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10.12.11

¿Dónde está la solidaridad nacional? o El lamento de Garcés

Cartel de las Juventudes Libertarias de Cataluña


En 1939, recién acabada la guerra civil, Manuel Azaña publicó La velada en Benicarló. Diálogo de la guerra en España*. La obra apareció en Argentina y en Francia (traducida por Jean Camp). Azaña afirma que escribió este diálogo dos semanas antes de la insurrección de mayo de 1937,  y que lo publica “sin añadirle una sílaba”. Lejos estaba de sospechar que a la guerra (que aún no cumplía un año) aún le quedaban otros dos.

Los personajes del diálogo son inventados, sostiene Azaña. El diálogo viene precedido por unas páginas explicativas, que extracto literalmente: El auto del doctor Lluch [de la Facultad de Medicina de Barcelona] devora la distancia entre Barcelona y Benicarló… Junto a Lluch viaja Miguel Rivera, diputado… Dentro, el comandante Blanchart, un oficial de aviación, Laredo, convaleciente de heridas atroces y la Paquita Vargas, artista de zarzuela… Rivera había obtenido de su amigo Lluch que admitiera en su coche a los dos militares y a la Paquita, hasta Valencia… Declinante un día de marzo… Anochecido, rinden viaje en el albergue ribereño del mar… La silueta abrupta de Peñíscola, desgajada de tierra… Otros viajeros, en el albergue, reciben con asombro y alborozo a Miguel Rivera. El coloquio se prolonga durante la cena y la sobremesa.

Aparte de los mencionados, la nómina de los viajeros que participan en este “diálogo de la guerra en España” es la siguiente: Claudio Marón, abogado; Eliseo Morales, escritor; Garcés, exministro; un capitán (a secas); Pastrana, prohombre socialista y Barcala, propagandista. El diálogo fluye sin acotaciones que distraigan del discurrir de las ideas.  

Los personajes, inventados o no, aunque nada irreales, expresan múltiples y diferentes ideas que sin duda ayudan a comprender el “drama español”: el drama vivo, no el fosilizado de los historiadores. A comprenderlo desde dentro, desde la ignorancia del futuro, desde los más acerados deseos o los más tenebrosos presentimientos… Esta obra aclara la historia, mientras vemos a unos personajes que intentan comprender y desentrañar lo que sucede. 

Contra lo que es mi costumbre, el texto lo he tomado de la red, y no he podido cotejarlo con ninguna edición impresa, por lo que lo recojo con las debidas reservas.

Al tiempo que pergeñaba esta nota he descubierto que existe una edición reciente, publicada por Reino de Cordelia. 

Tras el prólogo de Azaña, copio unas reflexiones del exministro Garcés, aún palpitantes.

De
La velada en Benicarló
Diálogo de la guerra en España,
por
MANUEL AZAÑA

Preliminar

Escribí este diálogo en Barcelona, dos semanas antes de la insurrección de mayo de 1937. Los cuatro días de asedio deparados por el suceso, me entretuve en dictar el texto definitivo, sacándolo de borrador. Lo publico (no ha podido ser antes) sin añadirle una sílaba. Si el curso ulterior de la historia corrobora o desmiente los puntos de vista declarados en el diálogo, importa poco. No es el fruto de un arrebato fatídico. No era un vaticinio. Es una demostración. Exhibe agrupadas, en formación polémica, algunas opiniones muy pregonadas durante la guerra española, y otras, difícilmente audibles en el estruendo de la batalla, pero existentes, y con profunda raíz. Sería trabajo inútil querer desenmascarar a los interlocutores, pensando encontrar, debajo de su máscara, rostros populares. Los personajes son inventados. Las opiniones, y, como se dice, el "estado de espíritu" revelado por ellas, rigurosamente auténticos, todavía comparables, si valiese la pena. Todas concurren a mostrar una fase del drama español, mucho más duradero y profundo que la atroz peripecia de la guerra. En tiempos venideros, variados los nombres de las cosas, esquilmados muchos conceptos, los españoles comprenderán mal por qué sus antepasados se han batido entre sí más de dos años; pero el drama subsistirá, si el carácter español conserva entonces su trágica capacidad de violencia apasionada. Percibirlo así, una vez más, en la plenitud de la furia fratricida, ha llevado el ánimo de algunas personas a tocar desesperadamente en el fondo de la nada. Por otra parte, es muy dudoso que, después de este viaje, corto en el tiempo, demasiado largo por sus borrascas, la razón y el seso de muchos hayan madurado. Más valor tiene, pues, el que algunos hayan mantenido, en las jornadas frenéticas, su independencia de espíritu. Desde el punto de vista humano, es un consuelo. Desde el punto de vista español, una esperanza.

Mayo, 1939


GARCÉS
[exministro]

¿Dónde está la solidaridad nacional? No se ha visto por parte alguna. La casa comenzó a arder por el tejado, y los vecinos, en lugar de acudir todos a apagar el fuego, se han dedicado a saquearse los unos a los otros y a llevarse cada cual lo que podía. Una de las cosas más miserables de estos sucesos ha sido la disociación general, el asalto al Estado, y la disputa por sus despojos. Clase contra clase, partido contra partido, región contra región, regiones contra el Estado. El cabilismo** racial de los hispanos ha estallado con más fuerza que la rebelión misma, con tanta fuerza que, durante muchos meses, no los ha dejado tener miedo de los rebeldes y se han empleado en saciar ansias reprimidas. Un instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado, agarrando lo que tenía más a mano, si representaba o prometía algún valor económico o político o simplemente de ostentación y aparato. Las patrullas que abren un piso y se llevan los muebles no son de distinta calaña que los secuestradores de empresas o incautadores de teatros y cines o usurpadores de funciones del Estado. Apetito rapaz, guarnecido a veces de la irritante petulancia de creerse en posesión de mejores luces, de mayor pericia, o de méritos hasta ahora desconocidos. Cada cual ha querido llevarse la mayor parte del queso, de un queso que tiene entre sus dientes el zorro enemigo. Cuando empezó la guerra, cada ciudad, cada provincia quiso hacer su guerra particular. Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón, para formar con la gloria de la conquista, como si operase sobre territorio extranjero, la gran Cataluña. Vasconia quería conquistar Navarra; Oviedo, León. Málaga y Almería quisieron conquistar Granada. Valencia, Teruel, Cartagena, Córdoba [sic]. Y así otros. Los diputados iban al Ministerio de la Guerra a pedir un avión para su distrito, "que estaba muy abandonado", como antes pedían una estafeta o una escuela. ¡Y a veces se lo daban! En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición. La Generalidad se ha alzado con todo. El improvisado Gobierno vasco hace política internacional. En Valencia, comistrajos y enjuagues de todos conocidos partearon un gobiernito. En Aragón surge otro, y en Santander, con Ministro de Asuntos Exteriores y todo... ¡Pues si es en el ejército! Nadie quería rehacerlo, excepto unas cuantas personas, que no fueron oídas. Cada partido, cada provincia, cada sindical, ha querido tener su ejército.

En las columnas de combatientes, los batallones de un grupo no congeniaban con los de otro, se hacían daño, se arrebataban los víveres, las municiones... Tenían tan poco conocimiento que, cuando se habló de reorganizar un ejército, lo rechazaron, porque sería "el ejército de la contrarrevolución". ¡Ya se repartían la piel del oso! Cruel destino: los mismos piden ahora a gritos un ejército. Cada cual ha pensado en su salvación propia sin considerar la obra común. Preferencias políticas y de afecto estuvieron mermando los recursos de Madrid para volcarlos sobre Oviedo, cuando el engreimiento de los aficionados les hacía decir y tal vez creer que Oviedo caía en cuarenta y ocho horas. En Valencia, todos los pueblos armados montaban grandes guardias, entorpecían el tránsito, consumían paellas, pero los hombres con fusil no iban al frente cuando estaba a quinientos kilómetros. Se reservaban para defender su tierra. Los catalanes en Aragón han hecho estragos. Peticiones de Aragón han llegado al gobierno para que se lleve de allí las columnas catalanas. He oído decir, a uno de los improvisados representantes aragoneses, que no estaba dispuesto a consentir que Aragón fuese "presa de guerra". Una imposición de la escuadra determinó el abandono de la loca empresa sobre Mallorca, abandono que no había podido conseguirse con órdenes ni razones. En los talleres, incluso en los de guerra, predomina el espíritu sindical. Prieto ha hecho público que, mientras en Madrid no había aviones de caza, los obreros del taller de reparaciones de los Alcázares se negaban a prolongar la jornada y a trabajar los domingos. En Cartagena, después de los bombardeos, los obreros abandonan el trabajo y la ciudad en hora temprana, para esquivar el peligro. Después del cañoneo sobre Elizalde, en Barcelona, no quieren trabajar de noche. Valencia estuvo a punto de recibir a tiros al Gobierno, cuando se fue de Madrid. Les molestaba su presencia porque temían que atrajese los bombardeos. Hasta entonces no habían sentido la guerra. Reciben mal a los refugiados porque consumen víveres. No piensan que están en pie gracias a Madrid. En fin, un lazo de unión de todos, resultado de la lucha por la causa común, no ha podido establecerse.

* No deja de ser curioso que aquí el subtítulo sea Diálogo de la guerra en España, mientras que en la edición de Losada (1939) era Diálogo sobre la guerra de España, y en la de Castalia (1974), Diálogo de la guerra de España. Esta pugna de las preposiciones haría las delicias de don Pío Baroja. 

** Cabilismo. Palabra caída en desuso, lo que explica quizás que en algún lugar [aquí] se trueque en canibalismo. Que el espíritu tribal se confunda con la pura antropofagia da que pensar, y mucho. (No hay errata inocente; siempre esconde un sentido el error.) Que en la guerra civil los “hispanos”, cada uno en su tribu, se mataron sin piedad, ofrece pocas dudas; pero que se llegara al extremo del canibalismo por antonomasia, cuesta creerlo. Entre tantas atrocidades, esta no me consta.


     

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F

2 comentarios:

Juan Poz dijo...

El texto no puede ser más actual, a la luz, por ejemplo, de las disputas sobre si se ha de atender a ciertos enfermos próximos a una gran urbe si su pueblo es fronterizo de otra autonomía, al primer hospital importante de la cual llegarían ya acaso cadáveres, en caso de urgencia.Junto a cábila (o cabila, ambas valen), cantonalismo y sobre todas, taifas, son voces que han recobrado un protagonismo que acaso nunca ha desaparecido del país. Ofezco, para sus pequeños mandamases, sus reyezuelos de opereta, sus caudillitos nacionalistas, una voz rescatada por un oscuro escritor cuyo nombre no viene al caso: Toparca.
Más allá del texto, cuya actualidad es innegable, me gustaría hacer un breve comentario sobre el cartel de las juventudes libertarias, porque nada más opuesto que el firmante y la imagen que les quiere identificar, so pena que todo caiga en el ámbito del lapsus freudiano y sea esa la explicación. Las "eses" del texto, son auténticas esvásticas, de triste memoria, y el dibujo del nuevo hombre y el espacio fabril de fondo remiten al más duro de los estalinismos. En fin, mucho me temo que la inadecuación entre imagen y texto tampoco es cosa de nuestros días.

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Vaya, parece una descripción del actual estado autonómico. Una lectura interesante a complementar sin duda con la de M. Chaves Nogales y Clara Campoamor.
Saludos, Luis.

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