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13.5.10

*Léon Bloy: Exégesis de los lugares comunes

Exégesis_de_los_lugares_comunes

Leer a Léon Bloy es una aventura que a nadie deja indiferente. Aunque limados por el tiempo, sus sarcasmos siguen siendo premiosos y desafiantes, como si nos agarraran de las solapas. La Exégesis de los lugares comunes es una buena prueba. Bloy se acerca sigilosamente a un lugar común y como primera providencia le arrea una buena tunda de palos dialécticos. Para que se entere. Y tras ese contundente correctivo, el lugar común queda inerme, exánime. El Burgués, con mayúscula, es la bête noir de Bloy, la encarnación del mal. Todo lo que huele a burgués  enfurece a un Bloy que arrostró (y arrastró) a lo largo de su vida una pobreza digna y siempre mendicante. Pobre y deslenguado, Bloy no se arredra ante nada ni ante nadie, y acaba pareciendo un Júpiter tonante que lanzase rayos como palabras, atronadoras palabras.

La distancia nos permite hoy leerlo con algún sosiego, desterradas las interferencias espurias (inevitables, por otra, si hablamos de coetáneos). El mero paso del tiempo acaba conciliando lo inconciliable; la justicia del tiempo hermana a los opuestos. Como cada quien cultiva sus prejuicios, a veces resulta arduo sobreponerse a las animadversión que sentimos por alguien que habita nuestra misma época. Y la pagamos con su obra. Pero humanos somos, no dioses.

Tras las riadas de amargura y desolación que contempló el siglo XX, la voz de Bloy acaso parezca ahora la de un profeta manso y melifluo, perenne cascarrabias tempestuoso. Caballero de la fe, a la manera de Abraham, beligerante católico, Bloy cosechó halagos y desprecios sin cuento; él, que era un consumado artista de la injuria. Después de leer uno de sus libro, Jünger escribe en su diario parisino que el odio de Bloy era tan vigoroso que podía competir con Kniébolo [Hitler[. Borges frecuentó sus páginas y prologó sus obras. A Cristóbal Serra, la devoción por el airado escritor le llevó a traducir sus diarios; diarios que Bloy publica con regularidad con las anotaciones de los últimos años. En esos diarios, Bloy despotrica contra todo el mundo, sin subterfugios. Como afirma el dicho popular, no tiene pelos en la lengua. Pero si es difícil negar su valentía, muchas veces se dejaba seducir por la temeridad. Tal vez pensara que a grandes vicios, grandes virtudes. O viceversa.

Leer a Bloy oxigena el alma, aunque ponga a prueba nuestra paciencia, indispensable para llegar a apreciarle. Lectores sosegados son los que necesita Bloy, porque de la furia ya se encarga él. Bloy nunca es inocuo, aunque algunos puedan tildarle de inicuo. A diferencia del agua, su estilo no es incoloro, ni inodoro, ni insípido, y sacude nuestro espíritu con sus destempladas palabras igual que si diluviara.

LUIS VALDESUEIRO

EXÉGESIS DE LOS LUGARES COMUNES

LXX. "Quo vadis?"
Intercalemos aquí, rápidamente, este lugar común literario que pronto dejará de existir, pero que ha hecho estragos durante tanto tiempo. ¡No! no tengo intención de hablar de ese tonto libro, tan severamente condenado por su mismo éxito y que admiran, unánimemente, católicos y protestantes, cosa que es, intelectualmente, la vergüenza de las vergüenzas. ¡Hemos visto a sacerdotes citarlo desde el púlpito...!
Sólo quiero contar una anécdota. Veámosla. El otro día, en la estación de Lagny, dos eclesiásticos pertenecientes, me gustaría pensar, a la inteligente diócesis de Meaux, me adelantaron. Uno de ellos, más apresurado, entró de repente en un urinario. "Quo vadis?", le gritó su compañero. No entendí la respuesta, que, por lo demás, me era bastante indiferente.


LXXXII. Matar el tiempo
En la retórica del Burgués, matar el tiempo, no hace falta decirlo, significa sencillamente divertirse. Cuando el Burgués se aburre, el tiempo vive o resucita. Podéis entenderlo o no entenderlo, pero es así. Cuando el Burgués se divierte, entramos en la eternidad. Las diversiones del Burgués son como la muerte.


CLXVIII. Entre dos males, hay que escoger el menor
Aquí no hay ninguna duda. Las personas más caritativas reconocen que el mal del prójimo es siempre el menor y que ése es precisamente el que hay que escoger. Los moralistas han observado desde hace tiempo que siempre se tiene bastante fuerza de ánimo para soportar las penas de los demás.


NUEVA SERIE

XX. Dar a alguien muchos recuerdos
"Dale muchos recuerdos de mi parte."
Para llevar a cabo exactamente esta misión de confianza, no viene mal ser mudo, o incluso sordomudo. Si uno no tiene esta suerte, tendrá al menos el recurso de farfullar cualquier cosa. El mensaje será, de ese modo, fielmente transmitido, pues la intención protocolaria del encargo no rebasa el vasto abismo de la nada donde se localizan los sentimientos afectuosos de nuestros amigos y de sus innumerables hermanos.
LÉON BLOY (1846-1917), Exégesis de los lugares comunes. Traducción de Manuel Arranz. Acantilado, Barcelona, 2007.

Bajo esta etiqueta -Florilegio (Antología mínima de autores varios)- pretendo acoger una selección de textos breves (verso y prosa) que, al margen de cualquier juicio crítico, me han interesado como lector. Los textos en prosa responden a "géneros" que hacen de la brevedad virtud: aforismos, poemas en prosa, fragmentos, microcuentos, etc. De los textos poéticos en otras lenguas ofrezco el original. Menciono, asimismo, la edición utilizada en cada caso. (Téngase por excepción cualquier olvido de estas pautas.)

7 comentarios:

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Leí el verano pasado 'La femme pauvre', y debo decir que Bloy no deja indiferente. En su escritura hay como una corriente subterránea de la que emerge su yo transfigurado en varios de sus personajes literarios, e intuiciones fulgurantes. Su literatura no deja de ser biografía, si alguna no lo es. Despliega además de su tono atrabiliario y justiciero, que le es característico, y que rompe recurrentemente la ficción literaria, una prodigiosa capacidad metafórica que llega a dislocar su fraseo, de un modo que me resulta inaudito en la novela coetánea francesa.
Un abrazo.

Luis Valdesueiro dijo...

Un comentario muy sugerente, José Miguel. Te lo agradezco.
Un abrazo.

Juan Poz dijo...

La lectura de Bloy es una experiencia total, de ahí que no te deje indiferente. Te exige un compromiso total con todos y cada uno de sus asertos, de sus invectivas, de sus desgarrados lirismos. Llevo a Marchenoir dentro de mí como un doble, como un heterónimo, como yo mismo: es mi enemigo íntimo, un aliado eterno.

Luis Valdesueiro dijo...

Que deja huella, es evidente, Poz, pero tú hablas como si esa huella fuera indeleble, sacramental, lo que da una idea de la terrible fuerza de Bloy. (A veces pienso que más que escritor era un profeta que escribe entre ultimátum y ultimátum.)

dr dyango dijo...

lo conoci a travès de Borges, que lo rescatò como a otros de los medios en los que estaban relegadamente ignorados.

dr dyango dijo...

lo conoci a travès de Borges, que lo rescatò como a otros de los medios en los que estaban relegadamente ignorados.

dr dyango dijo...

lo conoci a travès de Borges, que lo rescatò como a otros de los medios en los que estaban relegadamente ignorados.

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