre quedará el clásico y tonante ¡hijo de puta!, de tan adversas connotaciones, y cierta palabreja caprina capaz de sulfurar al más pintado. La nómina de insultos del  Casares me reservaba una sorpresa nunca oída, digamos que inaudita: motolito, que puestos a imaginar vendría a ser un adoquín en movimiento.

Las blasfemias, por su parte, limado su poder ultrajante, languidecen allí donde se vive de espaldas a lo divino. (En otros lugares, sin embargo, una blasfemia puede costar un gran disgusto; tiempos y lugares no son unívocos, ni ahora ni nunca.) Cuando la religión pierde fuelle, las blasfemias no medran, y acaso sea su destino quedar arrumbadas en los sótanos de la lengua, sin nadie que las diga.

2 comentarios:

Juan Poz dijo...

Arrumbadas, en efecto, pero no perdidas, porque siempre hay exploradores que descubren esas criptas y recuperan parte del Tesoro que en ellas se amontona. Arroba, aunque no sea un insulto, claro está, es un caso ejemplar. Yo propongo otro: "mador", "madoroso", ahora que se acercan con botas de siete leguas los calores veraniegos, para nombrar la fina película de sudor que nos cubre el cuerpo antes de romper a sudar desatadamente.Solemos decir "estoy pringoso", pero eso sí que suena a insulta frente al "madoroso" que he rescatado del oscuro sótano de nuestra lengua.

Luis Valdesueiro dijo...

Y qué fáciles resultan hoy día esas incursiones en el sótano de la lengua gracias a internet, ¡y sin salir de casa! ¡Bendita digitalización!

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