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1.12.09

El poeta y el grillo

 

A veces cuesta leer a Juan Ramón Jiménez sin esbozar una sonrisa. Derrocha tanta seriedad que, mientras uno lee, parece estar viendo a un Buster Keaton impertérrito, pura mueca. Contemplar al poeta hiperestésico enredado en su dolor, puede llegar a producir hilaridad, máxime si el propio poeta es notario de sus desdichas. Una carta, rebosante de aflicción, puede servir de ejemplo. Escrita en junio de 1920, Juan Ramón Jiménez es ya más que un reciencasado, y vive con Zenobia en la calle del Conde de Aranda. Para su desgracia, un vecino, Narciso Clavería, conde de Manila, tiene un grillo en el balcón. Los nervios del poeta, a punto de romperse, le dictan unas doloridas palabras, que remite a su aristocrático vecino:
Muy Sr. mío, de mi mayor consideración:
perdóneme si me dirijo a usted sin tener el gusto de conocerle, y, sobre todo, para un asunto que, a primera vista, puede parecer infantil.
Desde que ha comenzado el buen tiempo y, con él, a cantar un grillo que, según creo, está en uno de los balcones de la casa de usted, no es posible en la nuestra -y suya-, pared por medio, trabajar por las tardes ni dormir por las noches, pues el pobre e incansable animalito cumple su misión primaveral tan sonoramente, que resuena en nuestro piso como si estuviera dentro.
He probado, antes de molestar a usted, una serie de remedios, y ninguno me ha dado, por desgracia, resultado.
Sería, sin duda, ridículo que yo pretendiese siquiera intentar reducir la libertad de usted. Lo único que me atrevería a rogarle es que, si le fuese posible y no le causara la menor contrariedad, ya que su casa tiene balcones a la calle de Lagasca, más ancha, y donde tal vez no haya nadie, cerca, a quien moleste, tuviese la bondad de trasladar al animalito, con lo que proporcionaría usted un alivio considerable a mi cerebro; pues creo que, desde media tarde en adelante, me parece que me lo están agujereando.
Si usted no cree justo acceder a lo que le pido, suplico a usted que me dispense mi atrevimiento; si puede hacerlo, le doy un millón de gracias anticipadas.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, Selección de cartas (1899-1958). Edición de Francisco Garfias. Colección La Esquina, Barcelona, 1973.
Qué remedios sean esos que había probado el poeta, no podemos saberlo. Pero bastante sabemos ya, tras  esta intromisión en su vida doméstica. En la carta se aprecia la cortesía exquisita del poeta; cortesía que, vista desde hoy, puede parecer demodée. La misiva obtuvo respuesta favorable, y el poeta dejó de sufrir el canto del grillo. Al día siguiente, agradecido, envió a la casa del conde una muñeca (para Anita) y un libro (para Manolo)... El libro supongo que sería de Salgari, o tal vez de Rabindranaz Tagore, tan grato al poeta. 

6 comentarios:

José Miguel Ridao dijo...

Genial la carta. Desde luego, de vivir Juan Ramón en nuestra época difícilmente habría podido escribir una línea. Dado el nivel de ruido que soportamos, hoy el sonido de un grillo relaja, a mí al menos.

zim dijo...

Empiezo a creer que este hombre era lo que yo llamo un 'pejigueras' (por dios, hablo de su personalidad, no le juzgo como creador ni como artista, no se me ofenda nadie) que se pasaba el día escribiendo cartas a vecinos, a los que encima no se molestaba en conocer ni en hablar cara a cara, y con la vaselina de los exquisitos modales les deslizaba las quejas más peregrinas.
Va la segunda carta que leo en cuatro días. En la otra, se quejaba de una pianola que sonaba en el domicilio, contiguo al suyo, de la que era su casera. Lo del grillo es más esperpéntico, ¿se supone que el vecino tenía un grillo como se tiene una mascota? De no ser así, ¿el grillo llegó y se asentó? (acaso un grilo toma domicilio fijo, sea en propiedad o en inquilinato).
En fin, me temo que convivir con D. Juan Ramón no debía ser ninguna bicoca (¡pobre Zenobia!).
Saludos, Luis.

Joselu dijo...

Tiendo a sentir una simpatía natural a todo lo que tiene a Juan Ramón como protagonista. Sus evocaciones de la niñez en el jardín de oros, sus paseos por los cementerios deteniéndose en las tumbas de los niños muertos, sus estancias -largas y prolongadas- en sanatorios de reposo, hacen de él un personaje cercano y cálido. Releo estos días Platero y yo, y considero que es uno de los libros de prosa más maravillosos que han sido escritos. ¡Qué exquisita sensibilidad! Aunque rayara lo enfermizo. Por otra parte, reconozco el lenitivo y el apoyo extraordinario que supuso Zenobia en su vida. No sé qué hubiera sido del mejor poeta del siglo XX sin la presencia de esta mujer culta y refinada que sobrellevó con enorme dignidad la dificultad de vivir con un hombre hiperestésico y neurótico, pero pese a quien pese un genial artista, aunque el ruin de Pablo Neruda lo detestara y le hiciera unas cuantas. Juan Ramón era noble, a pesar de sus rarezas, pero ¿qué artista no tiene rarezas?

Luis Valdesueiro dijo...

Hoy día, José Miguel, tendría que tener las paredes recubiertas de corcho, y por supuesto nada de atreverse a salir a la calle en este valle de obras y ruidos...


Efectivamente, dejando de lado su obra, Zim, parece evidente que era una personalidad muy compleja. Pero eso, hoy por hoy, no es un obstáculo para apreciar su obra. Tu observación acerca de que evitara el trato personal me parece muy significativa.


A mí también me parece,Joselu, uno de los grandes creadores del siglo. Grande más allá de todas las pequeñeces, tan humanas.

Javier Quiñones dijo...

Exquisita entrada, Luis. Estoy de acuerdo con José Miguel, ¡qué hubiera sido de Juan Ramón en nuestra época de televisores a todo volumen, de saraos continuados, de aparatos de música vocingleros y a toda pastilla en cada habitación, de vocecitas angelicales que ríen y hablan subidas a los decibelios a horas intempestivas, como si vivieran solos en el edificio! En fin, me imagino que le hubiera costado lo suyo en medicamentos y en estancias hospitalarias y su neurastenia se habría desbordado hasta besar los cristales de un río imaginado, deseado y deseante.
Con todo, me quedo con lo que dices, Luis, con la elegante cortesía del poeta y su forma de dirigirse a su vecino, a quien curiosamente no conoce. La frase mejor de la carta es, a mi juicio, la que dice: "Sería, sin duda, ridículo que yo pretendiese siquiera intentar reducir la libertad de usted", por el trasfondo liberal de tolerancia que respira; ante frases así se pregunta uno ¿dónde quedan vecinos como ese?
Un abrazo, Javier.

Luis Valdesueiro dijo...

Hoy por hoy, Javier, tengo la impresión de que la palabra 'vecino' se ha vaciado mucho de sentido. Aunque nadie lo quiera, o quizá sí.
Saludos

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