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4.12.09

Apariencias

Él abrió la puerta. Ella, la desconocida, le sorprendió con una pregunta absurda. Parecía perdida, extraviada en su conciencia. Hablaba oscuramente, y se ponía roja, como el color. Imposible saber lo que quería. Callaba, y se oía su sufrir. Inesperadamente, se bajó la cremallera del chaquetón y dijo:

-Yo soy un hombre.

Él, con la mirada fija en el crucifijo, que caía por el tobogán de los senos, asintió con la cabeza. Le sorprendió su flema, en consonancia con lo que recomendó el poeta imberbe: hay que ser absolutamente moderno. Y él lo fue, qué duda cabe. No sé dejó enredar por las burlas de la realidad. En consecuencia, no dijo nada, aceptación pura. Mientras, él, la mujer que decía ser hombre, se hundía en el silencio . Algo le atormentaba. Susurró que tenía pensado solicitar una ayuda. Me dicen que mienta, dijo. ¿Mentir? La flema ponía bozal a las preguntas.

 

A lo largo del día, el hombre que abrió la puerta no paraba de pensar en lo sucedido. Y para exorcizarlo, se dijo: Escribiré un cuento, para que parezca mentira.

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