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30.11.09

El amor propio y la obra bien hecha



La anécdota me la refirieron como verdadera. El paso del tiempo ha limado algunos detalles. Sucedió hace muchos años. Una mujer, tras arduas investigaciones, fue acusada de un horrendo crimen. En la consigna de una estación de ferrocarril, llamó la atención una maleta que nadie retiraba. Dentro de la maleta había un cadáver. Un cadáver de hombre. Bien troceado.
La sospechosa estaba siendo interrogada, pero pasaban las horas y no conseguían nada. Cualquiera diría que era inocente, aunque resultara extraña la frialdad con que afrontaba la situación. A pesar de la presión, la mujer no dejaba el más mínimo resquicio por donde sembrar la inseguridad en su ánimo. Los interrogadores estaban desanimados. No conseguían nada. Empezaron a creer que podía ser inocente. Pero cuando estaban a punto de desistir, el inspector encargado del caso tuvo una idea loca. Empezó a alabar el buen hacer del asesino, su laboriosidad (¡trocear un cadáver no es moco de pavo!), la osadía de dejar la prueba del delito en lugar visible... Y cuantos elogios se le ocurrían, dictados por años de experiencia en los que había visto tanto criminal desmañado, atolondrado... tanta desidia cruel en el mal... El inspector cortó el interrogatorio:
-¡Dejadla! Ésta -y arrastraba las palabras al hablar- no es capaz ni de matar a una mosca.
El muro se derrumbó. La mujer, furiosa, se abalanzó contra el inspector:
-¿Que no? ¿Que no soy capaz? Yo... yo solita... con estas manos... -clamaba, mientras se deshacía en alaridos...

Su amor propio no resistió la duda.

5 comentarios:

zim dijo...

Qué curioso, es exactamente lo que le ocurre en la película 'El secreto de sus ojos' al violador y asesino (interpretado por Javier Godino) durante una especie de interrogatorio en el que se usa la misma estrategia: no consigue sobreponerse a la ofensa que supone para su 'amor propio' que una mujer esté poniendo en duda su potencia sexual, su fuerza física, su exigua 'dotación' ... allí mismo, los ojos inyectados y la boca crispada en un gesto de ira, afloja su cinturón y abre la cremallera de los pantalones (y la boca, en una confesión que no pensaba realizar voluntariamente), en un segundo alarde de testosterona que acabaría por pagar muy caro.

Sí, el amor propio está muchas veces reñido con la inteligencia y la conveniencia. Llamarlo amor propio, ¿no es un eufemismo?

Un saludo.

Luis Valdesueiro dijo...

No conozco la película, pero la situación es parecida. Tal vez se trata de una reacción exacerbada cuando uno se siente ninguneado. Cada quien respira -en este caso podría decirse canta- por la herida.

zim dijo...

Pues te la recomiendo encarecidamente. Un saludo.

M. Domínguez Senra dijo...

A mí el interrogatorio me ha recordado el del comisario de "El testamento del Dr. Mabuse" (1933), que con muy buen criterio y haciéndose el tonto lleva a su terreno al Profesor en Psiquiatría, una eminencia. Así es que lo que me llama la atención de la anécdota no es tanto la soberbia humana, esa debilidad, sino el que haya profesionales que sean capaces de hacerla su fuerte.
Algún día nos explicarás, aunque sea aquí detrás, cómo es que sabes lo difícil que es hacer pedacitos un cadáver 8-|
Saludos, Luis.

Luis Valdesueiro dijo...

Qué buenas películas me trae al recuerdo tu comentario, Aaoiue. Recuerdos lejanos, de otro mundo: Nosferatu, Metrópolis, M, El gólem....

Licencias poéticas, Aaoiue. Hay muchas cosas que sabemos sin saberlas, y otras que sabiéndolas, las ignoramos. La razón imagina.
Saludos.

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