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15.3.10

Cartas

Cuando se adensa, el tiempo tiñe las cosas de poesía y misterio. (En el presente sucesivo, poca poesía cabe.) Últimamente me ha dado por pensar tales nimiedades a cuenta de las antiguas cartas y el novedoso correo electrónico.

Y he pensado en las escasas huellas que deja el velocísimo correo,
y en que una carta es capaz de atravesar los años con su aroma de sentimientos detenidos. (A las fotografías, por banales que sean, les sucede lo mismo.) En una carta apreciamos la caligrafía, el color de la tinta, la  presión en la hoja... Y al socaire de estos pensamientos me ha venido el  recuerdo de aquellas cartas de tamaño inverosímil y colores estridentes; y el sabor de los sellos, ensalivados sin melindres.

Y he pensado también en ese momento
en que la máquina de escribir supuso un dilema: ¿es correcto, o no, escribir a máquina cartas personales? Las de negocios, que diría García Calvo, por descontado que era un crimen escribirlas a mano; pero las otras, siempre dejaban un riachuelo de escrúpulos si uno recurría a la Olivetti.

Y he pensado que acaso ya no se escriben esas cartas, ni a mano ni a máquina; y que ya no es posible enviar esas cartas en las que el sobre formaba parte de la emoción de recibirlas. (Una amiga convertía en sobre la hoja misma en que había escrito. Y el sello era la clave de bóveda.)
¿Y qué decir del lacre? ¿Quién no sucumbió a la cursi tentación de lacrar un sobre? Vieja poesía de antaño, chamarilería afectiva.

Y he pensado que acaso ya no se reciben esas cartas porque su tiempo ya ha pasado. Ahora reina el correo electrónico, con sus encabezamientos dispares y sus notas de combate, los perentorios avisos y las palabras presurosas: cartas etéreas.

Y he pensado que hogaño  las palabras no conocen reposo, ni se ensimisman, ni se remansan: viven en la terca alteración, fuera de sí, exiliadas: palabras eléctricas.

(No añoro aquellas cartas, que avivan la nostalgia: son la luna en el pozo del tiempo detenido.)

Pero no desesperemos, también en el presente hay poesía: la poesía de lo efímero, el vaho de cada día.

2 comentarios:

Juan Poz dijo...

Descreído de la fe epistolar por la pereza y la inmediatez de los correos electrónicos, que escribo con la misma actitud que adoptaba para escribir una epístola, por más que sepa que no quedará rastro de ninguno de ellos, que todos acabarán habitando la inhóspita papelera de reciclaje, no quiero dejar que este elogio sentimental de la carta, parecido al que escribió Salinas en "El defensor", defendiéndola contra los expeditivos telegramas, se quede sin la simpatía de un corresponsal que durante buena parte de su vida vivió, sobrevivió, pendiente del correo, de esos sobres que calibraba al peso, y de los que esperaba extraer el afecto que le permitiera seguir viviendo. Las cartas formaron parte de mi educación sentimental e intelectora, y son uno de los más hermosos capítulos de mi vida, aún abierta. Con todo, de vez en cuando, con los decididos analfabetos cibernéticos, sigo echando a los buzones pliegos ilegibles que desesperan a mis interlocutores, porque mi cacografía es de órdago.

Luis Valdesueiro dijo...

Efectivamente, Poz, las cartas han formado parte de la educación sentimental de muchos. ¡Y cuántas veces hemos velado armas en la espera de algunas cartas! Una espera en la que cabían todos los sentimientos, por contradictorios que fueran.

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